HASTA SEPTIEMBRE, CON MÁS PSICOANÁLISIS
Llegó julio, y con él, un año más acercando el psicoanálisis allí donde quiera y pueda ser escuchado. Ofreciendo espacios para que nuestros pacientes puedan sentirse mejor. Para que puedan entenderse y escucharse, para que puedan dejar de repetir aquello que una y otra vez les hace tropezar con esa piedra maldita que no desaparece, para que puedan analizarse y, así, construir o descubrir nuevos destinos.
En vacaciones hay para todos los gustos, y os animamos a que cada uno se acerque a los suyos, repitiendo, o no, destino de vacaciones. Toca descansar y disfrutar… para que a la vuelta podamos seguir. Recarguemos la paciencia para retornar a las salas de espera de nuestra vida. Tomemos las vacaciones como una sala de espera más, en la que podamos sentirnos protagonistas activos de nuestra propia vida.
Quizás pueda servirnos como un espacio que nos ayude a encontrarnos con los cambios que están por venir. Cambios que a veces generan miedo e incertidumbre. Es inevitable tener en cuenta el Miedo al cambio pues los cambios en la vida son inevitables. La propia vida y el empuje interno de desarrollo propio son el motor que los impulsan y ellos nos van construyendo.
La propia adolescencia es un claro ejemplo de cambio, de cambio y de crisis que a veces cursa con gran malestar. El malestar de la adolescencia da cuenta de lo importante que es atender la salud mental de nuestros jóvenes. Ellos convocan a los terapeutas a nuevos retos en estos nuevos tiempos.
Como nos dijo Soledad García en su entrevista en nuestra revista virtual a posteriori, también los psicoanalistas tenemos miedo. Ella“diría que los psicoanalistas tenemos un especial miedo a todo lo que suponga un cambio, un cambio mínimo en el encuadre de los tratamientos de los pacientes”. Se refería a la forma en la que tuvimos que adaptar los tratamientos durante la pandemia, mediante videollamadas desde nuestras casas…y que bien podría hacerse extensible a otras cuestiones.
Otro reto que tenemos por delante es poder ofrecer espacios donde nuestros pacientes puedan aprender a saber lo que piensan, sienten, lo que les pasa. Que puedan encontrase con quienes son y puedan desarrollar un criterio propio. Un trabajo nada fácil… Tener un espacio propio para encontrar ese deseo, ese motor de su propia vida que permite soñar, construir, elegir y renunciar. Que permite disfrutar, que permite vivir y aleja al sujeto de la muerte psíquica.
Trabajamos para que las personas que acuden a consulta puedan recuperar el control “de sus propias puertas”, para que sean dueñas de sus “claves” y puedan decidir cuándo abrirse o cerrarse. Ayudamos a pensar qué es lo propio y qué es lo ajeno para que puedan ser más conscientes de quienes son ellos mismos y quienes son los otros.
Transitar por un espacio analítico nos invita a mirar hacia dentro pero también hacia afuera y ver qué tenemos en frente, abriéndose la posibilidad de ponerse en el lugar del otro. Ponerse en el lugar del otro es abrir una pregunta, una posibilidad diferente.
Por suerte, en nuestra construcción como individuos no todo se juega a una carta y entendemos que la psicoterapia podría ser esa segunda oportunidad para poder vernos a nosotros mismos. En palabras de Winnicott: “la psicoterapia (…) es un devolver al paciente, a largo plazo, lo que él trae. (…)Me gusta pensar en mi trabajo de ese modo, si lo hago lo bastante bien el paciente encontrará su persona y podrá existir real. Sentirse real es más que existir; es encontrar una forma de existir como uno mismo y de relacionarse con los objetos como uno mismo”.
El análisis nos ayuda a dejar de asustarnos de la imagen que nos devuelven los otros. También a interrogarnos acerca del deseo. Parecemos muy pesados los psicoanalistas dando vueltas y vueltas al deseo pero es que es el deseo en sentido amplio el que nos aleja de estar anestesiados. Una vida sin deseo donde impere el goce (a modo de imperativo) es una vida que antes, o después, caerá en el desastre.
Por otro lado, la experiencia psicoterapéutica, siempre que consiga que el paciente acceda a sus representaciones de sí mismo y de sus figuras de apego y pueda explorarlas, podrá facilitar al paciente que las evalúe y las reestructure.
El psicoanálisis parece no estar de moda, pero nos acerca a entender las distintas posiciones que tomamos frente al amor, nos permite acercarnos a nuestros afectos y sus efectos, a la función de la imagen en nosotros mismos, a retirarnos de la búsqueda insaciable de la mejor, e ideal, versión de nosotros mismos, a darle un lugar al cuerpo en relación con lo psíquico, y a los conflictos. El ser humano convive con sus conflictos internos, que sólo podrán ser entendidos en relación a su propia historia. Es una cuestión ética darles cabida, atendiendo también a la agresividad que surge de ellos, ya sea interna o externa. Pongámosles palabra para que no se convierta ni en autodestructiva ni en una destrucción externa.
Pero intentemos dar entrada también a la alegría en nuestros procesos. Indagar en quiénes somos, qué nos pasa o cómo nos sentimos, puede crear oportunidades para el miedo o la ansiedad, pero también para la alegría, ese antídoto universal. Y recibamos también a los límites, para frenar el desborde, para tolerar la frustración, para poner freno a las nuevas ¿adicciones?, para aterrizar y que la caída de los ideales nos permita caminar con cierta firmeza, para hacernos cargo de nuestras angustias.
Como psicoanalistas comprometidas, seguiremos acudiendo a nuestra ética profesional para tratar de entender las distintas posiciones que ocupan nuestros pacientes, incluidas aquellas que tienen que ver con la violencia.
Seguimos en septiembre, con más psicoanálisis.