LAS PROPIAS GUERRAS

“Qué difícil estar en paz, cuando uno está en guerra consigo mismo”.

David Sant.

 

En estos tiempos convulsos donde la información y la trasmisión de la guerra en Ucrania ocupa todos los informativos, observamos como el lenguaje bélico se cuela también en nuestro discurso y en el de los pacientes. Rita acude a terapia porque, sin tener claro el motivo, siempre tiene enfrentamientos con sus amigas y con su pareja: “dicen que me pongo agresiva cuando digo mi opinión, que siempre estoy a la defensiva pensando que me atacan. El otro día tuve que solucionar unas cuantas bombas que había tirado. No sé por qué lo hago, en ese momento creo que está justificado”. David trabaja en una Big Four y explica: “en consultoría hay mucha competitividad, tienes que pensar estratégicamente y pisar antes de que te pisen. No te puedes doblegar, es la ley del más fuerte”. Pedro sin embargo siempre entona el mea culpa antes de que se origine algún conflicto: “odio los enfrentamientos, me dan miedo, prefiero agachar la cabeza a que el otro se enfade conmigo”.

 

¿Se encuentran estos pacientes en una batalla real tal y como se desprende de su discurso? ¿De quién se defienden y a quién atacan? Parece que, como el humorista Miguel Gila, en el encuentro con el otro de vez en cuando todos levantamos el teléfono para preguntar: ¿Es el enemigo?

Podemos decir que en el ser humano siempre coexisten dos elementos: el conflicto y el casus belli. El casus belli es una expresión originaria del latín, traducible al español como “motivo de guerra”, que hace referencia a la circunstancia que supone causa o pretexto para establecer una acción bélica. Para adaptar este concepto al comportamiento humano añadiríamos que puede ser la justificación para establecer esa acción bélica pero también el razonamiento construido para tratar de no iniciarla nunca independientemente del precio que se pague.

Para entender esto un poco mejor recordemos la dialéctica del amo y el esclavo de Friedrich Hegel. En el planteamiento del filósofo la consciencia del deseo en el ser humano tiene una posición muy importante. Frente a los animales que no tienen esa consciencia y cuyo deseo se satisface con un objeto inmediato, los seres humanos tenemos un deseo de deseo, es decir: deseamos ser deseados por el otro. En otras palabras, ser reconocidos por el otro. Por lo tanto, según Hegel, lo propio del ser humano es imponerse sobre los demás. Solo cuando el otro lo reconoce como alguien autónomo se crea la autoconciencia. Con esta base, se conforman entonces dos figuras: el amo y el esclavo. El primero se impone al segundo y la forma de hacerlo es negándolo, es decir, no reconociendo su deseo. Lo domina anulándolo. Si las dos figuras estuvieran en la posición de amo tendríamos una terrible guerra asegurada, pero en la dialéctica de Hegel, el conflicto halla su solución cuando uno de los dos cede por temor y prefiere ser sometido y vivir en la servidumbre antes que morir. De este modo surge una forma de conciencia en el dominado en la que reconoce al otro como amo y a sí mismo como esclavo dependiente de su mirada. Pero esta dinámica tiene sus dobleces y en un segundo tiempo se invierten los papeles y el amo termina dependiendo del esclavo ya que su existencia es indispensable para él: le necesita para seguir siendo amo. Por lo tanto, el esclavo que inicia la dinámica por temor, la mantiene por poder. Y es que el poder siempre está presente en las relaciones humanas.

Rita, David y Pedro, como todos nosotros, tienen sus propios casus belli, sólo hay que indagar en sus historias para saber como se construyeron. Rita, por ejemplo, creció en una familia muy estricta donde sus deseos y opiniones eran invisibles. Tenía que ser una niña educada que siguiera órdenes y su rebelión fue pasarse la infancia y la adolescencia diciendo que NO, que no a todo. No sabe qué quiere, pero siente que el otro es siempre un enemigo imaginario que quiere someterla y contra quien luchará por su existencia. El otro es el amo y ella no está dispuesta a ser la esclava. Pedro tuvo un padre alcohólico con altos niveles de agresividad. Aprendió a callarse por temor, pero albergaba dentro de sí una rabia tan enorme que sentía que podía ser una bomba nuclear el día que no se pudiese controlar. Era tal el miedo que sentía hacia su propia agresividad que temía que cualquier conflicto, por mínimo que fuese, encendiera la mecha de la destrucción por lo que no le quedaba más remedio que vivir sometido eternamente. Pedro era el esclavo con poderosos deseos de doblegar al amo. David siempre se ha comparado con los hombres de su alrededor. Es el segundo de tres hermanos varones y aunque esconde un profundo sentimiento de fragilidad porque nunca se sintió el favorito, su cuerpo musculoso y su actitud competidora pretenden mandar un mensaje de potencia. Él es el amo que necesita someter al otro para sentirse reconocido.

Existen sujetos con posiciones más paranoicas donde sus “acciones bélicas” están justificadas por un sentimiento de una continua amenaza de ataque contra su propia seguridad. Y otros sujetos en una posición depresiva que sienten que son merecedores de los ataques de otros por ser personas poco valiosas. Ambas posiciones ocultan una omnipotencia y un narcisismo feroces donde para bien o para mal, estos sujetos se sienten causantes o causa de las vicisitudes del universo.

El amo, el esclavo, el paranoico y el depresivo conviven en cada uno de nosotros y sus efectos en nuestro comportamiento serán mayores cuanta menos capacidad de reconocerlos y entenderlos tengamos. Que tire la primera piedra quién no haya sentido deseos de poder sobre otro, quien no se haya sometido o haya pensado que merece un castigo por alguna acción o pensamiento, o quién no haya fantaseado con una pequeña conspiración contra uno mismo por parte de otros. La diferencia no reside en sentir y fantasear sobre todo esto, algo por cierto inherente en los seres humanos, sino en el riesgo de actuar estos personajes al no poder reconocerlos y pensarlos.

Desde Psyquia pensamos que sólo podemos entender el conflicto y el casus belli de cada paciente acompañándole en la construcción de su historia y sólo éste podrá detener su propia guerra cuando entienda que los fantasmas nunca suelen estar fuera.

Maite Echegaray García.