CUANDO EL LÍMITE ES LO QUE DESBORDA

Con mucha frecuencia escuchamos en la consulta a madres y padres que, con gran preocupación, cuentan lo difícil que puede ser poner límites a sus hijos: ¡por mucho que le digo que no, lo hace igual!, ¡me reta!, ¡ya no sabemos qué castigo ponerle!, ¡me dice que no lo va a hacer!, ¡es que no quiere!… y un sinfín de relatos cotidianos para pensar en una demanda tan común: lo desbordante que puede ser poner límites a los más pequeños.

  • El adulto para el niño: un gigante que puede asustar y puede sostener:

Si intentáramos entender el mundo con los ojos de un niño, podríamos plantear que el niño entiende y piensa un mundo en el que hay muchos otros parecidos a él, en tamaño y comportamiento, con los que se relaciona de una manera y, hay otros gigantes, ya no tan parecidos a él, con los que se relaciona de otra manera, diferente. Con esos gigantes hay diferencias evidentes y fáciles de percibir, son más grandes físicamente y para mirarlos frente a frente, hay que hacer movimientos mucho más complejos que sólo mirar: o son los gigantes quienes cogen en sus brazos al niño o es el niño que se sube a una silla, o a una mesa, o son los gigantes quienes tienen que agacharse para ponerse a la altura del niño. Tanto los niños como los adultos podemos percibir estas diferencias que emergen del encuentro con un igual o con uno diferente.

La idea del niño: “los adultos como gigantes”, además de surgir de la percepción de una diferencia física: “tú eres más grande que yo”, evidentemente, guarda en sí misma una enorme cantidad de necesarias fantasías presentes en los niños a través de las cuales va construyendo psíquicamente las bases para ser un adulto… como papá, como mamá, como esa persona de referencia que le ha cuidado y sostenido. La constitución psíquica es, entre otras cosas, un complejo recorrido que ha de estar mediado por una promesa de futuro, una promesa humanizante a través de la cual el niño alberga una salida posible que le permitirá ser grande como ese al que miraba siendo un niño: “…ahora no puedo hacer ésto, pero cuando sea mayor si podré …” o “ésto no, pero esto sí” o “esto no por este motivo y esto sí por este otro”.

Ese adulto “gigante” genera en el niño una ambivalencia afectiva porque le percibe más fuerte y a veces, le teme de alguna manera, pero otras veces, recurre a él para que le sujete. Para que el niño pueda integrar los límites, es importante que sienta que ese adulto lo es, no sólo porque es más grande físicamente sino porque puede sostenerle, puede responderle, puede ayudarle cuando el niño lo necesite. De lo contrario, si el niño percibe al gigante como otro niño, la transmisión de los límites será más difícil de asumir.

  • Somos iguales en tanto limitados:

La vida empieza a partir de una sucesiva instauración de límites, de separaciones necesarias: la salida del bebé del vientre de la madre, el corte del cordón umbilical, la retirada del pecho materno, la ausencia del bebé para la madre y el padre cuando vuelven al espacio laboral y la ausencia de los padres para el bebé mientras estos trabajan, la iniciación del niño en la escuela infantil, el paso para que el bebé duerma en su habitación… y así, muchos límites que, aunque a priori sean separaciones físicas, tienen un importante impacto psíquico tanto en el bebé como en los padres.

¿¡Quién no ha escuchado hablar de: “…mi hijo está en la época del NO, dice NO a todo…”?! El niño empieza a darse cuenta de que su mamá se ausenta y vuelve y no pasa nada, porque resulta que eso empieza a ocurrir a diario. Se da cuenta de que el pecho de mamá no se lo puede llevar a la escuela infantil, en todo caso se lleva un biberón pero que ni huele, ni es igual al pecho de mamá, pero al menos, puede hacer con el biberón lo que quiera y llevarlo con él todo el rato. También se da cuenta, de que hay un montón de personitas parecidas a él en la escuela infantil a las que ve a diario, con las que juega y se lo pasa tan bien que a veces hasta se olvida de mamá. ¿A mamá le pasará lo mismo, se olvidará de mi?, se preguntará el bebé, a su manera. Resulta que utiliza sus manos para coger cosas y hasta empieza a explorar sin ayuda los espacios en los que está…. Osea que puedo hacer cosas yo solo, ¿sin ayuda?, ¡Cómo mola!, ¡qué nadie se acerque ni me pida cosas, no vaya a ser que, así como me quitaron el pecho de mamá (que yo pensaba que era mío), la cunita al lado de la cama de mis padres, también me vayan a quitar esta libertad que tengo ahora! El niño evidentemente no piensa estas cosas tal y como están planteadas aquí, pero si tuviéramos que pensar qué se pone en juego en el niño en esta tan habitual “época del NO”, podríamos decir que, así como él siente que es limitado progresivamente, según va creciendo, él también empieza a poner límites a los adultos que le rodean, como una forma de ir construyéndose diferenciado de los demás.

Desde bien temprano, el bebé percibe, a su manera, que los límites afectan a ambos. Esto es importante porque el niño se pregunta muchas veces: ¿por qué yo no puedo y el gigante (papá/mamá/adulto), si?, y en verdad, lo que el niño se pregunta es si ese adulto también tiene límites. Si el niño percibe que el gigante no tiene límites, pero sí que se los pone al niño, el niño lo vive como un acto de imposición en el que tiene que someterse por el mero hecho de ser más pequeño, lo cual podría generar mucha agresividad en el niño. Si el adulto muestra que él también es limitado y por eso le cuida poniéndole límites al niño, éste los integrará como una transmisión del cuidado.

  • Los niños piden límites, como una forma de intentar entender el mundo:

En forma de conducta disruptiva, de síntomas, de peticiones insistentes, etc., los niños piden a los adultos que les expliquen hasta dónde pueden llegar, porque ellos saben que son más pequeños que esos gigantes, pero no saben qué significa eso en el día a día: si pueden hacer lo mismo que los gigantes o no, no saben la diferencia entre lo que quieren y pueden hacer, sienten miedo, sienten excitación y entonces, permanentemente, piden a los adultos, una y otra vez, una referencia… Aunque parezca un ejemplo banal, los niños a veces necesitan con tanta frecuencia a los padres como los adultos necesitamos al Google Maps para saber cuál es el mejor camino para llegar a nuestro destino y si es mejor ir andando o en bici o en coche o en transporte público, porque no vale cualquier camino, ni de cualquier manera. Mientras mejor sea la experiencia con Google Maps, más recurriremos a ello. Mientras podamos explicarles a los niños las vías que deben recorrer para llegar a distintos destinos, más consistencia tendremos para ellos, pudiendo ser un puerto seguro al que acudir en caso de ayuda.

  • La forma de poner límites cambia, pero siguen siendo imprescindibles:

Si pensamos en la crianza y en la filiación como un proceso de transmisión de forma activa como padres y  madres, lo que vivimos de forma pasiva como hijos e hijas, es necesario pensar que en este complejo proceso entra un elemento crucial que tiene que ver con la velocidad de los cambios socio culturales de estos últimos tiempos. No es lo mismo haber sido padres y madres de un niño hace  30 ó 40 años, que ser padre o madre de un niño en el 2022.

Los cambios subjetivos que responden a los diferentes ordenes socioculturales de las épocas, afectan tanto a los niños como a los adultos. En un intento de simplificar lo complejo de la maternidad y la paternidad, articulado a una sociedad de consumo, existe una intensa oferta de diferente índole (libros, charlas, clases, etc.) de cómo ser buenos o malos padres, de lo que hay que hacer y lo que no. Ante tal panorama: ¿cómo no sentirnos cuestionados como madres y como padres?, ¿cómo no mirar con lupa, en Google, en whatsapp, en Telegram, en Instragram… si las decisiones con nuestros hijos son o no adecuadas?, ¿cómo no vamos a estar constantemente pensando en lo productivos o no que serán nuestros hijos, si por producir, apenas podemos pasar tiempo con ellos?, pero, por mucho que la sociedad cambie, mientras los adultos nos decidimos, el niño ya rompió la vajilla. La necesidad de los límites como parte de la crianza, es necesaria, más allá de la época.

En PSYQUIA nos interesa pensar, caso a caso, las dificultades relativas al complejo proceso de crianza. Dejamos algunas interrogantes para reflexionar:

  • ¿Qué puede pasar si le digo que no?
  • ¿Va a pensar que soy una mala madre o un mal padre?
  • ¿Qué opina su padre o su madre u otro adulto de esa conducta que no me gusta?
  • ¿A qué me recuerda esa conducta del niño que tanto me enfada?
  • ¿En qué situaciones respeta los límites?
  • ¿Cómo me siento cuando se enfada conmigo?
  • ¿Lo hace sólo en casa o también en el cole?

 

Decir no, es invitar a otras posibilidades distintas, es también, mirar afuera.

Daniela González Brizuela