MIEDO AL CAMBIO

,Cuando nace un bebé, antes de convertirse propiamente en Ser Humano, nace un pedacito de organismo con una serie de necesidades vitales y emocionales que requiere que sean cubiertas. Principalmente para satisfacerlas y, de esa manera, poder sobrevivir pero también para dar un orden a ese caos interno.

No es difícil ver ese mismo caos cuando uno acude a casa de unos amigos que acaban de ser Papás… Ese desorden interno físico y emocional necesita ser acogido por un otro que lo sostenga, le de estabilidad y le devuelva una cierta constancia.

Ese papel fundamental lo ocupa la función materna, pero siempre está a su vez apoyada y sostenida en un entretejido simbólico cultural y de lenguaje que a su vez contendrán dicha función y le darán un contexto, un lugar y un nombre propio.

Entonces, entendemos que dependiendo de como se haya llevado a cabo dicha función respecto de ese bebé en pleno caos interior, éste devendrá un determinado ser humano: ¿Cómo se le ha calmado?, ¿En que lugar ha venido a parar?, ¿Cómo se le ha alimentado?, ¿De que manera ha sido acariciado y acogido?, ¿Cómo se le ha hablado?… Todo esto generará un orden interno pulsional genuino en cada uno.

Ese orden se organiza a su vez de modo imaginario. Es decir, que se concentra en una imagen que remite una constancia determinada. Podemos ver como los hijos miran y se miran a través de los ojos de su madre que les devuelve su propia imagen a través de la mirada. O también cuando un niño se mira en el espejo en un determinado momento y el júbilo que experimenta al constatar que él es eso que ve. Una imagen estable, repetida, constante, que a través de los otros nos mira y nos dice “ese eres tu”.

Vamos viendo como nuestros apoyos frente al caos son simbólicos y a la vez imaginarios. De esa manera podemos ir tejiendo nuestra propia realidad. Esa realidad que nos hemos construido de imágenes, palabras, asunciones, espejismos…, que la mayoría de veces dista mucho de la verdad propia de cada uno.

Los cambios en la vida son inevitables. La propia vida y el empuje interno de desarrollo propio son el motor que los impulsan y ellos nos van construyendo.

Así, un niño que le cuesta separarse de su padre cuando entra en la escuela porque algo de ese caos interno aparece frente a la falta de ese otro que hasta hoy le ha dado la constancia, un buen día se despide, entrega su chupete y se va a jugar con otros niños. Es decir, ha podido renunciar a algo de lo infantil primario, integrar la propia imagen del otro dentro de sí, crear un propio orden interno y de esa manera dirigirse al mundo para poder interactuar con él.

¿Dependiendo de como se haya gestionado ese caos inicial y como se hayan ido gestando esos apoyos imaginarios y simbólicos llevaremos los cambios de adultos?

¿Por qué nos asusta tanto cambiar? Porque nos pone en contacto con ese caos, esa sensación de vulnerabilidad, de necesitar del otro, de descontrol y, sin duda alguna, porque implica una renuncia de lo anterior.

Cuando recibimos un paciente en consulta que está angustiado, nos preguntamos por ese caos interno. ¿Qué de su propia imagen se ha visto movida?, ¿Qué de su vida ya no le sigue funcionando como antes? ¿Qué necesita cambiar?… Unos cambian muchas veces de pareja, otros se quedan durante años en un mismo puesto de trabajo que odian sin hacer nada al respecto, otros de un día para otro cortan con todo. A veces son fantasías de destrucción las que están en juego, otras veces un miedo a quedar atrapado en el otro, otras la dificultad de poder renunciar. Habrá que ver en cada caso pero, sin duda alguna, nos pone en contacto con ese caos primitivo genuino y habla de una verdad propia.

Muchas veces los pacientes nos piden que les cambiemos, que les demos pautas, les digamos qué hacer. Es un error caer en la confusión de que eso es lo que realmente desean y satisfacer esa demanda. Principalmente porque el cambio no tiene que ver (solo) con un HACER, sino más bien con un deseo de comprender, entender algo de uno mismo, para poder llegar así a un cambio de posición respecto de nuestra manera, de situarse, de sentir, decirse, pensarse… que tenga que ver con el propio paciente y no con lo que cree el terapeuta.

La VERDAD es propia de cada uno de nosotros.

 

Verónica Corsini