CONVERSACIONES CON UNO MISMO: ¿POR QUÉ NOS HABLAMOS ASÍ?

A menudo escuchamos en consulta pacientes que se hablan como si estuvieran manteniendo una conversación consigo mismos.

Laura dice: “si es que ya me lo digo yo: Laura, ¿por qué tienes que hacer siempre lo mismo? Pero ¿no ves que eres un desastre?».

Pedro: “Pedrito, Pedrito, contente y no hables así al jefe que luego la lías”.

Sergio: “Esto te lo tienes bien merecido porque no has estudiado lo que deberías. Eres un vago”.

Marina: “Venga Marina, que nunca tienes fuerza de voluntad, mañana vas al gimnasio que luego te quejas de estar gorda”.

Con más o menos cariño, todos mantenemos diálogos internos con lo que llamamos “nuestra cabeza”. Pero, ¿quién es ese personaje? ¿De quién es esa voz que en ocasiones tan duramente nos habla?

En cada persona las conversaciones tienen un tono y un contenido particular creado por nosotros mismos para relacionarnos con un ideal de lo que creemos que debemos ser. Según sean nuestras exigencias así será esta secreta conversación.

En ocasiones, este personaje interno, nos infantiliza y nos trata como niños a los que regañar. Niños que se han portado mal y que deberían ser mucho mejores. Es una voz a la que someterse con el rabo entre las piernas y la cabeza baja. Pero también es una voz contra la que rebelarse. Nos recuerda que somos imperfectos y fallidos pero nos exige como si debiéramos ser dioses del Olimpo. Nunca está satisfecho, siempre quiere más y nos resulta a la vez conocido y extraño.

Freud llamó a esta instancia que nos observa críticamente Superyó. La describe como una especie de conciencia moral que nos vigila y nos compara con nuestro ideal. De dónde viene ese ideal para cada uno de nosotros será un trabajo individual de investigación y descubrimiento de la lista imaginaria de elementos a cumplir que todos tenemos internamente en nuestro pensamiento. Es una lista como las que hacemos en nuestras agendas o la lista de la compra. La promesa engañosa que nos hace este personaje es que si haces check en todos los elementos de esta lista, si consigues todos los ingredientes de la compra, por fin llegaremos a ser perfectos, maravillosos y todopoderosos: unos verdaderos superhéroes.

Por esta promesa  estamos dispuestos a hacer verdaderos sacrificios y esfuerzos. Algunos más evidentes: aguantar en relaciones tóxicas porque al fin conseguiremos que esa persona nos ame, jornadas maratonianas de trabajo para lograr el éxito laboral soñado, rutinas extremas de ejercicio para un cuerpo perfecto… Y otros más secretos: si consigo ser muy buena persona y hacer favores a los demás, por fin todos me reconocerán y me querrán como quiero ser querida.

Cuando no cumplimos, el Superyó nos castiga, nos pone penitencias y hacemos tratos internos para compensar los errores y conseguir su beneplácito: “vale, hoy no he hecho nada pero mañana voy a limpiar la casa, hacer deporte, leer, jugar con los niños y hacer esa receta de Instagram”. Y así, volvemos a estar metidos en el bucle de la imposibilidad, el castigo y la culpa.

Otras veces es engañoso y puede parecer permisivo: “venga, has trabajado duro esta semana, permítete un descanso”, “no pasa nada por liarte otra vez con él aunque no te quiera, disfrútalo y punto”. Pero en realidad es una trampa para aparecer luego con más fuerza: “otra vez has desaprovechado el fin de semana, ¿para eso quieres tener tiempo? , “realmente eres tonta, otra vez te ha utilizado”. Sea quien sea este personaje parece que no descansa y que disfruta de estas dinámicas.

Pero además de hacernos promesas imposibles, estas conversaciones por muy terribles que sean, nos acompañan. Es como seguir siendo un niño eterno con una mamá o un papá que le siguen mirando fijamente y sin perder ojo para que sea un niño como Dios manda. Suena un poco agobiante pero es sentirse siempre mirado y nunca solo. Supone mantener la ilusión de que todo lo que hacemos o dejamos de hacer es tremendamente relevante como para ser castigado y reprochado por otros. No es indiferente, no es sólo asunto mío, sino que a veces sentimos que nuestros hechos son tales que podrían salir en las noticias y hacernos un juicio público por ellos. Tanta importancia tienen y por lo tanto tenemos.

Bajar el volumen de esta voz supone la aparición del yo sin el Súper. Abandonar los ideales para realizar los posibles. Propiciar el encuentro con uno mismo, con nuestros defectos y nuestras virtudes y hacernos responsables de nuestros deseos y actos. Dejar de ser un niño que debe ser mirado y exigido sádicamente para convertirnos en adultos que puedan crecer y construir con disfrute y esfuerzo. En definitiva, crear una ética personal y no una moral impuesta a la que obedecer o rebelarse.