¿POR QUÉ SIENTO QUE EL OTRO SIEMPRE ES MEJOR QUE YO?

“Te voy a contar un cuento,

un cuento muy chiquitito.

Tendrás que cerrar los ojos

y soñar que eres feliz.”

Así empieza una canción infantil que se escucha en escuelas de niños de entre uno y tres años. Y así empieza esta entrada en nuestro blog porque de niños, cuentos, sueños y felicidad pretenden tratar estas palabras que leeréis a continuación.

Hemos hablado en numerosas ocasiones, de cómo nos está tocando vivir en la era de la imagen. La imagen, la inmediatez y la omnipotencia ganan la batalla por goleada a la reflexión, los límites y la profundidad de las palabras. Este breve artículo, si se puede llamar así, sin imágenes y que lleva leerlo más de veinte segundos ya será desechado por la mayoría de las personas. Ya no está de moda Enrique Tierno Galván. Él decía que era preciso leer como comen las gallinas, un rato con la cabeza agachada y otro levantada, para reflexionar y asimilar sobre lo que se ha leído. Ahora lo queremos todo y lo queremos todo ¡ya!, y lo más importante, para sostener este deseo es, como dice la canción inicial, cerrar fuerte los ojos para pensar que realmente es posible.

Instagram y demás redes sociales nos presentan la imagen de la felicidad. Vidas que despiertan la envidia y facilitan la idealización. Teóricamente todos sabemos que no es oro todo lo que reluce, pero de nuevo, queremos cerrar los ojos y desechar ese pensamiento tan aburridamente realista que nos fastidia el cuento que nos queremos contar. Y, ¿cuál es el argumento de ese cuento? Sostener que el ideal existe.

Dejamos de creer en los Reyes Magos de Oriente para estar dispuestos a convertir en reyes o reinas a cualquiera que pueda soportar la proyección de nuestro deseo infantil.

Nuestro proyector de deseos busca incansablemente pantallas. De esta manera siempre encontramos un otro u otra donde desplegar la existencia de la perfección. “Ay que ver fulanita que lo tiene todo o menganito es la persona más inteligente que conozco”. Y así, como Kafka en su novela inconclusa “El Castillo”, creamos una fortaleza inescrutable en el otro que nos despierta una poderosa envidia pero que al mismo tiempo queremos sostener en ese lugar maravilloso e inalcanzable para confirmarnos su existencia y la posibilidad de que quizá, con suerte, si nos acercamos lo suficiente a estas personas o somos elegidos por ellas, nos darán a modo de don todo eso que soñamos.

En una versión mucho más comercial, simplista y basada en la imagen, Instagram te promete que si usas los productos cosméticos y la rutina de entrenamiento de María Pombo podrás convertirte en ella. Tachánnnnn. Magia. Y justamente, seguir creyendo en la magia como niños es lo que inconscientemente pretendemos.

Cuanta mayor necesidad tengamos de sostener la existencia del ideal, más aparecerá la envidia y el deseo de ser otro. Estaremos entonces ensombrecidos por la imposibilidad de ser identificándonos continuamente con la falta. La comparación constante será el mecanismo que nos inunde y machaque porque, paradójicamente, cuanto más en falta nos sintamos, más estaremos sosteniendo la existencia de perfección en el otro. Cuanta más necesidad tengamos de que el otro nos deslumbre, menos podremos ver a la luz del día ese Castillo de Kafka que tiene desconchones y ranuras como todas las fortalezas.

Sentimos terminar, por si no ha quedado claro, con un spoiler de la vida: ese otro ideal no existe. Pero lejos de ser una mala noticia, esta imposibilidad es precisamente la que nos posibilita ser. Y en ese apasionante camino, que tiene que ver más con el comer de las gallinas que con el marketing de Instagram, es en el que acompañamos a nuestros pacientes en Psyquia: el camino que uno hace con sus propios pasos y esfuerzo.

Maite Echegaray García