¿Qué hay detrás de un diagnóstico?
Trastorno del Espectro Autista, Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, Trastorno Depresivo… Si consultamos cualquier manual de psiquiatría, medicina o psicopatología encontramos multitud de términos que intentan definir los distintos malestares del ser humano. ¿Pero qué función pueden estar cumpliendo en nuestra sociedad? Y ¿para el individuo?
Si acudimos al diccionario de la R.A.E. en busca de la palabra diagnóstico encontramos varias acepciones, entre ellas:
“Arte o acto de conocer la naturaleza de una enfermedad mediante la observación de sus síntomas y signos” y “calificación que da el médico a la enfermedad según los signos que advierte”.
Se trataría al final de que un profesional de nombre a aquello que nos sucede.
Podría deducirse que una de las funciones que tienen los términos diagnósticos es que los profesionales podamos comunicarnos con mayor facilidad y utilizando un mismo lenguaje. Si un paciente acude a consulta y nos facilita un informe realizado por otro profesional en un tratamiento anterior a priori nos dará información útil para poder escucharle.
Pero parece que esta utilidad entre profesionales se va desfigurando, apareciendo en escena otros elementos y personajes que tienen mucho que decir.
A diario acuden a nuestra consulta personas que necesitan saberqué les sucede. Acuden a un psicoterapeuta debido a un malestar psíquico, pero también en ocasiones físico. Un malestar físico que deja huellas en su estado anímico. Muchas de las veces no saben a qué es debido e incluso les cuesta focalizarlo en el tiempo, ¿desde cuándo me pasa?, ¿qué es lo que tengo? o ¿por qué comenzó?
La cuestión que nos planteamos es ¿qué función están ocupando los términos diagnósticos? Es evidente que cualquier profesional de la salud, psicólogo, psiquiatra, médico de atención primaria, logopeda, etc., frente a un paciente necesita saber qué es lo que le ocurre para ofrecerle la atención más adecuada. Pero para los pacientes, ¿qué importancia tiene un diagnóstico?
Cada vez es más común la necesidad de saber “el nombre” del malestar que nos acompaña. La inmediatez caracteriza nuestro momento social actual, y tendemos a que la espera cada vez sea menos soportada. Nuestras necesidades han de ser satisfechas en el mismo momento en que surgen, cuanto antes, mejor.
En torno a este tema, nos gustaría plantearos varias circunstancias, a sabiendas de las múltiples posibilidades con las que nos podemos encontrar.
Una de ellas son las llamadas Enfermedades Raras. Generalmente son pacientes que pasean una y otra vez por las consultas de salud, esperando un diagnóstico, un tratamiento, una cura. Detrás de esa búsqueda no sólo estaría la necesidad de saber qué les ocurre por sí misma, sino la necesidad de saber el diagnóstico como primer paso para iniciar un tratamiento adecuado y poder encontrarse mejor. ¿No es cierto que todos tenemos la creencia que gracias al saber podremos poner remedio?
Otro caso serían los padres que consultan acerca de sus hijos. Es muy habitual que lleguen a la consulta de un psicólogo por recomendación, de la escuela infantil, del médico o pediatra, del colegio, pero también acuden cuando sienten que ya lo han intentado todo y no saben qué más pueden hacer para ayudar a sus hijos.
Cuando acuden por recomendación generalmente ya vienen con algún diagnóstico: “su hijo es hiperactivo”, “está demasiado rebelde”, “tiene dificultades de atención”… En esta ocasión nos plantean que veamos si es acertado aquello que dicen acerca de su hijo y si no lo es, que le podamos decir qué es lo que le ocurre.
Casos distintos, pero quizás no tanto, pues parece que detrás de la búsqueda de las palabras que cercan una enfermedad hay cierta necesidad de encontrar tranquilidad. ¿Saber lo que tengo me tranquiliza?
Acerca de si los diagnósticos tranquilizan o no, es importante dejar claro lo imprescindible que es el diagnóstico temprano acerca del padecimiento de un niño. Que un chico no pueda atender a las tareas escolares, que no pueda parar de moverse, que agreda a sus compañeros, que no reconozca la autoridad, no pueda escuchar ni desarrollar un juego, que esté permanentemente excitado, o no pueda esperar su turno, son algunos de los indicadores posibles de que algo anda mal y probablemente, estos sean los modos de manifestar su padecimiento. Saber que hay detrás de todo ello, permitirá una intervención oportuna en la constitución del aparato psíquico. En la temprana infancia se reparten las barajas con las que el sujeto jugará toda su vida. Si no cuenta con las cartas necesarias el juego será mucho más costoso.
Por último, se nos abre una última pregunta. Observamos como en ocasiones la enfermedad física o el malestar psíquico confiere mucha identidad. “Soy hiperactivo, soy bipolar, yo tengo fibromialgia”. El pertenecer a un grupo donde todos entienden acerca de tu sufrimiento también debe tranquilizar bastante. Yo como parte de algo. Aunque la reflexión sobre este asunto la dejamos para otra ocasión.