LAS SALAS DE ESPERA DE LA VIDA
A las personas que vienen a consulta las llamamos pacientes. ¡Qué palabra más adecuada! Y lo es porque implica paciencia. Es decir y valga la redundancia, los pacientes tienen paciencia, tienen capacidad de esperar con relativa calma y tranquilidad.
Y, ¿qué es lo que esperan? Un cambio, por supuesto. Desean que con el transcurrir de las sesiones, el malestar que sienten disminuya su intensidad, abra paso a otras posibilidades y les permita posicionarse en la vida de una manera menos dolorosa. El deseo de algo implica acción, y es que, aunque la escena que imaginamos de un paciente sentado o tumbado en el diván nos sugiera una aparente quietud, lo cierto es que todo está en movimiento durante esos cuarenta y cinco minutos.
Esperar no implica pasividad. No podemos esperar que algo cambie sin nosotros, sin nuestro motor. Sin embargo, nos sorprendemos en distintas salas de espera de la vida quietos, inmóviles y mirando fijamente a una puerta que queremos que sea otro el que abra y determine que ha llegado nuestro turno. La fantasía es que cuando ese otro impulse el manillar, entonces, y solo entonces, empezarán a pasar cosas. Y si la promesa imaginaria es que esas cosas que pasarán serán maravillosas uno puede esperar durante años.
En Esperando a Godot, la obra de teatro perteneciente al teatro del absurdo, escrita a finales de los años 1940 por Samuel Beckett, aparecen dos vagabundos llamados Vladimir y Estragon que esperan en vano junto a un camino a un tal Godot, con quien (quizás) tienen alguna cita. El público nunca llega a saber quién es Godot, o qué tipo de asunto han de tratar con él, pero en cada acto aparece un muchacho que les hace llegar el mensaje a los dos vagabundos de que Godot no vendrá hoy, “pero mañana seguro que sí”.
Vladimir y Estragon piensan que Godot es alguien que les puede solucionar su vida y hacer que vivan mejor, pero ni recuerdan su cara, ni saben con seguridad que es ahí donde le tienen que esperar. Pero ellos esperan. Esperan porque no saben qué más pueden hacer. La inacción entonces se convierte en una forma de acción para Vladimir y Estragon quienes, ante la sensación de haber sido arrojados a la vida, sienten que el único sentido posible es esperar a alguien que en el fondo saben que nunca llegará.
Muchos coinciden en la interpretación de que Godot representa a Dios (God en inglés) aunque Beckett siempre lo negó. Y es que, volviendo a las salas de espera de la vida, nuestra sensación es que justamente esperamos que sea algún tipo de Dios o representante de él, el que abra la puerta de la habitación. Alguien a modo del hada madrina de Cenicienta que nos transforme y nos convierta en seres únicos y especiales que por arte de magia pasen de ser los observadores a los observados. Pero alguien que, también, sentimos que nos da o nos quita a su antojo.
Hay quien monta rabietas en las salas de espera. se enfadan y denuncian que llevan mucho tiempo esperando. Otros creen que se les han colado y miran con rabia a los demás a quienes consideran enchufados, otros deciden marcharse sin saberlo a otra sala de espera y hay quien se pasa la vida pidiendo la hoja de reclamación en el mismo sitio sin moverse.
Es la reproducción de una escena infantil, donde varios hermanos esperan a ver cuando su mamá o su papá salen de su habitación y les dedican su tiempo, su atención. Observan con rigor y frustración el reparto de amor o de bocadillos que siempre consideran injusto. Y lo esperan con la paciencia que les es posible porque están convencidos de que son sus padres los que les pueden proveer y nutrir ante su sentimiento de incapacidad e indefensión en el mundo. Pero ¿qué ocurre cuando a pesar de los años uno se queda en esa misma posición infantil esperando que sea otro el que haga, diga o provea? Como Vladimir y Estragon, hay quien está dispuesto a ser una calabaza toda su vida por no renunciar a la existencia del hada madrina.
Todos estos personajes que imaginamos en la sala de espera parecen no saber que no existe ninguna cadena imaginaria y que pueden abrir con sus propias manos la puerta cuando lo deseen. Sólo tienen que decidirse y moverse pero tienen que ser ellos. En Ante la ley de Franz Kafka, un hombre de campo se encuentra en búsqueda de la ley y desea acceder a ella entrando por una puerta; no obstante el guardián de la misma se lo impide, diciéndole que no puede pasar en este momento. El hombre pregunta si alguna vez podrá pasar, a lo que el guardián responde que es posible, “pero no ahora”. Así que el hombre espera sin hacer nada durante años. Justo antes de morir, le pregunta al guardián por qué si bien todos buscan la ley, nadie se ha acercado a la puerta en todos esos años. El guardián le contesta: “Nadie podía pretenderlo, porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.
La renuncia a la llegada de Godot, a los padres omnipotentes y al hada madrina va a ser la única forma de impulsarnos al movimiento y convertirnos en jinetes que, con las riendas en la mano, abren las distintas puertas de la vida. De esta manera, en un proceso psicoterapéutico, el analista lejos de ser Godot o tener varita mágica, ayuda al paciente a salir de esa espera pasiva y desesperanzada que le condena a una repetición sin límite para que al iniciar sus propios movimientos pueda sentirse y ser el protagonista activo de su vida.
Maite Echegaray