EL CONEJO DE ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Son las cinco de la tarde. Maruja sale de casa y va al granero. Se alegra al ver que las gallinas han puesto tres huevos. Los recoge con cuidado y después saca una silla y se sienta al sol en la puerta de su casa. No estará mucho tiempo sola.

A los diez minutos su vecina viene con otra silla y, poco después, la hija de la vecina se les une. Durante la tarde hay otros del pueblo que pasan por esa calle. Algunos se sientan también un rato porque, para todos, Maruja tiene sillas. Otros simplemente, saludan e intercambian unas frases.

Entre los que se sientan no siempre hay una conversación fluida, hay momentos de silencio que no incomodan a nadie.

Hace mucho que no veo a Luis el de Conchi. Dice Maruja.

Uy, creo que desde que le operaron no anda muy bien. Con lo que le gustaba al hombre trajinar y ahora encerrado en casa todo el día.

-Mañana le llevo unos huevos.

Retomamos nuestra rutina después de unos días festivos de Semana Santa. Digo festivos porque no me atrevo a decir de descanso. ¿Habéis descansado? ¿Habéis hecho la lista de tareas pendientes del “ahora que voy a tener tiempo en las vacaciones”?

A Maruja, a sus ochenta años, no se le pasan estas preguntas por la cabeza. Quizá lo curioso no es que no se las plantee ahora, sino que probablemente jamás se las haya planteado. ¿Una lista de “todo” interminable? ¿Qué es eso? te preguntaría, y afirmaría con contundencia: yo sólo hago lo que tengo que hacer.

La escena narrada al principio de la entrada de este blog sucede en un pueblo del interior de Galicia. La edad de los que se sientan al sol oscila entre los cuarenta y los ochenta años. Nadie mira el móvil, aunque la mayoría tiene. Se dedican a conversar pausadamente. Tienen tiempo y además, parece un tiempo que fuera más despacio que el de otros sitios.

El tiempo. Ese que está en boca de todos, esa joya que todo el mundo quiere tener pero que cuando se tiene, se ocupa con miles de actividades, de tareas, de planes. La tarde de Maruja y sus vecinos sería improductiva para la sociedad narcisista de hoy. ¿En qué podría contribuir para lograr la mejor versión de ti misma tan ansiada en redes sociales? Ese tiempo lo deberías haber empleado en hacer deporte, meditar, hacer un plan estupendo para los niños con manualidades ideadas por ti, leer un libro sobre emprendedores, hacer una receta con macronutrientes y aprender un nuevo idioma con Duolingo.

A nuestra Maruja no sé si le entraría un ataque de risa o nos miraría como si acabáramos de llegar de otro planeta si le contamos ésto. Seguramente nos invitaría a sentarnos al sol, a tomar un trozo de empanada gallega y nos ofrecería una manta porque allí, por la tarde, refresca.

Parecemos el conejo de Alicia en el País de las Maravillas. Siempre con prisa, siempre acelerados pero, ¿alguien sabe por qué tenía tanta prisa el conejo y a dónde iba? El conejo siempre miraba su reloj diciendo: ¡Dios mío, voy a llegar tarde!

Lewis Carroll pretendía reflejar la ansiedad, la conducta paranoica y la exigencia a veces exagerada que los adultos imponen a los niños. Ahora nos la imponemos a nosotros mismos al mismo tiempo que, como dice el filósofo y ensayista Byung-Chul Han, somos la sociedad del cansancio.

Una sociedad del rendimiento, hiperestimulada y obligada al positivismo donde llevamos nuestro cuerpo al límite para llegar a todas las metas que nos proponemos, aunque eso, nos lleve al agotamiento. El autor nos presenta al hombre de la modernidad tardía como el Prometeo cansado, un ser agotado que es constantemente devorado por su propio ego, es víctima y verdugo a la vez, y su libertad, una condena de autoexplotación. La obsesión por la productividad y la necesidad de lograr más y más ha llevado a un aumento en el estrés y la ansiedad en la sociedad, dificultando la capacidad de las personas para encontrar significado y satisfacción en sus vidas.

Nuccio Ordine en su libro La utilidad de lo inútil nos dice también: “Si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida.”

Sin querer caer en que cualquier tiempo pasado fue mejor, sí nos parece importante aprender algo del tiempo de Maruja. Quizá porque la gente de campo está acostumbrada a esperar, pueden también parar y comprender que todo lo importante requiere de tiempo. Las gallinas ponen un huevo al día, las cosechas se siembran de una temporada para otra y los guisos se cocinan a fuego lento. Nada similar a Amazon que, si lo pides antes de 1 hora y 23 minutos, te llega el mismo día.

De la misma manera, los procesos psicoterapéuticos tienen que diferenciarse de los 10 tips para ser feliz de Instagram o corremos el riesgo de derrumbarnos al primer soplido del lobo por estar construidos de paja. Construirnos de ladrillo para ser sólidos requiere de la espera del secado de las capas del cemento y, más que nunca, el espacio psicoanalítico es una invitación a coger una silla de Maruja para poder parar a pensarse sin una tormenta de estímulos, tareas y exigencias que nos despisten de lo profundo.

Desde Psyquia ofrecemos un diván al conejo de Alicia que todos llevamos dentro para que, de verdad, podamos disfrutar del tiempo.

Maite Echegaray García