¡Cuídese!

Habitualmente, tras cada sesión con mis pacientes, me despido de ellos con ¡cuídese! Y créanme si les digo que no es una coletilla cualquiera, es una palabra de despedida, elegida, con intención.

El «cuídate” forma parte del lenguaje colectivo. En lo cotidiano lo utilizamos, muchas veces, sin más.

Pero, ¿qué significa cuidarse?, ¿es un sin más?

Seguramente en el imaginario de cada uno, cuidarse sea una cosa diferente donde están incluidos los buenos y adecuados modos de hacer.

Cuidamos en el nacer y el crecer, cuidamos en el envejecer y el enfermar. A la madre que da a luz, al bebé que nace, al niño que crece, al que se enferma, al adulto que envejece y, de nuevo, al que se enferma. Estamos atravesados por el cuidado. Y no es de extrañar, porque desde la vulnerabilidad propia de cada uno, sea la que sea, todos lo necesitamos, pues nos guste o no, la vulnerabilidad nos acompaña; todos necesitamos del otro.

Acompañamos en estos trances y, mientras tanto, ¿nos cuidamos?, ¿quién nos cuida?, ¿a quién cuidamos?, ¿cuándo nos cuidamos?, ¿cuidamos como nos cuidaron?

Más allá del lenguaje colectivo, si acudimos a los libros, en el diccionario encontramos que cuidar es:

Ocuparse de una persona, animal o cosa que requiere de algún tipo de atención o asistencia, estando pendiente de sus necesidades y proporcionándole lo necesario para que esté bien o esté en buen estado. «Cuidar a un enfermo».

ó 

Procurar, a una cosa o persona, la vigilancia o las atenciones necesarias para evitarle algún mal o peligro. «El perro cuida la casa».

Estas son las acepciones, claras quedan. Hacer lo posible, sea perro, animal o cosa; hacer lo posible para que “otro” tenga sus necesidades cubiertas y evitarle mal.

 

Hacer lo posible…

La propia definición nos pone frente a cierta limitación, nos marca, que en esto de los cuidados, no todo es posible. Uno cuida desde lo que es, desde lo que tiene pero también desde sus dificultades y sus limitaciones. Uno cuida sin poderlo todo, haciendo lo posible y teniendo en cuenta las necesidades de quien necesita ser cuidado, asumiendo que hay cuestiones donde no llega; incluso, en el mejor de los casos, asumiendo y aceptando que hay otras donde no se quiere adentrar.

En términos psicoanalíticos, podríamos decir que cuidamos, no desde la completud y la omnipotencia, sino desde la falta.

Se trata de poder elegir cómo colocarse teniendo en cuenta todos estos aspectos para no perderse uno mismo en los cuidados del otro. Cuidamos cuidándonos porque, si nos perdemos en el otro, ¿quién cuidará de nosotros?

 

De malestar va la cosa

Cuidar y cuidarse siempre trata de evitarlo. Lo imploramos históricamente. Cada uno a su dios o a sus creencias vitales: rogando un “líbranos del mal…”, cruzando dedos, tocando madera y pidiendo buenos deseos a la vela que soplamos o a las mariposas blancas que vuelan mientras paseamos. Evitando pasar bajo escaleras o alejándonos de todos los gatos negros que se empeñan en cruzarse en nuestro camino, nos acogemos a supersticiones y malos augurios, a la mala o buena suerte, o a fantasías que nos hacen el camino más o menos tortuoso.

A veces estas mismas ideaciones nos facilitan la vida, nos ayudan a escapar un poco de un principio de realidad* que en ocasiones se torna insoportable por ser imposible. Un principio de realidad que apoyado en la realidad externa y en nuestra experiencia, intenta encontrar caminos distintos a la satisfacción inmediata, contrarrestando un principio de placer** que no tiene ninguna gana de renunciar a ella como único camino.

En los cuidados también existe un principio de realidad que de alguna manera se impone y del que no podemos escapar, por mucho que nuestras defensas salgan bien armadas para aplacarlo decididamente. La negación, la proyección, la manía, la omnipotencia narcisista, la defensa que sea, no nos libra de los momentos, tan complicados a veces, que también tiene la vida.

Ya Freud nos dijo que la felicidad completa no existe, que “el programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable; empero, (…) no es posible resignar los empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento” (Freud, 1929, 83).

Así que mientras nos empeñamos en llegar a esa ilusión de una felicidad completa, nos entretenemos en las satisfacciones que vamos encontrando por el camino, esas que propician cierta felicidad posible.

Como la vida en general, las situaciones de cuidados y de ser cuidados son experiencias llenas de ambivalencias, de obstáculos, de dificultades. Pero también de renuncias, de sacrificio y de entrega. Frente a estas experiencias aparecen las limitaciones que venimos nombrando. Las de cada uno pero, también, las que nos propicia el límite del tiempo y de los recursos disponibles. Se trata de encontrar un verdadero y complejo ajuste que en ocasiones se vuelve verdaderamente imposible. ¡Qué bueno sería poder encontrar ese ansiado equilibrio, idealizado, que no se deja pillar fácilmente!

En la reseña anterior, Ana García nos hablaba del concepto de “rêverie«, la capacidad de la madre de ponerse en sintonía con el bebé para poder, entre otras cosas, cuidarlo. Algo así toca en estos momentos también. Cuidar, en términos generales, podría entenderse como cualquier proceso de maternaje. En ésto, Winnicott vuelve a ser un buen compañero. Tomando a su “madre suficientemente buena” podemos hacer cierto paralelismo.

La madre suficientemente buena a la que Winnicott nos acerca, es aquella que podrá estar “en rêverie” pero, que además, podrá actuar acorde a los aspectos más genuinos del bebé. Una madre suficientemente buena que se adapta a las necesidades del bebé pero que ni le deja solo ni se vuelve excesivamente intrusiva. Alguien que le acompañe, le sostenga y le legitime como persona. Aquella que le cuide sin taponarle.

Por ello es imprescindible tener en cuenta a quién tenemos delante. Tener en cuenta la necesidad y la vulnerabilidad del otro en cuestión, y la nuestra propia. Ese es el verdadero equilibrio, entre el que cuida y el que es cuidado. Gracias a que nos cuidaron es que podemos cuidar, que podemos cuidarnos. Cuidarse para poder cuidar del otro es imprescindible.

Cuidar no es únicamente la manera en la que cada uno propicia un bienestar a otro que lo necesita, el abanico es amplio. Cuidar es más que eso. Cuidar es acompañar, acoger, sostener, contener… A veces cuidar es, simplemente, no dañar. Y eso, eso sí que no es tarea fácil.

Con el inconveniente de que no hay consejos válidos para todo el mundo, cada cual tiene que encontrar su manera de hacer. El inconsciente hará su aparición; el deseo y el goce de cada uno influirán de manera singular.

Frente a un “las cosas se hacen así” de cada imaginario, tengamos en cuenta los puntos intermedios, pues las cosas se harán desde cada particularidad subjetiva.

 

Cuidarse…

Esta palabra, que no es una palabra cualquiera, que no es una palabra sin más, está cargada de sentidos. Y cargada de “amor”. Porque de amor han de estar cargados los cuidados. Quizás sin amor son otra historia. Sin amor la carga es otra.

Intentemos cuidar y cuidarnos desde el deseo, desde la falta, desde el amor. Desde ahí podremos hacerlo desde la satisfacción, sin culpas, sin sometimiento, sin deudas pendientes.

El amor, como Freud lo sitúa en El malestar de la cultura, es aquella orientación de la vida que está en el punto central, en aquel que espera toda satisfacción del hecho de amar y ser amado. “Una actitud psíquica de esta índole está al alcance de todos nosotros” (1929, 82). Quizás, si logramos colocarla también en el punto central en el cuidar (y en el cuidarse), podremos hacer uso de la capacidad de ponernos en el lugar del otro, permitiendo que hagan lo mismo con nosotros.

Nuestras consultas abren sus puertas con esta idea de cuidado. Sus butacas y divanes son los espacios propicios para quién cuida pero también para quién es cuidado. Transitar por ellos ayuda, sin duda, a repensarse cada uno el lugar que puede ocupar, o no, mientras cuida, mientras se cuida. Pero también el lugar desde el que ser cuidado. En una sociedad que se acerca cada vez más a caminos individualistas y donde el tiempo está medido y metido en tablas de excels, dedicar tiempo a cuidarnos desde esta perspectiva puede ser hasta un acto revolucionario, de valentía.

¿Y si lo aplicamos a nosotros mismos? De nuevo, “¡cuídense!”

Natalia Torres

 

 

* Principio de realidad: «uno de los principios que rigen el funcionamiento mental. Forma un par con el principio del placer, al cual modifica: en la medida en que logra imponerse como principio regulador, la búsqueda de la satisfacción ya no se efectúa por los caminos más cortos, sino mediante rodeos, y aplaza su resultado en función de las condiciones impuestas por el mundo exterior» (Laplanche y Pontalis, 2007, 299).

** Principio de placer: «el conjunto de la actividad psíquica tiene por finalidad evitar el displacer y procurar el placer. Dado que el displacer va ligado al aumento de las cantidades de excitación, y el placer a la disminución de las mismas, el principio de placer constituye un principio económico» (Laplanche y Pontalis, 2007, 296).

Referencias bibliográficas:

  • Freud, S. (1929): El malestar en la cultura. En OC, tomo XXI. Amorrortu editores. Buenos Aires, 2007.
  • Laplanche, J. y Pontalis, JB (1993): Diccionario de psicoanálisis. Paidós. Barcelona, 2007.
  • Winnicott, D.: Los bebés y sus madres. Paidós. Buenos Aires, 1993.