¿Juegas conmigo?

Por ello, podemos decir que jugar es un potente motor evolutivo que permite al niño explorar el mundo, facilita la práctica de habilidades ya adquiridas y el desarrollo de nuevas, además de un medio de elaboración de conflictos internos. Porque cuando un niño juega se relaciona consigo mismo, con los demás y con el mundo.

Pero, además, el juego tiene un importante papel en la construcción psíquica del niño.

El proceso de estructuración psíquica de un sujeto va de la dependencia a la autonomía. En este camino, le acompaña un otro (generalmente la madre) que traduce las necesidades del bebé a través de un intercambio de sonidos, gestos, sonrisas, etc. y le devuelve una imagen de sí mismo. En este intercambio, el adulto dejará suficiente espacio como para que el bebé acepte su ausencia. De este juego de ausencia y presencia, el bebé irá creando su espacio, siendo capaz de diferenciar su propio cuerpo del afuera, ambiente con el que irá relacionándose.

Para que el niño pueda acceder al mundo y empiece a tomar distancia de la madre, necesita tener algo que le permita soportar las separaciones con ésta. El objeto transicional del que nos habla Winnicott (1951) (una sabanita, un doudou o peluche) cumple la función de representar a la figura de referencia ausente. Esta primera interacción con el objeto transicional será la antesala del juego.

La forma de estar en el mundo del niño pasará de una posición pasiva a una activa, que implica su interiorización y comprensión.

Así, cuando el mundo se vuelve incomprensible para el niño, el juego le va a permitir elaborar miedos, anhelos, angustias, conflictos, deseos y aquellas situaciones impactantes o difícilesde asimilar. Jugar abre una puerta a elaborar psíquicamente dicha experiencia, primero, a través de la repetición, para después introducir posibles cambios, permitiendo descargar y modular la intensidad de lo vivido, jugando activamente la experiencia para poder asimilarla. El juego sirve a modo de externalización del propio mundo interno y como vehículo de proyecciones, donde el niño puede realizar deseos o enfrentar miedos sin las consecuencias reales que esos deseos o miedos tendrían en la vida cotidiana.

Me viene a la cabeza el caso de una niña que, ante la conflictividad con su hermano, en cada sesión jugábamos a crear escenarios de defensa, que le permitían explorar diferentes formas de lidiar con la agresividad. Esto facilitó la expresión de emociones como la frustración o el enfado, representadas de manera simbólica, es decir, siendo más accesible para ella, y poder así elaborar la rivalidad fraterna. En cambio, hay niños que, aunque parezca que “están jugando”, no juegan, siendo diversos los motivos.

Frances Tustin habla de ello en su libro Autismo y psicosis infantiles (1972). Cuenta que, en patologías graves, donde el yo no está suficientemente diferenciado y se carece de capacidad para fantasear, los niños están anclados a un mundo de sensaciones y sus acciones se orientan a la repetición de dichas sensaciones, impidiendo así la capacidad de explorar y pensar. Se trata de actividades repetitivas con la finalidad de producir sensaciones, donde no hay acceso a la imaginación ni la fantasía, y suelen ser objetos vividos como partes del propio cuerpo.

El sentido de existencia y de seguridad para estos niños, está ligado a mantenerse en contacto con los objetos, siempre presentes y generadores de sensaciones (Tustin, 1972).

Recuerdo un niño que durante los primeros encuentros cogía una pelota, la cual hacía girar sin parar, se tiraba sobre ella en el suelo y abrazaba. A medida que avanzaron las sesiones, la actividad principal era lanzar esa pelota por una rampa, provocándole una gran alegría al verla rodar cuesta abajo. Entendí que él era la pelota. Poco a poco, la acción de tirar la pelota por la rampa permitió al niño ir conectando con la mirada, con mi mano, hasta que pudo dejar a un lado la pelota y ser él el que acabara tirándose por la rampa a modo de tobogán.

En la clínica psicoanalítica con niños, a menudo, nos encontramos con dificultades del jugar, donde algo de las posibilidades del jugar se ve alterado, lo que puede implicar detenciones y atrapamientos en el proceso de subjetivación (Royo, R. et al, 2022). Como psicoterapeutas, jugar con el niño ayuda a sentirnos en su piel, a sostener sus proyecciones, a entenderlo mejor y facilitar su camino hacia la construcción como sujeto.

Luciano Lutereau plantea en su libro El idioma de los niños (2014), que el lugar del analista en el juego es la de uninterlocutor, destituido del saber y dejándose enseñar.

En el libro En juego (2022), las autoras explican que “El niño y sus juegos son inseparables, cambian y se modifican el uno al otro. El juego, además de terapéutico, tiene un gran valor diagnóstico, pues nos permite saber dónde está ese niño y a partir de ahí, respetando ese lugar, tratar de entender por qué está así, allí.

Desde Psyquia, consideramos el jugar como una actividad muy importante y seria, por ello queremos acompañar a todos esos niños y niñas que nos invitan a jugar con ellos, así como a aquellos que les cuesta un poco más, en un encuentro donde puedan desplegar sus miedos, fantasías y deseos.

 

“Todo abismo es navegable en barquitos de papel”

João Guimarães Rosa

Sara Rovira

Referencias bibliográficas

Lutereau, L. (2014). El idioma de los niños. Lo infantil en nuestra época. Letra Viva.

Royo, R., Jachevasky, L. y Pont, T. (2022). En juego. Teoría y técnica del juego en la práctica clínica actual. Barcelona. Herder.

Tustin, F. Autismo y psicosis infantiles (1972). Barcelona. Paidós.

Winnicott, D. W. (1951): Objetos y fenómenos transicionales, en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona. Paidós.