HABLAR, UN EFECTO DEL AFECTO
Si pudiéramos contar lo que entendíamos de los adultos que nos rodeaban, recién llegados al mundo, podríamos pensar en la escena de la serie de Snoopy, en la que la maestra de Charlie Brown cuenta el contenido de la clase, pero lo que escuchan los alumnos es un ruido, cuyo sonido varía, pero, al fin y al cabo, ruido.
Es evidente lo fundamental que es para un ser humano que el mundo le sea traducido, enseñado, mostrado, lo cual es, entre otras cosas, una forma de invitar a ese bebé a vivir ese mundo que previamente conocerá a través del relato de su madre, de su padre… y del que, más adelante, podrá construir un relato propio.
Esta compleja función de “traductor” implica, entre otras cosas, una posibilidad civilizadora para el niño, en tanto y cuanto lo que el niño trae “de fábrica”, se significa en un lenguaje común que posibilita que el futuro adulto o adulta, pueda formar parte de una sociedad.
El ruido que escuchaban los compañeros de clase de Charlie Brown de la serie de Snoopy, podrá ser escuchado y entendido a través del lenguaje, si ha habido otro que le ha traducido, con palabras, las cosas que le pasan. Otro que al llanto nocturno lo llamó “tiene sueño”, al llanto matutino lo llamó “tiene hambre”, a los ruidos que hacía a la hora de la siesta lo llamó “puede que le duela algo…” y así, infinitas traducciones que las figuras de referencia para ese bebé han hecho a través del lenguaje.
Podemos pensar entonces que, de alguna manera, nos “inventamos” al bebé, atribuimos que lo que hace y lo que no hace tiene significados concretos, damos distintas explicaciones en función a cómo entendemos el mundo, con nuestras dificultades y capacidades. De modo tal que ese “invento” humaniza al bebé y le hace ser uno más del relato familiar que a éste le precede. Este proceso de significar el mundo al bebé es de todo menos fácil, de hecho, es bastante complejo y, como en todas las relaciones humanas, siempre quedan fisuras, hendiduras, agujeros los cuales, muchas veces, pueden suponer convertirse en dificultades en niños y niñas.
Actualmente y cada vez con mayor frecuencia, en consulta vemos numerosas dificultades en el lenguaje, en la comunicación y en la intención de conectar con otros para relacionarse.
Pensemos en Miguel, de 3 años y medio, cuyos padres le llevan a consulta por dificultades en la comunicación. Para pedir que le lleven al baño a hacer pis, Miguel emite un sonido que podría leerse como: “brrrrr” y por mucho que se intenta enseñarle a que diga “pis”, la familia cuenta que es muy difícil y, finalmente, el niño, la mayoría de las veces se hace pis encima. Durante los primeros encuentros con Miguel, una de las cosas que más llamaban la atención es cómo, aún sabiendo nombrar los objetos que estaban en el despacho, instaba a que fuese la psicóloga que lo dijera primero para luego decirlo él y así jugaba una y otra vez, una y otra vez. En una ocasión, coloreando una figura de Spiderman, la psicóloga le preguntaba los colores y, al terminar, Miguel le cogió la mano y la llevó a una zona del dibujo señalando un color en concreto y él, mirando a los ojos fijamente, nombraba la primera sílaba del color y esperaba a que la psicóloga completara la palabra para luego decirla él. El juego que hacía Miguel tenía, entre otros, un elemento común e insistente: convocar a la psicóloga para confirmar y para autorizar lo que él ya sabía decir, pero quizá no podía nombrar por sí sólo.
En tal sentido, es importante poder plantear las diferencias que hay entre lo que un niño dice y lo que un niño nombra, o bien, de lo que un niño repite y sobre lo que un niño habla. Lo que se pone en marcha psíquicamente al decir y al nombrar, o al repetir y al hablar, es distinto en la medida en que para poder nombrar y hablar, el niño debe sentirse afectado, es decir, es necesario que existan determinados afectos resultantes de una relación con otro, que movilicen en el niño, la aparición del lenguaje que facilite la comunicación con los demás, es decir, que pueda entender y que se haga entender.
En PSYQUIA ponemos de relieve la importancia del vínculo terapéutico con el niño y todos los afectos que de éste se despliegan para que puedan ser nombrados y elaborados de forma tal, que contribuyan a la construcción de una autonomía y autoregulación suficientes, para las distintas áreas de su desarrollo.
Referencias:
Enlace serie “Snoopy”: https://www.youtube.com/watch?v=ss2hULhXf04
Daniela González Brizuela