LOS PODERES HIPNÓTICOS DE LA MIRADA

“Confía en mí, sólo en mí. Cierra los ojos, confía en mí. Puedes dormir sano y salvo sabiendo que estoy cerca. Deslizarse en el sueño silencioso, navegar en una niebla plateada. Lentamente y seguro. Tus sentidos dejarán de resistirse. Relájate, descansa, como un pájaro en un nido”.

Esta letra corresponde a la canción “Confía en mí”, interpretada por Scarlett Johansson en la última adaptación de Disney de “El libro de la Selva” donde da voz a la famosa serpiente Kaa.
Cuando Rudyard Kipling publicó en 1894 su libro hizo que la serpiente pitón fuese el personaje más misterioso y poderoso de toda la obra. Actuaba como figura paterna de Mowgli junto a Bagheeray Baloo. Sin embargo, las adaptaciones cinematográficas de Disney la retratan como un enemigo que intenta comerse al niño protagonista con su mirada hipnotizante y su promesa de que si confía en ella nunca tendrá que abandonar la selva.

¿Qué significa abandonar la selva? Entre las distintas interpretaciones que se han hecho, se propone la selva como la representación de la infancia, un lugar donde ha vivido libre, gobernado por sus instintos más primarios y siempre protegido por sus figuras de autoridad a los que creía todopoderosos. Pero Bagheera, cumpliendo su función de interdicción, le indica que debe dirigirse a la aldea humana que representa el mundo adulto, la civilización, la entrada en la cultura y la asunción de responsabilidades.

La intención de Kaa es justamente la contraria. Atrapar a Mowgli, aletargarle, que entre en un sueño profundo paralizador que promete la posibilidad de la eternidad de la infancia.

Ahora bien, entre la lucha de Bagheera y Kaa nos hemos encontrado todos. Es más, a menudo observamos en la clínica como, paradójicamente y de manera inconsciente, cada uno busca su propia serpiente hipnotizadora. Veámoslo con algunas viñetas.

María relata una relación muy ambivalente con su madre. En ocasiones dice no poder soportarla, pero sin embargo no puede parar de mirarla. Está atenta a todos sus comentarios donde se siente interpelada, a sus opiniones, a sus actos. Aunque dice no compartirlos, siempre termina sometiéndose al deseo materno y dudando de sí misma.

Pilar dice estar presa de la envidia que sufre por una amiga. Representa para ella un ideal, cree que tiene todo lo que ella jamás podrá alcanzar: un cuerpo perfecto, una inteligencia superior, un novio estupendo, un trabajo mejor remunerado. Cuando profundizamos, Pilar en realidad tiene intereses y valores distintos a los de esta amiga pero, como en el caso anterior, aparece de nuevo el sometimiento: en cuanto ella le pide algo dice que le sale un “sí inconsciente” y pierde su voluntad.

Susana tiene problemas con su marido. Está pendiente de él constantemente comparando la dedicación que cada uno tiene con sus hijos: “él no se preocupa, está a lo suyo. Yo sin embargo estoy pendiente de los niños y de él. Me encargo de que todo el mundo tenga su postre favorito en la nevera, él ni si quiera sabe cuál es el mío.” Se queja pero al mismo tiempo, intenta complacerle. Siempre tiene para él una mirada escrutadora que trata de adivinar su estado de ánimo del cuál, además, se siente absolutamente dependiente.

Aunque nos sorprenda, María, Pilar y Susana no se encontraron azarosamente con sus serpientes Kaas. Como decíamos antes, las buscaron de manera inconsciente. Pero ¿para qué? Quizá como una forma de quedarse en la selva.

Ninguna puede dejar de mirar. Las tres se encuentran hipnotizadas, atrapadas, aletargadas en su subjetividad y crecimiento. Infantilizadas pero a la vez sosteniendo la figura del hipnotizador.

Freud en “Psicología de las masas y análisis del Yo” nos explica que la persona que representa al hipnotizador reemplaza al ideal del yo y, con tal de asegurarnos su existencia, el yo se somete totalmente a él. Dice: “Se ama en virtud de perfecciones a que se ha aspirado para el yo propio y que ahora a uno le gustaría procurarse, para satisfacer su narcisismo, por este rodeo. El yo resigna cada vez más todo reclamo, se vuelve más modesto, a la par que el objeto se hace más grandioso y valioso; al final llega a poseer todo el amor de sí mismo del yo, y la consecuencia natural es el autosacrificio de este. El objeto, por así decir, ha devorado al yo.”

Es decir, le damos un poder al otro para sostener a través de él la fantasía de la omnipotencia de la infancia. Hacemos una renuncia parcial: asumimos no poder ser omnipotentes nosotros, pero al mismo tiempo mantenemos que hay otro que sí lo es. El precio de sostener esta creencia es vivir aletargado, hipnotizado y sumiso. Idealizando a todo aquel que nos pueda servir de pantalla para proyectar nuestra fantasía infantil.

Freud además nos dirá: “En la hipnosis no se repara en ningún otro además de él (el hipnotizador). Lo que él pide y asevera es vivenciado oníricamente por el yo; esto nos advierte que hemos descuidado mencionar, entre las funciones del ideal del yo, el ejercicio del examen de la realidad”.

Esto explica como nuestras tres pacientes cuando se despiertan momentáneamente de su ensoñación pueden cuestionarse sobre su posición, pero cuando su mirada se encuentra absorta en su serpiente Kaa, no hay juicio de realidad ni pensamiento crítico. Sólo están ellas y su serpiente. No hay nada más. ¿A cuántos amigos le hemos dado consejos que parecían escuchar hasta que se reencontraron con su serpiente Kaa y volvieron a estar hipnotizados?

Nuestra propuesta: poder renunciar a esa mirada paralizante sostenedora del narcisismo infantil para poder verse a uno mismo y elegir con libertad hacia donde emprende cada uno su camino. Y es que cuando Mowgli deja de mirar hipnotizado, el cuerpo de la serpiente que le atrapa pierde fuerza. Y tú, ¿tienes alguna serpiente Kaa?

Maite Echegaray García

Referencias bibliográficas

Freud, S. (1921): Psicología de las masas y análisis del yo. En Obras Completas, tomo XVIII. Buenos Aires, Amorrortu 2007.