COVID, GÉNERO Y REDES SOCIALES

Cada vez utilizamos más las redes sociales, para bien y/o para mal y, la población joven y adolescente son un colectivo especialmente vulnerable frente a las consecuencias de las mismas. A su vez, estamos viviendo unas circunstancias externas por la Covid-19 de mayor aislamiento por confinamientos o no, de mayor ansiedad por la incertidumbre y otras situaciones, de mayor inestabilidad para la gente joven, y un largo etcétera y, con más tiempo y “necesidad” de las redes sociales.

Diversas investigaciones han demostrado las consecuencias perjudiciales que producen el uso excesivo de pantallas digitales en el desarrollo cognitivo de los más jóvenes. Sin embargo, la Covid-19 nos ha obligado a incorporar estos dispositivos como herramienta de comunicación y de enseñanza. Es una herramienta que, a través de las redes sociales, es la manera para muchas personas actualmente para contactar con otras personas y mantener y /o establecer nuevos “vínculos”.

Tristan Harris, presidente y cofundador del Center for Humane Technology y especialista en ética del diseño en Google, nos cuenta en el documental sobre redes sociales The Social Dilemma, que las redes sociales profundizan cada vez más en el tronco cerebral de niños y niñas y controlan su autoestima y su identidad. Hemos evolucionado para preocuparnos por si los demás piensan bien de nosotros o no, porque importa.

Pero ¿hemos evolucionado para saber qué piensan 10.000 personas de nosotros? No hemos evolucionado para recibir aprobación social cada cinco minutos. No estamos diseñados para eso.

Organizamos nuestras vidas en torno a este sentido de perfección percibida, porque recibimos pequeñas recompensas a corto plazo: corazones, me gusta, pulgares… Y lo confundimos con valores y con la verdad. Y realmente es una popularidad falsa y frágil a corto plazo y eso te deja aún más vacío que antes de hacerlo. Porque se entra en un círculo vicioso. Apliquemos eso a dos mil millones de personas y pensemos en cómo reaccionamos ante las percepciones de las demás personas (es tremendo, ¿no?).

Jonathan Haidt, psicólogo social, nos cuenta que ha habido un aumento enorme en la depresión y la ansiedad en la etapa de la adolescencia en EEUU, que empezó entre 2011 y 2013.

El número de chicas de cada 100.000 en este país que ingresaban en un hospital cada año porque se cortaron o se hicieron daño de alguna manera, se mantuvo estable hasta 2010, 2011, y luego empezó a subir. Ha subido un 62% en las adolescentes mayores. Ha subido un 189% en las preadolescentes. Eso es casi el triple. Lo peor es que vemos el mismo patrón con el suicidio. Las adolescentes de 15 a 19 años, han subido un 70% en comparación con la primera década de este siglo. Las preadolescentes, que tenían unas tasas muy bajas, han subido un 151%. Y ese patrón apunta directamente a las redes sociales.

La generación Z, las personas nacidas después de 1996, son la primera generación de la historia que llegó a las redes sociales en el instituto. Vuelven del cole y se conectan a sus móviles. Toda una generación más ansiosa, más frágil, más deprimida. Les preocupa mucho más asumir riesgos. Los que han tenido alguna relación romántica cae rápidamente. Es un cambio real para esa generación y las siguientes. Y por cada adolescente, hay una familia preocupada y a veces horrorizada preguntándose, “¿qué les pasa a nuestros hijos y nuestras hijas?”.

¿Dónde pensáis que estaría el límite o qué límites debemos poner ante todo este avance tecnológico que estamos viviendo?

Además, hoy día nos encontramos que las redes sociales y el móvil pueden facilitar la violencia. A través de Instagram y WhatsApp se dan tremendas situaciones de control, chantaje y amenazas.

Como se publicó en el periódico El País[1], según el estudio de la Universidad Complutense, encargado por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, el 4% de las adolescentes de entre 14 y 19 años han sido agredidas por el chico con el que salen o salían; y casi una de cada cuatro confiesa que su novio o exnovio las controla hasta el punto de fiscalizar con quién hablan o cómo visten. Dicho estudio también nos muestra que en siete años la situación no ha mejorado. El porcentaje de chicas que afirma haber sufrido agresiones físicas se mantiene y más del 12% de los adolescentes y las adolescentes no consideran como maltrato conductas como que un chico le diga a su novia con quién puede hablar, dónde ir o qué hacer.

 Las relaciones de pareja cada vez son más tempranas y cada vez más adolescentes acuden a centros de atención a mujeres maltratadas, y cada vez son más jóvenes las que piden ayuda.

Desde nuestra experiencia en PSYQUIA desde la psicoterapia, piden ayuda por sentirse muy confundidas, desorientadas y con sentimientos de angustia, pero no saben qué les pasa. Existe poca conciencia entre lo que es saludable y lo que no lo es y hay poco registro e identificación del malestar y la ansiedad. Por eso es importante ayudarles a poner palabras a ese malestar, desarrollar recursos que les protejan frente a estas situaciones que hemos comentado y que desarrollen una autoestima y una identidad lo más sólida y real que se pueda desde la mayor autonomía posible con respecto a sus propias vidas y con un criterio propio.

[1] «La violencia de género sobrevive en las parejas más jóvenes», El País, 28/05/2013.