Psicoanálisis y Poesía. Una relación cercana

Al pensar en el psicoanálisis y su relación con la poesía, me surgen dos ideas generales.

Por una parte, la naturaleza “creativa” de la interpretación psicoanalítica y de la poesía que abre a otros sentidos distintos a los que ya se conocen y, por otra parte, pero de diferente forma, la resonancia afectiva ante el lenguaje ante de la intervención del psicoanalista y ante la poesía.

…una paciente: “…llegué sin que nadie me esperase, como una sorpresa, no sé si buena o mala, pero fue absolutamente inesperado. Me esforcé para que haya merecido la pena y haya sido una buena sorpresa y no volver al sitio donde me dejaron, recién nacida…”. Su psicoanalista le dice: “… aún hoy, sigue usted llegando a los sitios, esforzándose más de lo que puede y, si me apura, de lo que le apetece, para sentirse bienvenida, acogida, esperada y recibida como quizá no se sintió cuando llegó por primera vez. Se le va la vida en ello…
Citando a Silvia Geller, en Interpretación y Poesía: “¿Qué es la poesía en sí misma sino la creación, la invención de un nuevo sentido? ¿No es acaso la poesía la que nos transporta a un mundo inédito de significaciones, que no están escritas más que en los intersticios del encadenamiento de palabras y su distribución en un espacio? Estas preguntas, que están presentadas al modo de una retórica, pretenden ser la apertura al siguiente problema: ¿a qué apunta la interpretación en psicoanálisis?, y ¿qué articulación hay entre la poesía y la interpretación? ”

La viñeta clínica inicial del texto es un ejemplo de intervención, después de casi un año de tratamiento, de un psicoanalista a su paciente a propósito de pensar, repensar e ir elaborando el relato que sostiene, en esta paciente en particular, la forma en la que llega a los sitios y el malestar que, a veces, esto le puede generar.

A través de la metáfora, el psicoanalista facilita una posibilidad de conectar (entre muchas otras conexiones posibles) la vigencia de un pasado que insiste en la vida actual de la paciente, en forma de malestar, abriendo un espacio para pensar y diferenciar qué de su malestar tiene que ver con aquello
que forma parte del pasado y qué tiene que ver con su propio deseo de elegir cómo llegar a los sitios, a pesar o más allá del pasado.

En general, el psicoanálisis podría entenderse como un recorrido vital, a través de los relatos y también de los actos del paciente, susceptibles a las intervenciones del psicoanalista en forma de interpretación de los contenidos que trae a sesión, construcciones, señalamientos, actos analíticos y otras intervenciones posibles.
En este sentido, vemos como gran parte del trabajo del psicoanalista es intentar entender cuál es la función del o de los síntomas que generan malestar y de los cuales se tiene noticia a través de la forma como el paciente los cuenta, con qué lo asocia, qué ideas tiene acerca de él, cuándo empiezan, cuándo aparecen y, si desaparecen, cuándo lo hacen… de modo que este material abstracto, subjetivo… está ineludiblemente articulado a través del lenguaje, un lenguaje que estructura el relato propio del paciente y que además es un relato particular, susceptible de una intervención particular, imposible de universalizar.

El lenguaje y la escucha son de las principales herramientas de trabajo de los psicoanalistas. A diferencia del necesario orden y coherencia que estructuran una conversación entre dos o más interlocutores, la “conversación” del paciente en una sesión psicoanalítica, ha de flexibilizar las normas de coherencia y orden particular que rigen cualquier conversación al uso y, el paciente, por la regla fundamental del psicoanálisis, la Asociación Libre, ha de dejarse llevar, evitando lo más que pueda la censura, para contar todo lo que se la pase por la cabeza, todo lo que advenga a su pensamiento, independientemente de si existe o no una relación coherente entre un contenido y otro. De modo tal que, semejante a la elaboración poética, la coherencia del contenido que traen los pacientes no importa tanto como el sentido y lo que simboliza para su vida, pero sobre todo, la posibilidad de que el paciente pueda dar un nuevo sentido al relato que sostiene su sufrimiento.

Citando a Julián Doberti, en Poesía y Psicoanálisis: “Freud decía que las palabras del poeta son acciones. Podríamos decir que allí poeta incluye, también, al analista. Porque, si las palabras son acciones, lo son en el sentido en que se disuelve la rigidez de los binarismos, tan transitados, que oponen lo simbólico a lo real, la apariencia a la realidad, el decir al hacer.”

Existe una semejanza entre la relación del poeta con el lenguaje y la relación del analista con el lenguaje, es decir, la conmoción afectiva que supone una intervención analítica es una respuesta del resonar del decir del psicoanalista, en el paciente. Dicho de otra forma, es ese resonar afectivo que, con cierta semejanza puede ocurrir con la poesía, emerge como parte de un proceso psicoanalítico intentando conmover y flexibilizar fijaciones sintomáticas que paralizan y generan sufrimiento en el sujeto.

Eduardo Galeano dijo: “Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias”. Aunque es difícil estar en desacuerdo con Galeano, creo que también estamos hechos de átomos, no sólo de relatos, aunque a veces esos relatos, pueden conmover muchos átomos de nuestra existencia.

Sentir, pensar, hablar
Otro nos escucha,
Es distinto, es Otro
Al servicio de crear
Un verso
Dos versos
Tres versos
Verso de versión
De otras versiones de nosotros mismos
De otras salidas posibles
De otra vida más vivible
De Otro que no existe
Aunque en cada uno de nosotros, insiste e insiste e insiste
Con y sin el poeta

Daniela González Brizuela

Referencias bibliográficas:

https://www.eol.org.ar/template.asp?Sec=publicaciones&SubSec=impresas&File=impresas/col/jornadas/el_tiempo/geller.html

http://www.polvo.com.ar/2019/08/la-poesia-del-psicoanalisis/