PERDER UN BEBÉ

Juan y Tomás están jugando al escondite. Juan tiene dos años y Tomás ya tiene seis. Le toca esconderse a Juan y muy decidido se coloca en una esquina y, con toda su fuerza, se tapa los ojos con sus manitas. Está convencido de que como él no se ve, Tomas tampoco podrá verle. Tomás termina de contar y, al darse la vuelta, ve a su hermano en la esquina. Primero desconcertado y después enfadado grita: ¡así no se juega! ¿no te das cuenta de que te estoy viendo?

La semana pasada hablábamos en nuestro blog de la diferencia entre el silencio y lo que se silencia porque de alguna manera daña. Pues bien, a veces nos sigue sorprendiendo como de adultos seguimos usando estos mecanismos infantiles para esconder lo incómodo de la vida. Como Juan y como el mono de WhatsApp, que hace referencia a los tres monos sabios de origen japonés, cerramos ojos, oídos y boca a lo que no nos gusta o asusta. Si no se ve, no existe. Y si no se habla, nunca pasó.

Pero, ¿qué le pasa a quien como Tomás le desconcierta la simulada ceguera de los otros? o ¿cómo en el cuento de “El traje nuevo del emperador” de Hans Christian Andersen, el niño denuncia que el emperador va desnudo? Parece que, como en la fábula, el que ve, el que sufre, tiene que sentirse estúpido y urgido a sumarse a la negación popular.

Tomás puede ser también una mujer que padece un aborto espontáneo y sufre. Ella ve lo que otros no quieren ver. Curiosamente, puestos a silenciar, en castellano esta experiencia no tiene ni una palabra asignada. En inglés y francés existe la diferenciación entre abortar voluntariamente (abortion, avortement) y perder un bebé (miscarriage, fausse couche). De esta manera, nombran la existencia de un nacimiento fallido.

Por supuesto no pensamos que cualquiera de estas situaciones sea más dura que la otra, pero sí son distintas y sí generan cosas diferentes. Y en el tema que hoy nos ocupa, observamos como ante lo incontrolable de la vida es cuando más fuerte cerramos los ojos. Fuerte, fuerte hasta ver chiribitas.

Y es que existen muchas pérdidas dolorosas en la vida, pero la imagen de una cuna vacía es desgarradora porque representa la ausencia de lo que pudiendo existir finalmente no existió, de lo que pudiendo ser, no fue. De un proyecto iniciado pero fracasado.

No fue solo un deseo, existió. Quizá brevemente, pero existió. También existió el sentimiento de ser madre que parece que tuvo que morir junto a ese bebé y, de repente y sin previo aviso, esa mujer pasa de SER una futura madre llena de citas en los protocolos de obstetricia, a convertirse en una NO-MADRE sin citas agendadas y con una tripa flácida y vacía.

La corte del emperador, que quiere sostener que su líder va vestido con las sedas más preciadas, y eso sí, con su más buena intención, insistirá en que no pasa nada, que “mujer legrada, mujer embarazada”. Y de nuevo, querrá acelerar la vuelta a la vida de esa mujer que no está preparada para que el mundo siga girando como si nada.

Así somos los seres humanos, nos contamos cuentos para explicarnos nuestra existencia, pero a veces con tal de llenar esa cuna vacía, también nos contamos auténticas novelas de terror. “Preferimos” sostener que existe un culpable o que hicimos algo mal, a darnos cuenta que hay cosas que nos trascienden y que jamás vamos a entender, ni a controlar. Honestamente, hay cuentos que es mejor no contarse.

Queríamos finalizar con la experiencia de una mamá que nos contaba que después de sufrir un aborto estando de dieciséis semanas de gestación, su hijo de tres años, con un diente de león en la mano, le preguntó si podía pedir el deseo de que naciera la hermanita que había perdido. Ante la respuesta negativa de la mamá, el niño dijo: “está bien, entonces quiero pedirme un coche de policía”.

En realidad, el primer deseo de este niño respondía a la necesidad de saber si podía hacer algo para que desapareciera la tristeza de su mamá, pero al darse cuenta que eso no estaba en sus manos, dirigió su deseo a lo que sí podía ser.

Desde Psyquia, estamos dispuestas y comprometidas a abrir ojos, oídos y boca para dar a estas mujeres el lugar que merecen y necesitan. Acompañarlas en lo que son y en lo que pueden ser. Acompañarlas a encontrar su coche de policía.