¿TODOS ADICTOS?

Necesitamos ayuda con nuestra hija porque es adicta a todo lo que tenga pantallita, no sabemos cómo hacer con ella”.

“Nuestro hijo tiene un gran problema. La adicción que tiene al móvil es tremenda, es lo único que le interesa”.

“Con la pandemia todo se complicó. En casa había unos límites claros en relación a su uso, pero cuando el 100% de las clases las tuvieron que dar a través de la Tablet, ya no hubo manera de frenar. Ahora se ha transformado en una adicción”.

Distintos pacientes que llegan a consulta, distintas familias, distintas demandas, mismo fondo: “tenemos un adicto en casa”. Pero ¿es así?, ¿responde a una adicción?, ¿puede ser el móvil o la Tablet un objeto que ocupe ese lugar?

Si pudiéramos otorgarle un lema a modo de mantra al psicoanálisis sería “el caso por caso”. Cada paciente es único en su singularidad, en su subjetividad inconsciente. Y así hay que recibirle. Y en estas cuestiones, aunque haya muchos adolescentes o familias que se presenten atrapados tras las pantallas, también.

Por eso no hay recetas mágicas para los malestares psíquicos. No podemos hacer generalidades a la hora de atender el malestar de nuestros pacientes. Hay que recibirles con preguntas: ¿de qué se duele cada uno?, ¿de qué se angustia?, ¿de qué sufre?, ¿de qué se hace cargo? Y así con cada síntoma, con cada posición, con cada persona.

Pues quizás, cómo nos dice Ubieto en Del padre al iPad. Familias y redes en la era digital: “la realidad digital, más allá de lo global y lo local, se encarna en cada uno” (2019, 81). El móvil, por ejemplo, podrá tener ese lugar a modo de adicción, pero también podrá ser una herramienta o un instrumento más a nuestro alcance. Podrá ofrecernos opciones de cara a la lectura, ayudarnos a conectarnos con la familia que vive al otro lado del Atlántico, a inmortalizar con fotografías los momentos importantes de nuestra vida, un objeto para retratar y retratarse, para pagar la compra en el supermercado…y podrá conectarnos o desconectarnos.

Podrá ser un objeto de amor, y mucho más. Como nos señala Martina Burtet en su libro, “Amar en tiempos de internet”, “el gadget preciado, idealizado y poderoso también cumple el relevante papel de prolongación corporal. Se ha transformado en aparato afectivizado, en un objeto de amor que acompaña”. “El aparato puede despertar placer o displacer como un concierto, un cuadro…una película. El aparato puede despertar placer sensorial y psíquico tanto por el contenido que vehicula, como por su presencia material en sí misma, con su diseño que se hace desear” (2018, 104).

Podrá ser incluso ¿un juego? Freud planteó que el juego es un modo privilegiado de elaboración de lo traumático. “Sabemos que el niño adopta igual comportamiento frente a todas las vivencias penosas para él, reproduciéndolas en el juego; con esta modalidad de tránsito de la pasividad a la actividad procura dominar psíquicamente sus impresiones vitales”. (1926, 156). ¿Podrán ocupar ese lugar?

De nuevo acudamos a lo singular de cada uno. Al final un Smartphone no representará lo mismo para todos, representará algo diferente para cada persona, siendo imprescindible que valoremos algo esencial: no será lo mismo que el niño o adolescente use el aparato a que quede pasivamente atrapado en él.

Desde hace tiempo sabemos que los cambios tecnológicos han llegado para quedarse. Y lo novedoso, siempre, genera inquietud. Convivimos con unos avances tecnológicos que avanzan sin freno y que nos ofrecen mejoras en todos los niveles, tanto, que a veces asustan. Son cambios que nos plantean preguntas acerca de cómo tendremos que ir ubicándonos frente a ellos, cambios que hacen que cada uno reaccione desde donde más seguro se sienta. Algunos acudimos al pasado a modo nostálgico, sintiendo que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor” y otros más atrevidos reaccionamos expectantes a lo que está por venir. Y así infinidad de posibilidades.

Pero en todas ellas es importante que no demos por hecho que el uso de lo tecnológico no siempre responde a algo adictivo. Los padres de nuestros pacientes pueden hacer la demanda desde ese temor pero los profesionales, como psicoanalistas, debemos recibirla como algo a pensar, y quizás, trasladársela a ellos también. Que podamos abrir esa posibilidad y pasar de la certeza de la adicción a las preguntas ¿estamos ante una adicción?, ¿qué lugar ocupa el móvil?, ¿qué función cumple para sus hijos?

Nombrarlo como “(…) adicción puede resultar precipitado y comporta una serie de riesgos”. “Lo adictivo y lo hipnótico están siempre en lo digital, pero haya que ver los usos que hace cada cual” (Ubieto, 2019, 156). Continuando con Ubieto, “la adicción auténtica sería la que implica un cortocircuito del otro, un pasar de este otro y de la palabra, ignorándolo salvo para reclamar la dosis. El uso habitual de lo digital, en cambio, implica al otro y a la palabra, aunque sea un lazo contaminado por lo adictivo. Hay siempre algo del amor y de la amistad que matiza el posible exceso en el uso de los dispositivos” (2019, 157).

Esas frases de los padres diciendo que sus hijos pasan cada minuto tras la pantalla, acogerán situaciones diferentes según el caso. Pues no será lo mismo un chico que se comunica con sus amigos a través de Instagram o WhatsApp a otro que no se relaciona con nadie sino que simplemente obtiene una satisfacción constante, pasiva y solitaria: conectados con el mundo y teniendo en cuenta al otro o desconectados del afuera y sin deseo de apertura.

En la calle, en lo cotidiano de nuestro día a día, si conseguimos separar la mirada de nuestro propio móvil y observamos el afuera, también podemos recoger imágenes que nos invitan a reflexionar acerca de este fenómeno.

Una mujer entra en el vagón del metro. Va con su hijo pequeño. Un niño de unos 2 años que va sentado en el carrito, móvil en mano. Va embelesado viendo como Pepa Pig juega con su hermano. Esta mujer coloca el carro y se agacha frente a su hijo y al tiempo que le hace monerías y cosquillas en la tripita comenta alguna cosa acerca de lo que él ve: ¡pero esta Pepa…qué le hace a su hermano!, ¡jaja! qué divertido jugar con alguien…etc.

Otro día cualquiera en Madrid, a la hora en la que los padres recogen a sus hijos del cole, entra en el vagón un hombre que va agarrando de la mano a su hija. Se colocan en la puerta del vagón y se sueltan la mano. Esta vez él es el que porta el móvil. Con los cascos, ve algún vídeo que le tiene embelesado. Su hija, de unos 4 años aparentemente, se agarra a la barra y observa cada rincón del metro, gira su cabeza de un lado al otro. ¿Su padre? Mira el móvil. Su cabeza no se mueve hasta que llegan a la parada de destino, mira al andén comprobando que es en la que tienen que bajar y vuelve a coger a su hija de la mano. Salen, sin palabras.

En ambos, un móvil acaparando la mirada. Del bebé o del adulto, y sabiendo poco de cada situación, nos surjen fantasías y prejuicios en un intento de dar sentido a lo que tenemos delante y llegar a saber qué se moviliza en cada situación: ¿conectados pero desconectados?

Frente a cualquier duda de conexión, desconexión y, por supuesto, adicción, desde Psyquia os animamos a consultar con un profesional para entender lo encarnado en cada uno y, también, a hacernos la pregunta ¿qué pasa con los adultos que acompañan a esos adolescentes? Ellos también llevan aparatitos en sus manos, bolsos, bolsillos.

Natalia Torres Najarro

 

Referencias bibliográficas:

  • Burdet, M. (2018): Amar en tiempos de internet. Me amas o me follow. Underbau. Madrid.
  • Freud, S. (1926): Inhibición, síntoma y angustia. Amorrortu editores. Obras Completas, Tomo XX. Buenos Aires.
  • Ubieto, J.R. (ed) y otros (2019): Del padre al ipad. Familias y redes en la era digital. Ned Ediciones. Barcelona.