¿CÓMO SON TUS CONTRASEÑAS?
Independientemente de que me distinga del otro o
que me sienta semejante a él, de que me sienta autónomo o
dependa de él, siempre necesito del otro para ser yo.
Juan David Nasio “La imagen inconsciente del cuerpo”
Hoy queremos invitaros a pensar en un juego habitual en los niños, que a nuestro parecer, tiene un profundo significado a nivel psíquico, y que forma parte de una saludable constitución subjetiva.
La escena es la siguiente:
Dos niños están jugando en una sala, uno se pone en el marco de la puerta de entrada con los brazos en cruz, impidiendo el paso al otro. “¡Contraseña!” dice riendo y solicitando a su amigo que trate de adivinar esas palabras clave que le permitirán el acceso. Son palabras desconocidas, que solo el que las solicita tiene la potestad de validar como correctas. El niño que trata de entrar prueba, con diferentes fórmulas, hasta que parece que una encaja, y se le concede el acceso.
Este juego, que observamos con atención desde fuera, nos hace plantearnos una serie de preguntas:
¿A qué juegan realmente estos niños? ¿Qué papel juegan las contraseñas en la constitución de nuestra psique? ¿A qué tienen los otros, concedido o denegado, el acceso a nosotros? ¿Cuántos síntomas de la clínica actual tienen relación con contraseñas fallidas o mal constituidas?
En el juego, el niño que bloquea la entrada, solicita al otro que adivine la palabra que está pensando. Pero es curioso, porque en muchas ocasiones, cuando se observa detenidamente el juego, el que bloquea, pareciera que va creando en silencio y sobre la marcha las claves, pudiendo ser modificadas, inventadas, cambiadas, según se le ocurren. Como si el placer no estuviera en que el otro adivine, sino en ser uno mismo el que decide desde el ser deseado, cómo y bajo qué circunstancias, da permiso de entrada.
Es como si el niño pensara: “¡Qué gusto poder decidir!”, “Ahora sí, ahora no, ahora abro, ahora cierro”.
Es importante entender que este placer en los niños (y adultos) deviene del descubrimiento de la posibilidad de poner límites al otro, ya que la etapa que antecede es aquella, donde el bebé es un ser con un cuerpo completamente expuesto, donde sus figuras de cuidado tienen “acceso ilimitado” para poder ofrecer los cuidados necesarios en dicha etapa.
En la clínica podemos pensar en muchos ejemplos relacionados con los cerrojos, compuertas y contraseñas psíquicas. El cuerpo y sus orificios suelen ser los soportes de estas.
Veamos algunos ejemplos:
María tiene 4 años, desde hace un tiempo se muestra restrictiva con la comida. Su madre nos consulta porque “no hay quien le abra la boca”, antes comía fenomenal, no hacia “ascos a nada” pero algo ha pasado que ahora no quiere comer “cierra la boca y se niega en banda”.
Héctor tiene 3 años, y últimamente ha presentado episodios de estreñimiento agudo, que le han llevado a urgencias pediátricas, con la consecuente prescripción de laxantes. Sus padres han observado, que el momento de ir al baño le angustia, y suele solicitar el pañal para poder excretar. El padre dice “no conseguimos que lo haga en el cuarto de baño, tiene que ser él, el que quiera hacerlo, por más que le animamos y solicitamos él se niega, no sabemos como conseguir que vaya al baño”.
Virginia tiene 15 años, acude a tratamiento porque siente que no tiene una personalidad propia, se encuentra perdida en el mundo, no sabe por qué hace las cosas, tiene la sensación de mimetizarse con sus amigas. “A veces pienso que las copio para ser como ellas, miro a las demás todo el tiempo, como para ver qué me gusta de ellas, y poder ser así yo también, pero en el fondo, siento que esa no soy yo, que no me reconozco, no sé si me gusta o no lo que veo”.
Paco tiene 40 años, acude a tratamiento porque tiene dificultades con su pareja, parece haber un desencuentro a la hora de hablar las cosas, ella le recrimina que es muy inaccesible emocionalmente, que “se guarda sus sentimientos para él” y que eso hace muy difícil que puedan comprenderse y hablar las cosas.
¿Qué tienen en común María, Héctor, Virginia y Paco?
Si a través de la terapia buceamos en sus historias, nos encontramos con una relación particular con la forma de poner las contraseñas, es como si en ese pedido al otro: “¡Adivina la contraseña!” algo se hubiera anudado en la interacción.
En este tipo de sintomatología, la oposición está en juego como forma de marcar un adentro y un afuera, podríamos decir que la oposición nos constituye, en tanto sirve para construir un borde, una piel psíquica que delimitará el yo.
Pero en estos casos se trata de una piel frágil, o demasiado gruesa, contraseñas imposibles de adivinar o muy fácilmente “hackeables”. No son contraseñas seguras, que permitan un intercambio fluido, donde cada persona tiene sus archivos que decide o no compartir. Son contraseñas que nos hacen ocultar archivos, como en el caso de Paco por impedir la entrada, o contraseñas fácilmente “hackeables”, como en el caso de Virginia, donde cualquiera tiene acceso, no estando claros los límites del adentro y el afuera, quedando todos los archivos compartidos, en una sensación de caos y desorganización.
¿Por qué se producen estos “fallos de seguridad”?
En un proceso de “contraseña segura”, la persona que se opone a la entrada deberá poner un freno al que trata de entrar, y el que trata de entrar, deberá frenarse y esperar a recibir el permiso de entrada. Decimos esperar, ya que no es cierto que tenga que adivinar nada, sino que, eso es lo que el que se opone, le hace creer, por la necesidad y el placer de ver el deseo de entrada del otro y, ser él, el que decide cuando ocurre la entrada.
Hablamos de necesidad y placer, porque pese a lo que muchas personas piensan, los niños (o adultos), se oponen para constituirse, no para fastidiar a nadie. En el juego de la contraseña, lo que se pone en juego es el poder hacerse un cuerpo que delimite el yo, que lo constituya diferenciado del otro. Los orificios del cuerpo serán, por tanto, como las puertas de una casa, a las que, por el bien de todos, deberemos llamar al timbre antes de entrar y respetar que el dueño de la casa decida cuando darnos acceso.
¿Qué ha pasado entonces con los cuerpos de María, Héctor, Virginia y Paco? Son cuerpos violentados, donde las puertas están alteradas, sin permitir/denegar los accesos de un modo saludable, donde sus síntomas gritan: “¡No!” o “¡He olvidado las claves!”.
Es inevitable plantearnos ¿cómo habrán sido los procesos de alimentación, limpieza, autonomía y cuidado en la historia de María, Héctor, Virginia y Paco?, ¿Cómo habrán sido tocados sus cuerpos?, ¿Qué palabras y qué miradas irrumpieron en ellos?, ¿Qué pasó para que no se pudieran leer o registrar sus contraseñas?
Desde PSYQUIA, trabajamos para que las personas que acuden a consulta puedan recuperar el control de sus puertas, para que sean dueñas de sus claves, y puedan decidir cuando abrirse o cerrarse. Ayudamos a pensar qué es lo propio y qué lo ajeno para que, de este modo, puedan ser más conscientes de quienes son ellos mismos y quienes son los otros. Creemos que así las personas con las que trabajamos podrán tener un lugar propio desde donde relacionarse con los otros con más libertad.
¿Cómo son tus contraseñas?
Ana García Murillo