YA NADA SERÁ IGUAL
Nos enfrentamos a una catástrofe mundial con implicaciones económicas, políticas, de salud física y mental que supondrá costes muy altos a todos los niveles.
En España el número de contagiados por covid-19 empieza a descender, a la par empezamos a leer y encontrar estudios que nos indican que el malestar emocional y afectivo empieza aumentar: agotamiento mental, síntomas de ansiedad y tristeza. El 21 de abril, La Gaceta Médica publicaba un artículo con el siguiente título: Salud mental ¿la próxima pandemia?
¿Podríamos plantearnos esto, el colapso de la salud mental en un mundo postpandemia?, ¿ya nada volverá a ser lo mismo en nuestras vidas?, ¿cómo impactará esta catástrofe mundial en la subjetividad?
Seguramente es demasiado pronto para predecir un futuro. Lo que sí podemos ir pensando es como el confinamiento ha supuesto un trastoque a nuestras rutinas, una perplejidad, y también, un cuerpo a cuerpo con quienes somos, con nuestras elecciones de vida y nuestro deseos.
El coronavirus no deja indiferente a nadie. Es un real traumático que nos toca en nuestra estructura como sujetos. Este virus ha venido a instalarse y ha desatado un sin fin de reacciones adversas, contrarias y ambivalentes, desde ideas conspiranoicas, de control o basadas en negar lo acontecido.
Por poner un ejemplo, tenemos las declaraciones de celebridades como Miguel Bosé, que afirma lo siguiente: “una élite ha creado el coronavirus como excusa para vacunar a la población mundial y poder así implantar a toda la humanidad “microchips o nanobots con el solo fin de controlarla” (…) “Una vez que activen la red 5G, clave en esta operación de dominio global, seremos borregos a su merced y necesidades”. Lo ha afirmado en Twitter y Facebook, donde tiene 2,5 millones y 3,1 millones de seguidores respectivamente (El Pais, 14 de junio 2020).
O países como Suecia que han decidido no tomar medidas contra el virus y por el número de contagios y fallecidos, parece que empieza a pasarles factura.
La lista la podemos continuar con presidentes que intentan minimizar el coronavirus negando muchas veces su riesgo y alto nivel de transmisión y mortalidad, priorizando el mantener la producción y economía por encima del cuidado y la salud de la población.
Por otro lado, gran parte de la población mundial ha tomado medidas de seguridad y protección para resguardar la salud. Priorizando la salud, el confinamiento ha sido regulado para ir retomando nuestras rutinas.
Con esta variedad de posturas se da entrada a “la nueva normalidad” que más que normal, parece muchas veces que estamos en un capítulo de la serie de ciencia ficción Black Mirror. Retomamos nuestras rutinas con sentimientos encontrados: miedo porque el virus sigue con nosotras/os, medidas de seguridad, alegría de reencontrarnos, de poder salir nuevamente de casa, pero ya nada es como antes.
Vivimos escenas surrealistas que tocan por momentos escenarios distópicos y es llamativo como la ciencia ficción ya no nos parece tan ficción, nos sentimos familiarizados con series, que entre muchas, podemos nombrar Years and Years. Se cumple el dicho: la realidad supera la ficción.
Y con todo esto nos sentimos desamparados. No contamos con respuestas que calmen nuestras demandas, la incertidumbre acompaña a las estructuras científicas, moviéndose en un modelo de predicción basado en la incertidumbre y el descubrimiento del día a día: ¿cómo evoluciona?, ¿cómo se trasmite?, ¿cómo se puede curar y prevenir? Cada semana iban probando nuevos medicamentos, nuevas sugerencias: la mascarilla no es necesaria un día pero al día siguiente es obligatoria; un día la hidroxicloroquina es el medicamento esencial para el tratamiento y la semana siguiente se considera terrible su uso y lo prohiben; se contagia por el aire, pero al aire libre tiene menos probabilidades… Y así podría seguir la lista de contradicciones e incertidumbre con la que nos movemos ante esta pandemia mundial.
La incertidumbre nos acompaña en nuestro día a día, no sabemos qué podremos hacer y nos debatimos entre distintas preguntas: ¿tendremos trabajo dentro de un mes?, ¿podré viajar y tener vacaciones?,¿podremos salir en septiembre si tenemos un rebrote?, ¿debería abrazar a mis padres?
La sensación colectiva gira entorno a un no saber. Por más que intentemos planificar nuestro futuro inmediato, no depende solo de uno mismo, vamos paso a paso, pero esto nos impacta y tendremos que ver cómo impacta en cada ser humano. Cómo vamos a ir lidiando con esto que nos ha caído sin manual de instrucciones.
Sabemos que esto no ha pasado aun, estamos con el deseo y ganas de reencontrarnos con familiares, amigos, seres queridos, pero a la vez con el temor de posibles rebrotes, que todo vuelva a empezar. Llega el verano, el calor, las ganas de desconectar, las merecidas vacaciones, pero el virus sigue estando con nosotros.
Nos gustaría apostar por una salida que nos permita aprovechar este empuje que nos ha obligado a pensar en el vecino, en los continentes y en el mundo globalizado para que podamos hacer de esto vivido algo nuevo, una forma de pensar la vida mas advertidos y conscientes de la importancia de la vida, la salud por encima de la producción y el capitalismo desmedido. Pero esto solo es un deseo, no podemos predecir qué pasara ahora en este mundo postpandémico.
Hace unas semanas publicamos en nuestro blog el artículo “Estoy en crisis” (https://psyquia.com/ crisis/estoy-en-crisis) donde comentábamos la importancia de darnos tiempo: “tiempo a la ansiedad, tiempo a la incertidumbre, tiempo al encuentro con ese agujero que nos habita, tiempo a las palabras, tiempo a la elaboración…tiempo”
Nada será igual y no lo decimos desde un lugar melancólico. Creemos que este impacto necesita tiempo para crear algo diferente en nuestras vidas. Desde la ética del psicoanálisis, intentamos que cada sujeto sea más consciente de los límites de su deseos con respecto a la división irreductible que nos constituye, pero convencidas que con eso posibilitamos un hacer con la vida más posible.