¿QUÉ HABITA EL LUGAR DE LOS ABRAZOS?
Recientemente el grupo musical Vetusta Morla compuso una canción en homenaje a los sanitarios, titulada “Los Abrazos Prohibidos”, interpreatada junto a artistas como Joaquín Sabina, Amaral, Rozalén, Xoel López, Dani Martín y muchos más. Una canción conmovedora no sólo por su contenido, sino por su nombre y es que ¿puede prohibirse un abrazo?
En tiempos de prevención, de minimizar riesgos, de tomar las medidas necesarias, de mascarillas, limpieza, desinfección y distancia de seguridad, los afectos siguen vivos y de alguna manera, nos mantienen vivos. La expresión de los afectos es inmune a los virus y quizá, podríamos decir que, con lo que hemos vivido desde la aparición de la COVID-19, muchos son los afectos y novedosas las formas de expresarlos.
Los abrazos, los besos, el apretón de manos… son distintas formas de expresar afectos sin palabras, es como si dijésemos que allí donde no hay palabras que puedan expresar lo que siento, entonces abrazo, beso, estrecho una mano, golpeo, choco el codo… y una larga lista de formas de expresión que tienen en común que es el cuerpo el que sirve de puente para que el afecto vaya de una persona a otra, de unas personas a otras.
En mayor o menor medida, en todas las culturas podemos encontrar formas de expresar los afectos a través del contacto físico. En España, al conocer a alguien le damos dos besos, tenemos la tendencia de abrazarnos, de tocarnos. El psicoanalista José Ramón Ubieto, en su artículo “El Duelo por los Abrazos” dice: “El abrazo es, pues, una suplencia a esa armonía imposible de encontrar en la cama o con las palabras. Su propia gestualidad rodea, con los brazos abiertos, el vacío que se abre para cada cual. Los abrazos cubren ese agujero y nos permiten la ilusión del amor, fórmula popular para mantener los lazos de pareja, familiares o sociales.”
En una cultura como la nuestra, el contacto físico y la cercanía forman parte de nuestra forma de establecer lazo social, lo que nos hace preguntarnos si, en esta nueva normalidad: ¿cambiarán nuestros lazos sociales y afectivos?, ¿seremos más expresivos con las palabras?, ¿seremos más detallistas?, ¿estaremos más cómodos?, ¿nos volveremos fríos?, ¿será una cuestión de costumbre?, ¿apenas lo notaremos?… y muchas más preguntas cuyas respuestas serán afirmativas o no, según quién las responda.
Hoy, y no sabemos hasta cuando, vamos haciendo pausas, cada vez más automáticas al saludar a alguien querido, es como si, por un instante detenemos la espontaneidad del abrazo y hay quien sonríe aunque sea con la mirada, hay quien choca el codo, hay quien dice “te abrazaría, pero…”, hay quien siente rabia por no poder hacerlo con naturalidad, hay quien siente miedo, hay quien está como si nada, hay a quien le tranquiliza, hay quien abraza… y muchas miles de posibilidades, pero quizá ninguna sea espontánea, quizá ninguna sea como antes, tal y como se titula nuestro artículo de la semana pasada. Ahora parece que entre la presencia de alguien que queremos y la expresión del afecto que esta nos produce, hay algo nuevo, algo que estamos construyendo todos, cada uno a nuestra manera, hay un espacio distinto y habitado por lo aún desconocido.
Estamos abocados a mirar y a escuchar, a dejarnos mirar y a hacernos escuchar. La fuerza de la imagen y de la palabra parece que protagonizarán nuestros encuentros, y también, nuestros desencuentros. Muchos pacientes cuentan que, a pesar de que la videollamada ya existiese tiempo antes de la aparición de la COVID-19, durante el confinamiento se hacían más “quedadas virtuales” que las que se hacían antes, de forma presencial. Podemos pensar muchas cosas, una de ellas es que, ante la imposibilidad de tener contacto físico en aquel momento, buscábamos mirarnos y escucharnos con una frecuencia distinta a la “habitual”.
Con la mascarilla y “Los Abrazos Prohibidos” quizá descuidaremos el olor y el tacto, esas cualidades primitivas que, en nuestras primeras horas de vida, nos empezaban a conectar con el mundo. Ahora, nos “toca” mirar, escuchar y decir eso que habita esa distancia de seguridad, eso que habita el lugar de los abrazos, que quizá no sea suficiente, pero que nos mantendrá presencialmente conectados.