POR FAVOR: …CON UNA PIZCA DE HUMOR Y UN CHORRITO DE POESÍA…Y ¡SALUD!

Hace medio año aproximadamente todo nuestro país se paraba, se detenía, casi el mundo entero lo hacía…, pero era una detención trágica, lamentable, lúgubre, incierta…, un sinfín de adjetivos que tienen en común la presencia de una angustia que nos ha atravesado a todos y a todas, en mayor o menor medida.

Afortunadamente y, a día de hoy, se puede pensar que muchos y muchas pueden ser inmunes al virus, lo difícil es pensar la inmunidad a los efectos que está teniendo esta pandemia: psicológicos, sociales, familiares, afectivos, económicos, de salud y pare de contar.

Parece que nos encontramos con una paradoja en la cual la estabilidad actual es el cambio permanente, el cambio de leyes, de medidas, de costumbres, de restricciones, de rutinas, de hábitos, muchos de los cuales son, a su vez, novedosos.

Es increíble e inagotable la información a la que tenemos acceso, en casi todas las fuentes posibles, desde los periódicos oficiales hasta whastapp de familiares y amigos, sobre la COVID-19. Muchos pensamos “esto no acaba”, como si en esa frase hay una esperanza de un fin. A día de hoy podríamos preguntarnos ¿fin de qué?, ¿qué acabe el qué?, ¿la mascarilla?, ¿la distancia de seguridad?, ¿las restricciones?, ¿el miedo?, y muchísimas más preguntas, tantas como personas nos las hacemos.

Definitivamente parece que la COVID-19 ha hecho tambalear hasta la perspectiva de futuro. La búsqueda de la sensación de tranquilidad que nos daba la idea de las garantías se ha convertido en algo parecido a intentar atrapar el agua con las manos.

Hoy más que nunca, el “TRENDING TOPIC: COVID-19”, nos recuerda, sin dejar espacio a dudas que, efectivamente, la única garantía que tenemos es que no hay garantías. Ahora bien, si nos detenemos a pensar con rigor, esta idea de que la única garantía que tenemos es que no hay garantías, ha estado siempre, siempre hemos convivido con ella quizá sin pensarlo mucho o sin recordarlo mucho, porque es necesario vivir sintiendo que las cosas tienen garantías, continuidad, posibilidad, seguridad… aunque a veces, se tropiece, pero aún así, se puede avanzar.

Si pensamos en la permeabilidad que nos caracteriza como humanos, hay elementos estables que nos permiten re-crear, re-inventar formas de vivir sin que el oráculo individual de cada uno, se altere demasiado, la palabra es uno de esos elementos.

La palabra es un don que nos concierne, nos atraviesa y nos conmueve; como humanos formamos parte de un lenguaje simbólico que nombra cosas que son comunes para muchos, aunque esas mismas cosas, impacten de forma distinta en cada cual.

La palabra acota, nos acota, desde que somos bebés, es a través de las palabras ajenas, esas que oímos en forma de “ruido” porque aún no las entendemos, que podemos sentir que hay malestares en el cuerpo que, poco a poco, se van regulando gracias a que pueden ser nombrados.

Cuando un bebé llora, la mamá intenta traducir ese llanto que ella conoce muy bien y lo nombra, por ejemplo: “…cuando llora así, es porque tiene hambre…” entonces, al darle de comer, el bebé se calma, pero no se calma sólo el hambre, se calma ese malestar raro que tiene en la tripa, que además le pone nervioso, que además le enfada, le genera tensión porque no para y él sólo no puede parar y sino para, es un malestar que se va convirtiendo en una especie de onda expansiva en todo su pequeño cuerpo, como si sintiera que, en ese momento, él es todo hambre. Es entonces gracias a que la mamá puede traducir ese llanto concreto como hambre, que el bebé no sólo se calma, sino que queda en él una huella que, de forma general, podría traducirse como: existen formas para que este malestar pase. Si lo pensamos, esta forma para que el malestar pase, hunden sus raíces en la posibilidad de nombrar un malestar del cuerpo a través de la palabra.

En la época actual, más que nunca, donde el cuerpo está en “peligro”, conviene retomar y reflexionar sobre la relación unívoca que tienen palabra y cuerpo.

En los tiempos que corren, porque parece que corren y muy “alocadamente”, afortunadamente y al menos por ahora, la palabra no infecta, ni contagia al cuerpo, no lleva mascarilla y puede no respetar la distancia de seguridad. La palabra, a día de hoy, es fundamental para intentar nombrar, escribir, crear, simbolizar, desahogar, contar, relatar, construir memoria de lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo y lo que pensamos que puede ocurrir. La palabra también nos ayuda a parar, a detenernos y pensar, pensar en común, solos o acompañados, pero a pensar, a ordenarnos o al menos a intentarlo y sino, pregúntenle a Mafalda que, de la mano del gran Quino, nos regaló la frase: “…paren el mundo que me quiero bajar…”

En 1927, en su artículo “El Humor”, Freud planteaba: “…en las situaciones humorísticas, el Súper-yo queda sobreinvestido con grandes magnitudes de libido y esto le permite modificar la reacción de un Yo amedrentado. Así, de forma cariñosa y consoladora, media con la realidad para provocar el efecto cómico y el drama deviene efímera comedia. Entonces, destituyéndose del lugar de juez severo, el Súper-yo rechaza la realidad y al servicio de una ilusión, permite al Yo una ganancia de placer.” 

El humor, que también suele servirse del lenguaje y de su elasticidad, supone un intento de hacer del drama, una efímera y llevadera comedia, como diría Freud, que relaja, nos ayuda flexibilizar y relativizar, aunque sea por momentos, la gravedad de las cosas, y es que aunque las cosas sean graves, no siempre pueden agotar la ilusión de pensar que la vida, con sus más y con sus menos de siempre, continúa.

La poesía se libera de coherencias lógicas, de correctas gramáticas, de corsés lingüísticos para dejarse llevar por el frenesí de la emoción, de la memoria, de las sensaciones acotadas en forma de palabras, de la generosidad de la metáfora, de la posibilidad de exteriorizar nuestros relatos y angustias más íntimas, volcadas en un papel, en forma de poema.

Citando a Julián Doberti, en su artículo “La Poesía del Psicoanálisis”, publicado en la Revista Polvo: “Poesía y psicoanálisis son, sin ser lo mismo, zonas de experiencia entre las que existen proximidades. Espacios donde se propician encuentros entre el cuerpo y las palabras, en los que se descubre que las palabras tienen cuerpo, que hay cuerpos sensibles a resonancias inesperadas.” 

Momentos de incertidumbre pueden ser preludios de una fértil creación, no sólo artística, sino subjetiva y singular.

En PSYQUIA pensamos que un espacio terapéutico, con una escucha analítica, en el que pueda desplegarse la palabra sin censura, sin “restricciones”, sin distancias, puede ser posible construir nuestro propio relato individual de eso o aquello que nos pueda estar pasando no sólo en el alma, sino también en esas angustias que, muchas veces, invaden el cuerpo.

Nos quedan libros por leer, folios que escribir, palabras que intercambiar y momentos para vivir y poder contar, así que ¡salud!

 

Bibliografía

Revista digital Polvo. «La Poesía del Psicoanálisis», por Julián Doberti. 2019.
http://www.polvo.com.ar/2019/08/la-poesia-del-psicoanalisis/

Revista de la Asociación Psicoanalítica de Uruguay. «Humor y Psicoanálisis. Un asunto serio», por Diana Szabó.
https://www.apuruguay.org/sites/default/files/el-humor-szabo.pdf