¿QUÉ HACER CON TANTA AGRESIVIDAD?
Estamos en un momento socio-político cargado de agresividad. En los periódicos, las noticias, twitter, Instagram… las imágenes de la guerra de Putin en Ucrania se cuelan en nuestras propias casas y no podemos quedarnos ajenos a ello, menos aún siendo psicoanalistas.
Escuchamos frases tales como: “son nuestros vecinos”, “están en Europa”, “nos podría pasar a nosotros”… No es la primera guerra de los últimos años, pero sí es la que más nos “toca” por proximidad pero a su vez por un proceso llamado identificación.
La identificación es un proceso psíquico que ocurre desde la infancia, mediante el cual el sujeto asimila un aspecto, propiedad o atributo del otro y se transforma total o parcialmente por el modelo que el otro proporciona. Es a través de una serie de identificaciones con los padres, cuidadores, grupo de pares… que la personalidad de cada uno de nosotros se constituye y con las que trabajamos posteriormente siendo psicoanalistas.
Freud estudia este proceso y divide las identificaciones en primaria (primera forma de apego emocional) y secundarias (Narcisista y parcial). La que nos interesa para esta cuestión es el desarrollo que hace Freud relacionando la identificación parcial con la empatía: «Un camino lleva de la identificación por medio de la imitación a la empatía, es decir, a la comprensión del mecanismo por el cual estamos capacitados para adoptar cualquier actitud hacia otra vida mental» (1).
En “Más allá del principio de placer” Freud introduce Eros y Thanatos, como dos pulsiones del ser humano. La primera apunta a la vida y Thanatos a la muerte. ¿La agresividad qué lugar ocupa?Aparece aquí como una pulsión autónoma que puede dirigirse al exterior y transformarse en destructividad, violencia, agresión… Como hacia el interior, es decir, hacia uno mismo mediante la autoagresión, el autocastigo, las autolesiones.
Pedro se arranca el pelo, sufre de tricotilomanía. “No puedo dejar de hacerlo, no puedo evitarlo”. Yo le pregunto qué necesita arrancar de su vida. Él me habla de que su padre se fue cuando él nació y que siempre ha sentido un enorme enfado hacia él. Le pregunto por qué ese enfado va dirigido hacia sí mismo. Me responde que su madre nunca pudo rehacer su vida, que le sacó adelante y le debe quien es a ella. En la medida en la que va hablando dice que a cada cosa que hace siempre piensa en ella, en lo que pensará, si le parecerá bien, si se pondría triste con ésta o aquella otra decisión suya…Le paro y le digo: «Ah, ¡¡lo que no puede es quitarse a su madre de la cabeza!! Pedro echa a llorar y aparece en él un sentimiento de deuda hacía ella que hace que no pueda dar un paso sin rendirle cuentas a su madre.
Freud planteará que la agresividad ha de ser canalizada mediante ciertas reglas sociales. El principio de realidad debe imponerse sobre el principio de placer individual y el ideal del yo sobre el yo ideal: “la restricción de su agresividad es el sacrificio primero y quizá más duro que la sociedad exige al individuo” (2).
¿Entonces la represión de la agresividad sería la salida? ¿Pedro debería reprimir la agresividad que le produce ese exceso de presencia de su madre?
Lacan en el desarrollo de su teoría de lo imaginario dirá que “el ego está constituido en su núcleo por una serie de identificaciones alienantes»(3), las cuales alienarían al sujeto en el Otro sin dejarle ser. ¿Y por qué muchos de nosotros quedamos alienados?
Erich Fromm en su libro “Miedo a la Libertad” expone que el ser humano no es capaz de hacer frente al problema de la libertad y por ello elabora mecanismos de huida entre ellos la destructividad. Pedro teme esa libertad y se aliena a su propia jaula materna. Lo reprimido antes o después retorna y si no hacemos algo con ello aparecen los síntomas. Por ello el psicoanalista busca que advenga el sujeto, separado de sus identificaciones, con un pensamiento propio y de esa manera pueda hacer un manejo de la agresividad.
Manuela está muy angustiada y no sabe por qué. Entre sus palabras comienza a aparecer alguna sensación de enfado con su hermana menor. Rápidamente comienza a sentirse culpable por ello y dice “Es buenísima, de verdad, no tengo motivos para sentir esto. Ella siempre se preocupa por mí”. Vemos como surge una compensación en Manuela generada por la culpa que siente y que rápidamente quiere desechar. Le pregunto por qué le cuesta tanto enfadarse. Ella comienza a hablar de que en su casa nadie se puede enfadar, que cualquier afecto negativo se pone en el afuera, hacia los otros, los que no son de su familia. “Hay que cuidar a la familia”. Le digo que bajo ese supuesto cuidado, ella queda presa de mucha angustia por quedar atrapada en su propio enfado y con mucho miedo a dañar. Sentir enfado no es lo mismo que actuar ese enfado.
Pero, ¿la única salida en el manejo de la agresividad sería dirigirla hacia el exterior o hacia el interior?, ¿Habría alguna otra manera que no fuese tan destructora? Apuntando a Eros y saliendo de lo repetitivo de Thanatos. Sublimando mediante la cultura la agresividad sin que sea destructiva mediante la palabra, la fantasía, el humor, la competitividad reglada, el compromiso con un ideal…
En PSYQUIA trabajamos porque la agresividad en nuestros pacientes pueda tener cabida y de esa manera pueda ser elaborada simbólicamente. Saliendo del eje imaginario, poniendo palabras y contexto a dicha agresividad, hace que uno tome distancia sobre ella y por lo tanto control para poder expresarla sin necesidad de aplacarla y poder hacer algo valioso para el sujeto: poner un límite, atreverse a ser, perseguir los deseos propios, asumir la libertad personal, y por lo tanto hacerse responsable.
Verónica Corsini Prado
Referencias bibliográficas
(1) Freud, S.: El porvenir de una ilusión. El malestar en la cultura, y otras obras (1927/1931). En obras completas, vol. XXI. Amorrortu Editores. p. 140. Buenos Aires.
(2) Freud, S.: Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis. En obras completas, vol. XXII. Amorrortu editores. Buenos Aires.
(3) Lacan, J.: Écrits. Siglo XXI editores. London, 1996, p. 128.