ESLABONES. RELACIONES PADRES E HIJOS

“El individuo lleva realmente una existencia doble, en cuanto es fin para sí mismo y eslabón dentro de una cadena de la cual es tributario contra su voluntad o, al menos, sin que medie ésta”.

(Freud, 1996)

Durante el desarrollo de los niños una de las cosas más complejas de resolver son los cambios a otras etapas, no todas son iguales, algunas han sido más llevaderas que otras hasta ahora…

De la identificación casi total con el bebé, las primeras separaciones, los balbuceos y las palabras, sus primeros pasitos, la etapa del ¡no! a la crisis edípica alrededor de los 4 años, los niños vienen de introducir a sus papás en sus fantasías como objetos de deseo que tan evidente se hace cuando hablan y se comportan como ellos. Pero ya no se trata de bebés que buscan consuelo en el pecho de mamá, sino de niños que quieren poseer todo de sus padres, pero también con la misma intensidad se les quiere quitar de la escena, produciéndose así una ambivalencia compleja.

Excitados y angustiados por las fantasías contradictorias atraviesan esta crisis aprendiendo a frenar su pulsión a través de la ley que representa la palabra de los padres. Se ajustan a la conciencia que se están construyendo, de esta manera la moral, el pudor, sus juicios de la realidad y el sentimiento de culpa adquiere cada vez mayor protagonismo en sus vidas.

Se inicia en los niños el tránsito del deseo desmesurado por los padres al deseo por socializar mas allá de los padres, gracias a que los padres (y al equipo que forman) en primer término, y en consecuencia los hijos, aceptan que los deseos no pueden ser satisfechos totalmente.

Con esta intensidad en los procesos de identificación y fantasías, no es de extrañar que los papás también salgan conmocionados de cada etapa sin saber muy bien quién es para el otro o con quién tiene que hacer equipo, cómo, cuándo…

Massimo Recalcati lo llama identidad confusional: albergar estos interrogantes nos permiten descubrir algunas coordenadas para seguir la travesía. Sin embargo, cuando estas preguntan atemorizan es señal de que se necesita ayuda profesional para dar con sus coordenadas que le permita seguir para que el hijo pueda continuar adquiriendo autonomía.

Después de la resolución edípica, en el mejor de los casos debería seguir cierta calma, ya que por parte de todos se entendió que el otro social es importante para el desarrollo.

Por ejemplo, la etapa de 8 a 10 años que se supone un periodo tranquilo, últimamente se experimenta de manera más conflictiva. Es cada vez más habitual escuchar a los padres en consulta quejarse de que sus hijos de estas edades solo quieren estar con sus amigos, que no pueden con tanta energía, que son muy sensibles, y que son ya como adolescentes.

Pero no, no son adolescentes. Y sí, hay cambios importantes, irrupciones y consecuencias, pero difieren aún del mundo adolescente, aún no ha comenzado ningún proceso de sexuación, ni están confrontados con los cambios en sus cuerpos, ni obnubilados por la irrupción de sus fantasías.

Son niños todavía expansivos, más rápidos y ágiles en las interacciones entre ellos y con los adultos, procuran sentirse incluidos en su entorno social, se esfuerzan por estar en los pódiums de los mejores amigos, quieren dejar constancia de sus propias valoraciones de aquello que ocurre a su alrededor, comienzan sus primeros cuestionamientos más maduros sobre la sexualidad, las relaciones de pareja, sobre el futuro, la naturaleza, etc.

Se va constatando que la identidad que se están construyendo es más rica, las identificaciones con personas significativas para ellos (profesores, monitores, amigos …) se hacen más evidentes ahora. El reinado de los padres pierde algo de influencia, ¡afortunadamente!

Y precisamente porque es un tiempo en el que los chicos andan ocupados desde su mundo interno, elaborando proactivamente hacia su mundo externo, se esperaría que fuera más sosegado para los papás y mamás.

Pero no es así. Entonces, ¿qué reflejo devuelve a los adultos esta etapa de expansión y conquista de los niños?

Ocurre que cuando se nos muestra todo lo que el otro ha conseguido es prácticamente automático que uno mismo se sienta interrogado por lo conseguido y no conseguido en su vida. Frente a este interrogante se puede sentir nostalgia, una reactivación del deseo de conquista, pero también celos, frustración…, emociones que nos hacen sentir mal y de las que surge la necesidad de defenderse.

Decía Freud en Tótem y tabú: “nos es lícito suponer que ninguna generación es capaz de ocultar a la que sigue sus procesos anímicos”. Por ello es importante discernir, aclarar de qué se queja uno desde el mundo adulto cuando mira a sus niños, qué le está causando malestar.

En Psyquia ofrecemos un tiempo propio de elaboración de adentro hacia afuera, que ayude a despejar estos desencuentros con las conquistas de los hijos, a encontrarse en el deseo parental, ayudarles a que también sean un fin para sí mismos y reconocer como dice Massimo Recalcati “que la vida del hijo es, por encima de todo, otra vida, ajena, distinta, diferente, al límite, imposible de entender.
¿No es acaso el hijo un misterio que resiste todos los esfuerzos de interpretación?”

Mª del Valle Vega

Referencias bibliográficas

Freud, S.: Tótem y tabú en Obras Completas, volumen XIII (1913-1914). Amorrotu Editores. Buenos Aires, 1996. Página 160.

Freud, F.: “Introducción al narcisismo en Obras Completas, volumen XIV (1914-1916). Amorrotu Editores. Buenos Aires, 1996. Página 76

Recalcati, M.: “El secreto del hijo. De Edipo al hijo recobrado”. Editorial Anagrama. Barcelona, 2020. Página 13.