Doña Psicoterapia se va de vacaciones
Entornamos la puerta de Psyquia un verano más. Bajamos la pantalla de nuestros ordenadores y las páginas de nuestras tradicionales agendas para descansar, recargar energías y disfrutar.
Llegado el caluroso verano nos despedimos con la ilusión de lo que este año nos ha permitido profesionalmente. Nuestras consultas recibieron el pasado septiembre a aquellos pacientes que querían continuar sus procesos con nosotras, pero también a aquellos que se acercaron por primera vez a lo que una psicoterapia supone: plantarle cara a preguntas, conflictos y sufrimientos personales que querían ser resueltos.
Hemos acompañado a adultos, parejas, familias, niños y adolescentes que se han puesto frente a su propio espejo.
Como con la aplicación BeReal, venir a terapia supone un giro de cámara. Enfocarse a sí mismo, pero de una manera profunda y no como Narciso en el río. Con palabras, con preguntas, con texto, con mucho texto. Con experiencias personales, con aprendizajes vividos y con desengaños sufridos.
Pasar por un proceso terapéutico facilita no quedar como prestados por el otro y que la esencia individual no quede sin construir, posibilitando recursos psíquicos suficientes para la vida.
Nuestro oficio como psicoanalistas es muy bonito en este sentido. Pero también un oficio de análisis que nos acerca a mucho horror. Como el horror de la guerra…
Un año donde las noticias no han parado de ponernos frente a imágenes de distintas guerras. Imágenes tremendas que cuesta digerir porque la guerra no deja indiferente a nadie. El horror que sentimos hace referencia al espanto que generan los relatos y las imágenes explícitas de agresividad, muerte y violencia, que se nos cuelan por los ojos en nuestros hogares de un modo radical y sin veladura posible.
Pero hay otras batallas, más pequeñas, que tampoco dejan indiferente. La envidia (Invidere) que, como sabemos, en ocasiones se ha transmitido como “una manera de ser importante para el otro», o «de que el otro me quiera”, andará acechando interna y externamente. La envidia es constitutiva del desarrollo del psiquismo humano y debe encauzarse a procesos de integración y unificación de nuestra personalidad. Si no conseguimos darle este lugar, será causante de mucho sufrimiento, pues se cuela en las relaciones personales, incluso en las más bondadosas.
Las relaciones afectivo sexuales son tan complejas como diversas. Por ello, uno de los principales motivos que nos hacen ir a una consulta de psicoterapia son las relaciones importantes que tenemos y los conflictos, dificultades, malestares, tratos, y un largo etcétera que se dan en ellas. Cómo nos sentimos en esos vínculos es un bonito terreno de trabajo. Muchas veces se trata de comprender y entender qué es lo que está pasando en ese vínculo en concreto, pues están cargadas en muchas ocasiones de buen trato pero en otras de dominación.
Hemos venido reflexionando mucho sobre la importancia de ubicar la calidad de nuestros vínculos en el placer asociado a la sintonía emocional y al cuidado, y no al dominio y la sumisión, erotizando la ternura, la empatía y los cuidados.
En este sentido, ir a terapia siempre es una buena noticia. De estigma a moda, se va aceptando. No por la identificación del malestar que acompaña al sujeto que consulta, sino porque es una manera de normalizar y reconocer que no podemos solos, y que sufrimos. Va a terapia aquel que sufre y que quiere que eso cambie.Desde luego, este es un paso muy importante. Es en el proceso de la terapia y en los encuentros con ese espacio (terapéutico), dónde uno se va haciendo cargo de lo que le pasa, de quién es y de hacerse las preguntas, muchas, muchísimas veces, sin una respuesta inmediata. Que ir a terapia esté de moda no está nada mal.
Más si cabe, con los ritmos desorbitados que también nos acompañan, donde cuesta parar. Si pensamos en los ritmos de hoy en día podríamos decir que en muchos casos son inaguantables, que levantan ampollas: jornadas interminables de trabajo, niños a la carrera, prisas, un imperativo de producir sin respirar, viajes, ocio, planes, todo en una rueda de consumo sin freno…
Y pareciera que es ahí, en sesión, cuando se permiten parar la rueda, y de semana en semana, a su ritmo, van pudiéndose dar un tiempo para pensar, para encontrarse en nuestro encuentro; donde los dolores de la vida pueden ser pensados, expuestos, contenidos, digeridos, anudados en palabras. Donde podemos acariciarlos allí donde hacen falta caricias.
Como la vida en general, las situaciones de cuidados y de ser cuidados son experiencias llenas de ambivalencias, de obstáculos, de dificultades. Pero también de renuncias, de sacrificio y de entrega. Frente a estas experiencias aparecen las limitaciones que venimos nombrando. Las de cada uno pero, también, las que nos propicia el límite del tiempo y de los recursos disponibles. Se trata de encontrar un verdadero y complejo ajuste que en ocasiones se vuelve verdaderamente imposible. ¡Qué bueno sería poder encontrar ese ansiado equilibrio, idealizado, que no se deja pillar fácilmente!
Una terapia suficientemente buena donde hay alguien que acompaña al paciente, le sostiene y le legitima como persona. Y que no para de recordarle ¡Cuídese!
Los procesos psicoterapéuticos tienen que diferenciarse de los 10 tips para ser feliz de Instagram o corremos el riesgo de derrumbarnos al primer soplido del lobo por estar construidos de paja. Construirnos de ladrillo para ser sólidos requiere de la espera del secado de las capas del cemento y, más que nunca, el espacio psicoanalítico es una invitación a coger una silla para poder parar a pensarse sin una tormenta de estímulos, tareas y exigencias que nos despisten de lo profundo. Es una invitación a dejar de ser el conejo de Alicia en el país de las maravillas: dejar la prisa, el aceleramiento, o la exigencia exagerada que se nos impone tanto a adultos como a niños.
Nos gusta recibir a la singularidad, no a la tiranía de los síntomas cerrados. En un momento en que la dictadura de la estética y la imagen sobrevuela, lo saludable (o no) queda tapado con apariencias.
Tenemos una grandísima responsabilidad como profesionales. También como padres que trabajamos con niños y adolescentes en este sentido. Por ejemplo con las cuestiones del cuerpo y todo lo psíquico que le rodea.
Podemos ser una ayuda para elaborar esa relación con el cuerpo. Ayudar a tener proyectos y objetivos que no pasen solo por la imagen: aprender, conocer, imaginar… pensar (se) y darle el lugar al cuerpo que corresponde en la construcción de nuestra subjetividad, en definitiva, ayudar a los niños a conquistar quienes son más allá del cuerpo de la estética.
Frente a demandas como Mamá ¿estoy gordo?, animamos a contestar desde la regla de la salud y no desde la de la imagen estática.
La mayoría de los niños y niñas vienen al mundo con una vitalidad y capacidad de explorar que les convierten en seres extraordinariamente curiosos. Es fundamental darle estatus propio a la importancia de la curiosidad infantil en el desarrollo psíquico y posterior salud mental de los más pequeños.
Surgirán numerosas preguntas a las que habrá que contestar. Y en la medida de lo posible, abriendo otras preguntas que faciliten se vayan abriendo nuevos caminos de exploración y curiosidad.
Desde Psyquia les preguntamos ¿dónde se van de vacaciones?
Sea donde sea, sean naturales, enfrenten el horror, envidien (o no), reflexionen sobre sus relaciones afectivo-sexuales, vayan a terapia, háganse caricias, cuídense, paren un poco, coman saludable, curioseen y, sobre todo, DISFRUTEN.
Seguimos a la vuelta.