¿Tengo algo que ver con lo que me pasa?
En esta sociedad que nos apremia a las soluciones inmediatas, a las fórmulas mágicas y a la búsqueda de respuestas que vengan desde fuera para arreglarnos por dentro, nos preguntamos dónde está la responsabilidad de cada uno consigo mismo.
Pensarse como parte activa en el suceder de cada uno tendría que vivirse como tranquilizador porque presupone la posibilidad de la capacidad de cambio, pero curiosamente nos encontramos con que lejos de eso, posicionarse como víctima de las vicisitudes externas parece ser lo preferido del ser humano. Frases como “siempre me pasa lo mismo” o las referidas a la mala suerte inundan las consultas en un intento de que otro con la varita del hada madrina me cambie pero sin que yo cambie nada. ¿Es eso posible?
Entonces resulta que pensarse como parte activa en el suceder de cada uno se convierte en un fantasma que nos persigue acusándonos y cuestionándonos, y necesitamos acallarlo porque nos convoca al propio movimiento y a la propia asunción de la posición elegida inconscientemente.
El inmovilismo del goce se convierte en uno de los principales enemigos de los terapeutas. Cuestionarnos es doblemente amenazante. Primero, porque desmitifica el lugar del saber absoluto y de omnipotencia tanto del otro como de uno mismo, y segundo, porque obligatoriamente supone abandonar el lugar de la queja. Y no nos engañemos, quejarse da tanto gustito…
Pero si podemos dejar de gozar, empezaremos a disfrutar con la responsabilidad. Porque si me responsabilizo de mi cambio, los fracasos serán míos pero los éxitos también. Recordemos que no existe el aprendizaje a través de los otros, sino de la propia experiencia. Os animamos a salir de la pasividad para atreveros a tomar las riendas de la propia vida.