La intimidad no existe
En esta ocasión pensamos acerca de la creciente necesidad de mostrar a través de las redes sociales lo que nos ocurre. ¿Dónde queda lo íntimo en estos tiempos? ¿Qué lugar le damos al otro?
Resulta curioso ver como ya nadie quiere guardarse nada para sí mismo. Lo que se tiene es para exhibir, para darle al botón de compartir o publicar y para que el otro lo vea. Los restaurantes de moda son catalogados como “un sitio perfecto para mirar y ser mirado” y los desacuerdos entre políticos, incluso los del mismo partido, son twitteados antes que debatidos en un despacho. ¿Por qué? ¿Cuál es la finalidad? ¿Realmente se busca compartir con el otro, realizar un intercambio que permita una elaboración, o sólo intentamos convencer al receptor de la supuesta realidad de la imagen que queremos mostrar?
Todo es imagen. Hoy en día tiene más éxito un vídeo de una opinión hablada que un artículo escrito en un periódico. Parece que hemos vuelto a la niñez cuando si no tenía dibujos no nos gustaba el libro. Todos los días leemos tweets, estados en el teléfono, frases a modo de imágenes, o comentarios que acompañan a una foto. A veces podrían recordar a esloganes publicitarios, al menos parece que la finalidad es la misma: provocar un impacto en el otro, reacciones, comentarios o incluso ahora Facebook nos lo facilita para que en vez de escribir pongamos emoticonos con la emoción que nos suscita la publicación. Es decir, una respuesta rápida a un estímulo. Y, ¿cuál es el producto?, ¿qué vendemos?
Sin juzgar si esto es bueno o malo, sólo queremos pensar en la motivación que nos empuja a hacer público lo íntimo. Pongamos el típico ejemplo: una foto de unas chicas sonriendo en un momento de ocio y debajo reza: “disfrutando con mis amigas”. ¿Por qué lo publicamos? Podríamos responder que es tanta nuestra alegría que la queremos compartir con nuestra gente querida, pero realmente gente querida sólo es un 20 por ciento de tus seguidores y no te apetece quedar con ellos para charlar sobre esa experiencia tan agradable. Queremos que lo vean. Queremos que el otro vea algo que queremos enseñar. El político que muestra su enfado con otro en una red social quiere que el ofensor lo sepa pero sobre todo quiere que lo sepan los demás. No quiere llegar a un entendimiento con la persona a la que va dirigido su mensaje, quiere dar a entender su posición para convencernos de tal o cual cosa, para que confiemos en su honestidad o nos indignemos con su ofensa. Es decir, igual que la chica de la foto, quiere dar una imagen. Tanto interés en esto nos conduce obligatoriamente al refranero popular: “dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces”.
La intimidad no existe. No existe porque estamos más preocupados en mostrar y convencer de la veracidad de la escena de teatro que interpretamos, que de ocuparnos en que realmente sea cierta. Queremos llenar los vacíos que sentimos a base de decorados para que no se noten. Queremos llenar esos vacíos en vez de abrirlos porque si lo hacemos, tenemos que reconocer que existen. Pero abrirlos es la única manera de poder ahondar en un nivel más allá de la imagen. Es la única manera de construir lo íntimo y eso seguro que no se exhibe.