¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE FRACASO ESCOLAR?
Niños y adolescentes aparentemente vagos, distraídos, rebeldes, desinteresados, irresponsables, que parecen estar en su mundo… ¿Qué hay detrás de todas estas palabras?¿Realmente es así?¿Qué está ocurriendo en las aulas?¿Qué ocurre dentro de estos niños y adolescentes?
Ahora que comienzan las primeras evaluaciones y las primeras tutorías, padres y profesores se ponen a pensar qué hacer con aquellos alumnos que fracasan a la hora de aprender. Cuando hablamos de fracaso escolar no hablamos de una asignatura “atragantada”, hablamos de alumnos que suspenden sistemáticamente o repiten curso tras curso. Son muchas las causas que se están poniendo encima de la mesa a la hora de hablar de educación hoy día. El método tradicional está en decadencia, se apuesta por pedagogías libres que motiven al alumnado, se cuestiona el papel de la memoria en el aprendizaje, la figura del profesor está en una búsqueda de recuperar su lugar de respeto… y desde Psyquia estamos de acuerdo en que algo tiene que cambiar ya que en España poseemos una de las tasas más elevadas de fracaso escolar de toda Europa. Nos preguntamos ¿será suficiente con cambiar el afuera para que el fracaso escolar desaparezca? ¿Qué ocurre dentro de un sujeto que no puede aprender?
Cuando trabajamos con pacientes que nos consultan por este motivo, vemos como los movimientos internos respecto a este temas son variados y complejos.
Aprender tiene que ver con poder incorporar algo que no se sabe, con hacerlo nuestro, con integrarlo en nosotros y para ello es necesario ponernos en juego a nosotros mismos.
Cuando nos enfrentamos a un nuevo aprendizaje, a pesar de toda esa “cara bonita” que nos presentan (aprender cosas nuevas, despertar la curiosidad, crecer, disfrutar) está también toda una cara B, oculta, de la que nadie habla y que los alumnos con fracaso escolar denuncian con su síntoma.
Frente a un nuevo aprendizaje, el que sea, se van a disparar en todos nosotros dos principales ansiedades más o menos inconscientes: el miedo a lo desconocido y el miedo a no saber. La intensidad marcará la diferencia.
El miedo a lo desconocido. ¿Qué es esto que me resulta tan ajeno y extraño?
El aparato psíquico trata de mantenerse estable y cuanto más inseguro se siente, más se protege con un “mejor me quedo como estoy no vaya a ser que esto venga a tambalear mi ser”. Y de este modo el alumno se defiende dejando fuera lo nuevo, como una manera de preservarse. Es por esto que se dice que el “conocimiento siempre es paranoico” y sólo aquellos que lo viven con una intensidad baja podrán superar está barrera con un “bueno, vamos a ver que es”, ganando la batalla la curiosidad en pro del aprendizaje.
El miedo a no saber. ¿Y si no soy lo suficientemente listo? ¿y si no tengo lo que hay que tener?
Estos son pensamientos frecuentes que aparecen en nuestros pacientes. El primer paso para poder atrevernos a saber es reconocer que no sabemos y esto es una herida al ego importante. Nuestro Yo se ve dolido, ¿cómo que no sé? ¿entonces no tengo/no valgo? En la medida que un sujeto puede superar esta herida, porque es capaz de vivirla como algo parcial y no global, puede aproximarse al aprendizaje: “no sé esta cosa pero sé otras”. Si no, se defenderá con uñas y dientes para mostrar que ya lo tiene todo y no necesita saber nada más. Es por esto por lo que muchos alumnos con fracaso escolar pueden mostrarse aparentemente “chulos o presuntuosos” tratando de defenderse de una vulnerabilidad terrible que sienten ya que su registro psíquico se mueve en blancos y negros y si no aparentaran saberlo todo, pasarían a una posición de no tener nada.
En determinados pacientes estos miedos van a determinar una serie de capacidades cognitivas como son la atención, la concentración, la memoria… ya que si el nivel de ansiedad es muy elevado todas las funciones cognitivas se ven en detrimento. El sistema nervioso se activa en “modo alerta-peligro” y se defiende focalizando su energía en protegerse.
Existen otros factores que también se ponen en juego en el fracaso escolar que tienen que ver con los procesos de separación del ámbito familiar. Aprender es crecer, independizarse, salir de lo conocido, salir al afuera…
Es por eso que determinados alumnos son tachados de inmaduros, ya que afectivamente así son. Los niños muy pequeños creen firmemente en la omnipotencia de los padres, ellos lo saben todo y nos protegen de todo. En un desarrollo saludable, el niño va pudiendo poco a poco cuestionar a sus padres y verles “humanos”. Esta fase tiene su punto álgido durante la adolescencia en donde el grupo de iguales tomará las riendas del saber para permitir al adolescente salir al mundo extrafamiliar.
En este punto, hemos observado que nuestros pacientes con fracaso escolar, se anudan de alguna manera en este proceso. ¿Cómo que mamá o papá no lo sabe todo? Y frente a esa pregunta se les genera una sensación de desamparo terrible de la que han de protegerse “haciéndose los que no saben”, “haciéndose los tontos, los distraídos”. Es como si de alguna manera mientras ellos no sepan, los padres podrán seguir siendo “los reyes magos” y así existirá en su mundo una certeza que les protegerá de la crudeza de la vida.
Qué ellos puedan crecer y aprender los haría libres con todo lo que ello significa, y para un niño o un adolescente que se siente vulnerable o con pocos recursos, la libertad puede ser vivida como algo peligroso.
Bien, estas son algunas de las reflexiones que compartimos de nuestra práctica clínica con las que esperamos haber podido aportar una mirada diferente a todos esos alumnos que sufren detrás de sus notas. Si de algo hablamos cuando hablamos de fracaso escolar es de mucho sufrimiento.