LOS PADRES DEL ADOLESCENTE

            “No sé qué le ha pasado”, “No le reconocemos”, “Antes era muy sociable y cariñoso”, “No sale de su habitación”, “No quiere que le abrace”, “Era de sobresalientes y ha suspendido todo”, “no está nunca en casa”, “creemos que fuma porros”, “no habla con nadie”, “nos contesta fatal”, “Está enganchado al ordenador”…

            Estas son algunas de las frases más comunes que escuchamos cuando hablamos con los padres de un hijo a partir de la adolescencia. Esta etapa se caracteriza por ser un periodo complicado para el propio adolescente pero a su vez compromete al resto de la familia de un modo u otro. Es un antes y un después en la configuración familiar y depende de la flexibilidad de esta, para que el adolescente salga más o menos airoso.

            La gran mayoría de adolescentes que llegan a consulta vienen a través de sus padres. Son estos, los que preocupados por sus hijos nos llaman para poder entender qué les pasa, qué hacer, qué no hacer como padres. Es un momento particularmente especial ya que esta etapa pone en jaque la estructura familiar y a los propios padres.

            A ellos se les despiertan todo tipo de angustias, relacionadas con sus hijos pero también con aspectos personales de su propia adolescencia (“¿Pasará por lo mismo que yo?”, “No quiero que vaya con el tipo de gente con la que yo iba”, “Yo lo pasé tan mal”, “Yo perdí mucho tiempo fumando porros”…).

            Escuchar esta demanda de los padres cargados de angustia resulta esencial y de gran ayuda para el trabajo terapéutico con el adolescente. Escuchar a los padres, no quiere decir satisfacerlos, ni colmarlos, y eso es algo que tenemos que tener siempre claro. Nuestro paciente es ese adolescente que nos traen, es a él a quien le debemos confidencialidad y nuestro compromiso en la terapia. Debemos escuchar qué necesita, qué es lo que está buscando, qué quiere, quién es… para poder acompañarlo durante el proceso de hacer un hombre o una mujer con sus propios deseos.

            En PSYQUIA, pensamos en el trabajo de padres como una herramienta esencial del trabajo terapéutico con el adolescente. En un primer momento, ya que como hemos dicho, suelen ser ellos los que consultan, cargados de angustias e incertidumbre y para que pueda adquirirse un clima de confianza y trabajo, debemos acoger todo esto y poder darle cabida para que no sea un peso. Son muchos los padres que se sienten perdidos y desorientados cuando sus hijos van de un lado a otro, entre distintos especialistas y no se les explica nada ni se les da cabida. Esto hace que las angustias aumenten, que la desconfianza hacia el tratamiento sea una interferencia y que la terapia sea finalmente interrumpida.

            Este es un punto esencial, ya que nuestro objetivo es ayudar al adolescente a que vaya saliendo del conflicto y vaya encontrando un modo más adecuado de estar en el mundo y de relacionarse. Esto va a crear cambios de relación en el núcleo familiar y los padres pueden ser grandes facilitadores del crecimiento del adolescente si pueden entender lo que éste necesita y confiar en la terapia.

            Como es natural en cualquier terapia, surgirán resistencias por parte del adolescente para acudir a la sesión, sobre todo en los momentos de mayor profundización y de cambio subjetivo. Que los padres confíen en nuestra labor terapéutica y motiven a su hijo en la continuidad del tratamiento es de gran importancia.

            Nos parece fundamental desestigmatizar a los padres del adolescente en conflicto. Aún hoy en día se siguen escuchando las siguientes frases provenientes de profesionales de la salud: “Claro, como no va a estar metido en drogas con esos padres”, “Bueno es que como su padre no está en casa”, “Está así por lo controladora que es la madre”… Este tipo de comentarios que hablan de un pensamiento simple y vago, no generan nada más que conflictos a la hora de escuchar a los padres y el tratamiento puede verse condicionado.

            Como profesionales de la salud, debemos dejar de lado esos prejuicios para empezar a plantearnos nuestra propia responsabilidad como terapeutas, en lugar de depositarla en otros, y así poder explicar, ayudar, entender y trabajar con los padres para que se conviertan en facilitadores del tratamiento.