De agujeros negros y otras galaxias
Escuchamos a pacientes decir de los otros que “está en otro mundo”, “desaparece cuando le interesa”, “se evade de la realidad”, “parece que no va con él, con ella”…”¡No puedo con su silencio!”.
Y de ellos mismos, “yo me callo”, “me largo a otro sitio”, “desaparezco”, “¡siento que se me cae el mundo!”.
Desde dentro o desde el afuera, son expresiones que muestran las distintas maneras en que reaccionamos a lo que nos conmueve, a lo que nos angustia o nos preocupa. Maneras diversas de quedarnos atrapados o de visitar otras galaxias, ¿terminando atrapados de nuevo?
Frente a las maneras de caerse, de marcharse, de no decir nada y callarse, frente a los distintos silencios o agujeros en los que nos adentramos, el psicoanálisis tiene el particular empeño de entenderlos, pues pareciera que son elegidos libremente, pero hay algo de la elección que muchas veces se ve comprometido y no se pone en marcha.
Es entonces, cuando a posteriori, aparece “reacciono así no porque quiera, es que no lo puedo evitar, me sale así”. Se defiende así, se protege así.
Y es que, hay un repliegue particular de defensa frente a la angustia. Una retirada en toda regla: el silencio. Presente o no, el silencio ausenta. Pero hace visibles otras cosas.
El silencio es más que una ausencia de palabras.
Hay silencios deseados, fantaseados. Frente al llanto constante de un bebé que no se calma, los gritos de un adolescente encolerizado o la música “a todo trapo” de un concierto a las puertas de la casa de vacaciones, clamamos al bendito y deseoso silencio frente a lo constante e irremediable.
Pero otros atormentan. Hay silencios que gritan desesperados. Ese hijo que entrado en la adolescencia ya no nos dirige la palabra, un padre demente que no recuerda los sonidos del lenguaje o un niño que a sus 7 años no accedió al lenguaje. Deseoso ruido en estos casos. Aquí son muros instalados muy difíciles de atravesar o derribar, donde a modo de agujero negro, la luz entra pero desaparece y nada aflora.
Para los que no estamos muy “puestos” en física, podríamos definir un agujero negro como una región del espacio en la que la atracción de la gravedad es tan fuerte que ni la luz puede escapar. Si te acercas, pasado un punto, “el horizonte de sucesos”, ya no hay escapatoria posible, te engulle.
Como con la angustia, una vez que aparece, pasado un punto, te atrapa y ahí es donde ya no hay elección posible.
Sin embargo, a veces necesitamos tiempo para pensar. La retirada o el silencio pueden ayudarnos a eso. Ese es el horizonte que aquí nos interesa. Poder ordenar pensamientos, protegernos de una hostilidad, poder darnos tiempo para ver qué tenemos delante y cómo queremos comprometernos frente a lo que nos piden. Ese silencio es otra cosa. A modo de pausa no se instala un muro, sino una puerta que podremos cerrar para volverla a abrir después.
Habrá que discriminar cuando responde a una retirada temporal y necesaria, para pensar y encontrar las palabras, o a una retirada de otra cosa. Cuando tenemos la capacidad de elegirla o estamos sometidos a ella. En definitiva, será importante preguntarnos por cuándo está comandada por la pulsión de vida o por la de muerte, donde lo mortecino está asegurado.
Hay joyas de la literatura que nos acercan sigilosamente a las complejidades de la psique humana.
Este muro del que os hablo queda bien reflejado en las páginas de Bartleby, el escribiente, de Herman Melville, donde en un primer momento cuesta discriminar si su famosa frase “preferiría no hacerlo” responde a una reivindicación elegida o a todo lo contrario, al deseo de nada. Lo dice frente a un muro grande y pesado, inamovible, que le acompaña durante toda la narración y donde no entra ni la luz.
Hace poco, en el VI Ciclo de Formación de Psyquia, Daniel Schoffer nos nombraba como una vez que hablamos quedamos comprometidos. Comprometidos…”que implica riesgo, dificultad o peligro”. Cuando nos pronunciamos nos la jugamos. Nos presentamos. Si no nos olvidáramos relativamente de este compromiso las conversaciones serían dificilísimas. Afortunadamente, la espontaneidad nos ayuda a salvaguardar este hecho y podemos usar el humor o desdecirnos llegado el caso.
En Demon Copperhead, una novela de Barbara Kingsolver, que nos enseña de una manera deliciosa cómo hay lugares oscuros de los que podemos salir, el protagonista nombra justo ésto: “Una vez algo es expresado con palabras, ya no hay manera de retirarlo” (pp. 53).
Pero Ana Carrasco-Conde en La muerte en común también nos recuerda que frente a un agujero negro como el que supone la muerte de un ser querido “no es que no sepamos qué decir, es que el decir es un vacío que muestra los límites de las palabras que son, ellos también, nuestros propios límites”, pero añade, que “tenemos, además, los gestos, los silencios, las tensiones o espacios donde tomar aire” (pp. 13).
Aristóteles dijo que “uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”*. Silencios o palabras, retiradas o presencias, escuchemos más allá de ellas.
Frente al silencio del otro, de nuestra pareja, nuestro hijo adolescente, nuestro jefe o la vecina, tomemos nosotros nuestro tiempo de vuelta. Dejemos que cierren esa puerta confiando en que podrán abrirla de nuevo porque, si la abrimos nosotros, a la fuerza, quizás encontremos algo que no nos guste y quedemos nosotros atrapados, de nuevo, o para siempre. Mientras el otro vuelve, entretengámonos rumbo a nuestro deseo, porque como también dijo Demon, “Ahí es donde nos encontramos. (…) “Rumbo a la única gran cosa que sé que no va a tragarme vivo” (pp. 668).
El deseo, ese es el horizonte más vital, en la Galaxia de las palabras.
Natalia Torres
Referencias bibliográficas
- Carrasco-Conde, A. (2024): La muerte en común. Sobre la dimensión intersubjetiva del morir. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
- Kingsolver, B. (2023): Demon Copperhead. Barcelona: Navona.
- Melville, H. (2019): Bartleby, el escribiente. Madrid: Nórdica libros.
*Aristóteles toma esta cita del mundo griego y, posteriormente, la recoge también Freud en su pensamiento.