PEGAN A UNA NIÑA
Hace poco apareció en la prensa la siguiente noticia: “El Supremo prohíbe a un padre acercarse a su hija durante un año y 4 meses por darle un «fuerte azote». Dos jueces expresan su desacuerdo porque la condena, que también incluye 4 meses de prisión, no es «justa» ni «humana» por ser un hecho «menor»”. Los motivos por el cual dicho padre le propinó un azote que causó una lesión a modo de “moratón” fue que la niña “No paraba de llorar y no quería dormirse”.
Reconozco que esta noticia me hizo pensar en varias cuestiones acerca de la violencia: ¿Cuál es la diferencia a nivel psíquico entre un azote y el maltrato?, ¿es un hecho “menor”?, ¿cuándo debe intervenir la ley y qué significado tendrá a nivel comunitario?, ¿se puede pegar a un niño porque “no pare de llorar”?, ¿se puede pegar a un adulto porque no deje de llorar?, ¿qué pasa con la violencia en la infancia?, ¿por qué la minimizamos?, ¿nos cuesta hablar de ella? Por supuesto que no puedo responder a todas ellas porque darían para largas investigaciones, pero sí me parece importante dejarlas abiertas.
Vengo de una generación y de un ámbito donde se suele minimizar la violencia en la infancia, siendo corriente escuchar frases como : “un azote no hace daño”, “a mí me han pegado y mírame, aquí estoy”, “donde esté un buen cachete a tiempo”… Mi lugar como psicoanalista no está en opinar, ni mucho menos juzgar, sino tratar de entender qué repercusiones tiene el ejercicio de esa violencia, tanto para el que la ejerce, como para el que la recibe.
Una paciente diagnosticada de Trastorno Límite de la personalidad me dice: Mis padres se pasaban el día discutiendo. En lo único que se ponían de acuerdo, era a la hora de pegarme. Me pegaban por cualquier cosa: por llegar tarde, por no hacer bien los deberes, por no querer comerme toda la comida… Al fin y al cabo, por cualquier cosa que no cumplía con sus expectativas. Eso me llevaba a sentir que era yo el problema de todo y si no me sentía vacía. Al fin y al cabo, mientras se enfadaban conmigo, ellos no discutían.
Vemos a menudo como los hijos pueden colocarse en el lugar de síntoma de la pareja y, mientras estén en ese lugar, la familia continúa funcionando. Muchas veces es cuando el propio hijo mejora, que la pareja hace aguas o alguno de los progenitores consulta por cuestiones personales. Eso en el mejor de los casos claro…
Un hombre acude a consulta tras haber sido padre: “Me da miedo coger a mi bebé, abrazarle demasiado fuerte y hacerle daño. Es tan frágil e indefenso y yo me siento tan perdido”. Trabajando con él acerca de qué significa ser “demasiado fuerte” y como eso puede dañar en lugar de proteger por ejemplo, aparece toda una historia infantil de agresiones con su propio padre: “Me pegaba hasta que me veía llorar. Era tan humillante como me dejaba tirado en el suelo y me pateaba. A veces no podía llorar del miedo, otras de la impotencia. Yo no podía ni defenderme, él era demasiado fuerte”.
Otras veces los hijos se colocan en el lugar de “deshecho” del progenitor. Aquello que uno no soporta de uno mismo, que no puede ni verbalizar, una parte de la que uno se avergüenza, aquello que frustra… Todo lo malo colocado en el otro y este recibe toda la violencia.
En ambos ejemplos, el hijo/a ocupa un lugar donde se depositan en él cuestiones que no le pertenecen. La violencia es ese acto que manifiesta algo que uno se quiere quitar de encima. Un dolor, un cansancio, una rabia, una angustia… del que uno quiere desprenderse y colocar en un objeto externo. Y digo objeto con intención, para marcar el lugar que ocupa el otro en ese acto violento: Un objeto al que dañar, romper y violentar.
“Lo hacen a propósito” escuché hace poco de una amiga hablando acerca de una hija que no dormía por las noches. Así de esa manera colocamos intencionalidad en otro muy precario para descargarnos en él. Ya tenemos el culpable construido, él nos ha provocado. Todos podemos entender que es cansado y frustrante tener un hijo con rabietas, que no quiere acostarse, que llora, grita, pega… y así durante horas; o cuando tenemos prisa y no quiere vestirse, o cuando hay gente delante y se pone mañoso… Es comprensible que una madre o un padre se enfaden, frustren, griten, “pierdan los nervios” o se “saquen de quicio”. Pero hay una diferencia entre sentir, pensar y hacer, uno es responsable de lo que hace. “Se me puede ir la mano” como dicen algunos padres cuando han “perdido la paciencia” pero al que se le “va” es siempre al que pega. El que está “perdido” es el que no contiene su paciencia, y por lo tanto, el responsable del acto violento.
En su artículo “Pegan a un niño” de 1919, Freud explica cómo hay una cierta fantasía común infantil que presentan los pacientes donde un niño (o niña) es pegado por un otro. Esta fantasía se divide en 3 tiempos por los cuales el niño pasa:
- En el primer tiempo, el niño que es pegado no es el mismo que ve y fantasea con el acto violento. El que pega suele aparecer como el padre (o Madre). El niño que fantasea con esta escena donde aparece otro al que él odia y que es pegado por su padre. Se traduciría en la siguiente frase “Mi padre pega a mi hermano/rival que yo odio y por lo tanto soy querido por mi padre”.
- En el segundo tiempo, quien está siendo golpeado es el mismo niño que fantasea con esa escena. Aparece una representación de la culpa sentida por la escena anterior, unida a un padre amado que me golpea pero porque me ama. La frase sintetizada sería: “Mi padre me pega porque me quiere” y esta fantasía satisface una pulsión masoquista.
- En el tercer tiempo, aparecen varios niños que son pegados por un adulto distinto, que no es el padre, pero que lo representan a modo de subrogado materno o paterno. En esta fantasía, aunque continúa teniendo un componente masoquista, también se satisface la pulsión sádica.
Es interesante como desde esta fantasía podemos entender como quedan fijados algunos niños y niñas a alguno de los tiempos mencionados, sobre todo cuando la fantasía y la realidad son una misma. Es decir, nos encontramos con un niño en el tiempo de la satisfacción de la fantasía sádica y, a la vez, tenemos a un padre o Madre que ejerce su violencia a modo de respuesta.
Nos encontraremos probablemente con niños con dificultades de vincularse con sus pares si no es mediante la agresión como puente para satisfacer dicha pulsión y tramitar el odio, la rabia o el enfado. Así podemos encontrar el Buillyng, el acoso escolar, maltrato… entre otras, donde parece que la que fue victima ha quedado identificada con el agresor y ahora repite esa modalidad de goce.
Una paciente con problemas de vinculación e imposibilidad de estar en pareja me decía: Mi padre me educaba pegándome. Solía pegarme repetidas veces cada vez que no hacía lo que él quería. me pegaba hasta que se cansaba. A veces con el cinturón, otras veces me tiraba cosas… Con el paso de los años me he dado cuenta que eran auténticas palizas. Él decía que lo hacía porque me quería. Ahora me da miedo repetir esta historia, y encontarme con alguien así y en una relación en la que no pueda salir.
Aquí vemos como, a su vez, también puede quedar fijada la posición masoquista donde el amor del otro siempre viene dado a través de la violencia ejercida sobre uno mismo: parejas que no pueden separarse de su maltratador, hombres que quedan adheridos a jefes sádicos que les violentan y sienten que no pueden salir de esa relación, niños que no pueden crecer y separarse de sus padres sin tener que someterse a otro… “Me pega porque me quiere”, “dice que solo se vuelve así de loco por mi”, “es el precio que tengo que pagar por tener este puesto de trabajo”, “lo hace porque ve que hay potencial en mí…”
Desde Psyquia tratamos de mantener nuestra opinión al margen. Nuestra ética personal y profesional como psicoanalistas nos obliga a ello. Si no, ¿De qué manera poder entender al agresor o al agredido?, ¿cómo poder explicar por qué uno se queda en una posición tan complicada y aun así no consigue salir de ahí? Tratamos de alejarnos del horror de la violencia o de la minimización de la misma, para poder ver que sujeto hay detrás de ella y como poder ayudarle.
Verónica Corsini Prado
Referencias bibliográficas:
- Freud, S. (1919): De la historia de una neurosis infantil: El hombre de los lobos y otras obras. 1917-1919. En Obras Completas, Tomo XVII. Ed Amorrortu, Buenos Aires.