ADOLESCENCIAS SIN PALABRAS
“Todos somos a nuestra manera narradores, y necesitamos las palabras apropiadas para contar y contarnos cada día. (…) A veces encontramos en una página, prodigiosamente transparentes, ideas y sentimientos que en nosotros eran confusos, y así el oficio de vivir nos resulta menos caótico”.
“Los relatos bien contados invaden lo más íntimo, liberan sentimientos callados, nos rozan el corazón.”
Manifiesto por la lectura. Irene Vallejo
La palabra. Esa creación específicamente humana que nos salva de la crudeza de lo Real. Gracias a que la criatura humana es capaz de imaginar, de fantasear, de nombrar, se hace posible que la experiencia no pase exclusivamente por el cuerpo.
En consulta, escucho el sufrimiento de las personas, es mi oficio, mi vocación. El sufrimiento se presenta de muchas formas, a veces se hace posible ser contado, pero con más frecuencia de la que me gustaría, aparece en acto, en especial en la clínica de los adolescentes. En un momento social, donde la imagen, y el imperativo de “hacer cosas” nos domina, la palabra y el pensamiento, van perdiendo presencia.
Si tomamos a los adolescentes como un espejo de lo social, podemos pararnos a observar sus formas actuales de comunicación: conversaciones a través de imágenes que no duran más que unos segundos, emojis, gif, likes, stalkear…, un sinfín de interacciones que no pasan por las palabras.
No parece de extrañar que la sintomatología que viene ganando terreno se presente en los mismos códigos: ataques de angustia, depresión mayor, autolesiones y actings diversos más o menos graves inundan la clínica de los adolescentes (y de los no tan adolescentes). La clínica del suicido va en aumento, con unos servicios de urgencia desbordados y profesionales que en el mejor de los casos (si conseguimos no actuar también) nos preguntamos ¿qué está pasando?
No hay palabras que den sentido a los actos, los profesionales buscamos una respuesta en un intento que va a caballo entre curar al paciente y calmar nuestra propia angustia, pero llegados a este punto, la mayoría de los pacientes no son capaces de poder explicar, relacionar, o comprender ¿por qué he hecho tal o cual cosa?, ¿qué tengo yo que ver en lo que me pasa? Y en este no poder dar cuenta ante los otros que los interrogan, la culpa se suma como leña al fuego en un padecer sin nombre.
Aitana tiene 13 años, las cosas no le van bien en el colegio, le cuesta mucho estudiar, concentrarse y atender. Con los amigos también está siendo difícil la relación, ya que en numerosas ocasiones se siente excluida o poco vista. Las discusiones con sus padres en casa han ido en aumento, todo parece una pelea y por las noches ha comenzado a no poder dormir. Una noche sin saber muy bien cómo se despertó sin poder respirar, le temblaban las manos y estaba presa del pánico. Cuando su madre corrió en su ayuda Aitana no sabía explicar qué había ocurrido. Aparentemente nada en su día a día había cambiado. Sabía que las cosas no estaban yendo bien desde hace tiempo pero ¿por qué esto ahora? Deciden consultar.
Jesús tiene 23 años, está acabando la carrera y tiene pareja desde hace dos años. Dice ir siguiendo pasos en automático, “lo que toca”, se recuerda siempre como un niño bueno. La relación con sus padres la siente positiva y de confianza. Desde hace un par de meses, bebe de más, hasta no recordar o ser consciente de lo que hace, quiere pasarlo “muy bien, disfrutar a tope”, en realidad no sabe por qué lo hace, siente que hace daño a los que le quieren y el bucle de la culpa lo invade, pero no puede parar. Decide consultar.
Lucía tiene 16 años, desde los 11 sufre un TCA, la relación con su cuerpo le angustia mucho, tiene pareja desde hace seis meses y la aproximación a las relaciones sexuales la ha desbordado. Lucía, un día sin saber muy bien cómo ni porqué empezó a cortarse: “No sé por qué lo hago, me alivia, siento el corte y la angustia se pasa, pero en realidad no sé qué es lo que me angustia, pero no puedo soportarlo, necesito que pare”.
Aitana, Jesús y Lucía no existen como seres individuales, son construcciones, condensaciones que me ayudan a acercaros algunas de las situaciones que vivo en mi clínica. Personas que sufren, que gritan auxilio con sus actos por no encontrar palabras que les aten, que les hagan más soportable su realidad, que les permitan elevar a lo simbólico el quehacer con la vida para adueñarse de su deseo desde el pensamiento.
Tomando a Winnicott, Ezequiel Achilli nos dice: “La brecha entre el cuerpo biológico y el cuerpo social es ocupada por la voz a través del primer grito. Un grito que busca desesperadamente una respuesta de quien pueda responder. Un grito que es significado por otro como llamada, que se hace oír cuando el objeto no está, cuando no puede ser ni escuchado ni mirado. Se instalan así la decepción y el deseo que ocupa el centro de todas las faltas. Falta de ser que hace que el ser exista”. ¿Podremos desde nuestras consultas escuchar está llamada? ¿Cómo ayudar a que emerjan las palabras?
¿Cómo ayudar a mentalizar en tiempos donde todo son prisas y tener que saber y hacer?
Un paciente me decía hace poco en consulta: “¿Sabes Ana?, me he refugiado en la lectura, nunca he sido un gran lector, pero me está ayudando muchísimo”.
Él me ayuda a pensar en nuestra labor en estos casos, le pregunto qué lee y lo que me cuenta es que en esas lecturas, hay testimonios, vidas de otros, palabras que recorren sentimientos y experiencias con las que identificarse. Palabras de esperanza porque si a otros les pasó y sobrevivieron, por qué no me va a pasar a mí también. Palabras que dotan de sentido, de significado eso que el adolescente vive como experiencia sensorial, como caos y malestar interno.
Pero tanto, para leer como para analizarse, hace falta tiempo, hace falta parar, darse un espacio que a priori no ofrece una respuesta inmediata. J.R. Ubieto en un artículo para La Vanguardia nos dice: “ Son vidas llenas, y eso es un problema, porque entonces no hay intervalos, no hay vacíos, y es más difícil que surjan el pensamiento, la creatividad o el aburrimiento como factor también de intervención. Hemos llenado sus vidas con respuestas y no les dejamos hacerse preguntas”.
Desde Psyquia ofrecemos un espacio donde esas preguntas puedan tener cabida, donde los silencios y los tiempos nos ayuden a construir un relato para que los adolescentes puedan historizarse, para que puedan poner palabras que nombren y anuden el sufrimiento. Para que así puedan ser capaces de adueñarse de su destino.
Ana García
Referencias Bibliográficas