DE SILENCIOS
La vida está llena de sonidos, de ruido, y cuando esos sonidos y ese ruido se baja o se apaga, aparecen los silencios. Porque de silencios también va la vida.
Los psicoanalistas sabemos de su importancia en los procesos terapéuticos. Nosotros que trabajamos con el inconsciente, sabemos lo cargado que está de “un discurso sin palabras”.
“El silencio, entre todas las manifestaciones diversamente humanas, es la que expresa mejor, de manera muy pura, la estructura densa y compacta, sin sonido ni palabra, de nuestro propio inconciente”.
“Se trate del silencio del paciente o del silencio del psicoanalista, de un silencio crónico o efímero, de un silencio de resistencia o de apertura a lo inconsciente, constituye un hecho analítico de primera importancia en el desenvolvimiento de una cura”.
Así nos acerca Nasio al silencio.
Un lugar sin palabras que viene justo a ocupar el lugar originario de la palabra. Pensémoslo como el aburrimiento. Gracias al aburrimiento emergen inquietudes que poner en marcha. Porque me aburro me muevo a ver qué hago. Gracias a que me aburro miro a mi deseo a ver qué me sugiere. El silencio, de igual modo, es una apertura, es un encuentro con lo interno, con los pensamientos, con las sensaciones, con el propio cuerpo.
Pero hay otros silencios que, sean o no facilitadores de apertura, también son efecto de otras cosas. Algunos silencios responden a un trauma. Pensemos en ese niño que enmudeció, que le pasó algo tan traumático que se quedó sin palabras. Nos podemos encontrar con afonías, mutismos, interrupciones mediante tartamudeos.., sintomatología donde la voz propia se ve comprometida.
Pero, ¿qué estará silenciando?, ¿será consciente o inconsciente?, ¿será un síntoma de otra cosa? Pues si es un síntoma, ya es un decir. El síntoma siempre nos quiere decir algo aunque esté silenciado.
Del silencio a lo silenciado.
Silenciar es “Callar u omitir algo sobre algo o alguien», «hacer callar a alguien o algo”. “Guardar silencio intencionadamente sobre algo», «hacer que no se oiga ningún ruido o voz, o que no se pueda expresar algo”.
Que no se pueda expresar algo. Desde lo traumático, esta será una vía que nos interesa pensar, donde algo está silenciado desde el lenguaje. No se encuentra explicación, sentido, no hay un contenido simbólico compartido que explique y otorgue una salida, sino que cada persona, desde su subjetividad, irá recorriendo un camino de búsqueda propio.
El trauma tiene ese componente individual, donde cada cual verá como lo puede ir resolviendo. Aparece una sintomatología que responde a la búsqueda de esa explicación, a un intento de elaboración. Frente a lo traumático, me defiendo y me protejo, y como siempre, cada uno lo hace como puede. Se comienza por la ausencia de un significante que explique pero que facilite empezar a ligar para elaborar.
Pero también hay un silenciar desde lo colectivo.
El abuso infantil sería un claro ejemplo. “El abuso suele quedar invisibilizado ante las expectativas que tenemos acerca del mundo y de la vida, y eso los niños/as víctimas lo perciben”. Tan característico y común es en estos casos, que con estas palabras inicia María Cecilia López uno de sus libros sobre el Abuso sexual infantil. Frente a la pregunta de cómo puede dañarse tanto a alguien tan vulnerable aparece el horror y se vuelve intolerable. Para todos.
¿Y qué pasa con el bullying? Esa violencia escolar donde necesita de una colaboración muda, de unos testigos que en muchos casos la manera que tienen de asegurarse no ser incluidos como víctimas es, no decir, no ser sujetos denunciantes.
¿Y la pérdida perinatal? el silencio y el vacío que aparece tras la pérdida no hace más que incrementar el dolor por la pérdida de un hijo que iba a nacer. A la mujer y a su pareja que pasan por esta experiencia tan traumática se les dicen muchas cosas: “no te preocupes, si ha pasado, era porque tenía que pasar”, “mejor ahora que aún no le conocías”, “puedes volver a intentarlo”… Cierto o no, no podemos olvidarnos que en la mayoría de casos ya había unas expectativas en marcha, unos planes, un nombre, un bebé al que se esperaba y se proyectaba. Pero lo más doloroso, es que estas cosas que se dicen dan cuenta de la angustia que genera a todos. Es como si dijeran, “venga, a seguir ¡eh!, que aquí no ha pasado nada”. Y sí, sí que ha pasado, porque se abre un espacio de duelo, donde se han perdido muchas cosas, a un hijo/a, a una futura madre, a un futuro padre…Y esto, no es cualquier cosa que se solucione en un momento.
Y ¿el suicidio? Alguien voluntariamente interrumpe su vida, ¿hay algo más incomprensible socialmente que esto? Y aquí sí que no hay palabras. Hay un acto que irrumpe como freno a la angustia. Muchas veces es la única salida que encontró esa persona para frenar su malestar. Y junto a esa ausencia de palabras en acto sumemos el lugar en donde nos deja. Nunca podrá contarnos por qué lo hizo, pero si lo visibilizamos, al menos, podremos preguntárnoslo nosotros.
En todas ellas, si miramos las cifras, sólo ellas ya dan cuenta de la gravedad.
Cuatro ejemplos donde el trauma irrumpe con tal intensidad en el psiquismo que deja al sujeto sin posibilidad de tramitarlo, al menos en un primer momento. Lo intolerable se vuelve tan grande que no queda otra que ayudarnos de protocolos que ordenen ese mundo desordenado. Porque en todos ellos esa losa que cae y nos aplasta no solo cae sobre ese niño, ese púber, esa madre o esa persona que sufre, sino que cae sobre todos. Nos aplasta y nos revuelve, nos paraliza y nos pone a actuar; a seguir con la vida sin pararnos a pensar, porque frente al horror, ¿quién no quiere olvidarse de él y creerse, aunque solo sea un ratito, que no ha pasado?
En los cuatro, lo incomprensible. Un dolor propio acompañado de un no saber, de ese no entender, de las no respuestas, del silencio. Y creamos protocolos de actuación que nos lleven a combatir los efectos, a realizar trabajos de prevención, pero sin darnos cuenta, dejamos esos efectos en silencio, silenciados más bien.
Escuchemos los silencios, pues lo silenciado tapona, pero el silencio, el silencio sí se escucha.
Desde ahí surge la posibilidad de iniciar un proceso terapéutico. Un espacio que reciba lo silenciado, escuchando el silencio, mirando a la palabra.
Referencias bibliográficas:
Nasio, J.D.(dir.): El silencio en psicoanálisis. Amorrortu editores. Buenos Aires, 2009.
López, M.C.: Los juegos en la detección del abuso infantil. Premisa. Buenos Aires, 2014.