Las Peliculas que nos montamos

Las películas que contamos

Si hacemos un ejercicio de reflexión acerca de quiénes somos y por qué somos como somos, todos nos sorprenderemos contándonos una historia pero… ¿es realmente cierta?

Pongámonos en antecedentes: Freud lo llamó la novela familiar del neurótico y decía:

 «Para el niño pequeño los padres son, al principio, la única autoridad y la fuente de toda fe. El deseo más intenso y decisivo de esos años infantiles es el de llegar a parecérseles -es decir, al progenitor del propio sexo-; el deseo de llegar a ser grande, como el padre y la madre. Pero a medida que progresa el desarrollo intelectual es inevitable que el niño descubra poco a poco las verdaderas categorías a las cuales sus padres pertenecen. Conoce a otros padres, los compara con los propios y llega así a dudar de las cualidades únicas e incomparables que les había adjudicado. Pequeñas experiencias de su vida infantil, que despiertan en él un sentimiento de disconformidad, lo incitan a emprender la crítica de los padres y a aprovechar, en apoyo de esta actitud contra ellos, la ya adquirida noción de que otros padres son, en muchos sentidos, preferibles a los suyos.(…)  Las ocasiones que los motivan tienen por tema evidente el sentimiento de ser despreciado. Son frecuentísimas las oportunidades en las cuales el niño es menospreciado o en que por lo menos se siente menospreciado, en las cuales siente que no recibe el pleno amor de sus padres o, principalmente, lamenta tener que compartirlo con hermanos y hermanas. La sensación de que su propio afecto no es plenamente retribuido se desahoga entonces en la idea, a menudo conscientemente recordada desde la más temprana infancia, de ser un hijastro o un hijo adoptivo.(…) El varón se inclina mucho más a desplegar impulsos hostiles contra el padre que contra la madre, y mucho más también a liberarse de aquél que de ésta. A este respecto, la actividad imaginativa de la niña tiende a ser mucho más atenuada.»

Comienza en ese momento el prólogo de nuestra historia. Con esos ingredientes aparece el guiso de una actividad imaginativa construida por fantasías con las que intentamos liberarnos de esos padres menospreciados y reemplazarlos por otros (a los que creemos mejores), para después, en una segunda fase, plantearnos posibles infidelidades entre ellos o historias amorosas ocultas. Quizá alguno recuerde también los capítulos concernientes a los hermanos, donde como protagonistas reclamamos la legitimidad para nosotros, mientras que eliminamos de esta legitimidad a los hermanos: esto es el clásico «tú eres adoptado», el insulto más dañino que le profesábamos a nuestros hermanos y con el que nos consagrábamos como los únicos y verdaderos herederos universales.

No pueden faltar en estos cuentos la omnipotencia y el pensamiento mágico que inundan los juegos. Los príncipes y princesas con poderes mágicos ocultos que aún no han sido descubiertos, las ensoñaciones donde dejamos a todos boquiabiertos con alguna habilidad, el día que por fin vendrá el hada madrina a convertirnos en maravillosos sin que, por supuesto, tengamos que hacer ningún esfuerzo y todos los finales Disney que os podáis imaginar o más bien que sólo tenéis que recordar. Todos fueron felices y comieron perdices. Si somos honestos con nosotros mismos, podremos reconocer que a día de hoy aún nos encontramos soñando despiertos con alguna versión más adulta de todas esta fantasías que viene a explicarnos que si aún no hemos sido reconocidos en nuestro lugar especial es porque aún no se ha acabado el cuento o porque existen personajes malos que son los culpables de nuestro lugar sombrío.

Estas obras de ficción configuran nuestra identidad, nos explican nuestro lugar en el mundo y vienen a hacernos creer que somos únicos y especiales. Necesitamos construirlas para poder abandonar una época que creímos dorada: ese tiempo pasado tan feliz donde éramos los reyes de un padre que era el más fuerte de los hombres y una madre que era la más amorosa y buena de las mujeres. ¿Cómo poder renunciar a eso y salir al mundo sintiéndose uno más?, ¿cómo reconocer que estos padres no son tampoco todo lo que habíamos creído?

Digamos entonces que estas películas que nos contamos son un mal necesario para poder sobrevivir pero, ¿hasta cuándo?

Empezar una terapia es entonces la más valiente de las aventuras. Significa atreverse a cuestionar los fantasmas que nos han constituido para contarnos la historia desde una óptica diferente y más realista.

¿Qué película te has contado tú? ¿Te atreves a cuestionarla?