PARA SIEMPRE

“La muerte entra en el dominio de la fe. Hacen bien en creer que van a morir. Si no lo creyeran así, ¿podrían soportar la vida? Sino estuvieran sólidamente apoyados en la idea de que hay un fin, ¿acaso podrían soportar esta historia?”.

 Jacques Lacan.

El pasado día 1 de noviembre, se celebraba el Día de Todos los Santos el cual, en nuestra cultura representa, especialmente, un momento para recordar a los seres queridos que ya no están físicamente.

Si pensamos en diferentes culturas, por muy diferenciadas que estén, en todas se le da a la muerte un lugar importante: bien sea con una fecha especial, con un ritual, con una celebración… y según culturas y religiones a la muerte también se le intenta dar una explicación distinta: hay quienes piensan que sólo muere el cuerpo y trasciende el alma, hay quienes dicen que el destino después de la muerte dependerá de cómo se haya sido en vida, hay países como Ghana y México en donde la muerte es celebrada al modo de una fiesta, hay quienes creen que la muerte es un paso hacia otro tipo de vida, sin ir muy lejos Halloween es una fiesta divertida en la que la muerte es el motivo central y así, podríamos pensar en muchísimos ejemplos. Lo común, en cualquiera de los casos, es que, como se suele decir: lo único inevitable es la muerte.

Podríamos pensar que la muerte es el límite máximo, por así decirlo, de la vida tal y como la conocemos. Es fácil pensar que, a todos en algún momento, nos ha conmocionado la noticia de una muerte cercana o no tan cercana, porque la muerte genera un impacto innombrable, muchas veces nos quedamos sin palabras o decimos alguna palabra que, sin darnos cuenta, la niega: ¡no me digas!, ¿¡qué me dices?!, ¡no puede ser!, ¡no me lo puedo creer! Y así… y es que la muerte de otros, también nos convoca a la propia muerte, a sentir que, si hay algo común en todos los seres humanos, es que somos mortales. Es entonces la muerte un fenómeno innombrable, no se nos puede contar cómo es, sólo sabemos que es y punto, quedamos los vivos para intentar buscar respuestas, relatos, palabras, recuerdos y un sin fin de recursos para sobrellevar la ausencia física de aquel que estuvo y que ya no estará nunca más de la misma manera. La muerte también es una experiencia radical, no podemos pensar en una “muerte a medias” rigurosamente hablando, el cuerpo o se muere o no se muere, aunque haya situaciones límites, la muerte es irreversible.

La muerte, salvo excepciones, trae también aparejados afectos que convocan tristezas, miedos, tensiones, se suelen utilizar colores oscuros para asistir a los funerales, se convocan silencios y es que es verdaderamente conmovedora. Sin embargo, y si nos remitimos a la cita de Jacques Lacan, al comienzo de esta reflexión, el saber que somos mortales, también nos permite “soportar” la vida, el comprender que hay sufrimientos inevitables que van a terminar, nos podría “tranquilizar”, en cierta manera. Pero también podríamos pensar que el hecho de que la muerte forme parte de la vida nos invita, de alguna manera, a vivir. Una forma de pensar en el valor de la vida es que esta, es una. Si la vida sólo fuera vida y vida eterna, quizá el valor de las cosas que hacemos, que decidimos, que pensamos y que elegimos, sería permeable y etéreo, si el tiempo que hay una vez que se inicia la vida, no tuviera fin, quizá nuestros deseos serían comparables a caprichos cotidianos. Pero para bien o para mal, según el cristal con el que se mire, el tiempo que inicia, cuando emerge la vida, se acaba con la muerte y es este límite, el que nos convoca a tomarnos la vida “en serio”, a desear, a soñar, a construir, a elegir, a renunciar, a disfrutar, en definitiva, a vivir.

El deseo de cada persona es el motor de su propia vida. El deseo podemos pensarlo como nuestras más genuinas motivaciones, lo que nos apasiona, lo que nos captura la atención, lo que nos atrae, lo que nos inspira, aquello por lo que renunciamos y elegimos, nuestro despertador natural, por así decirlo, ese que nos “despierta” sin necesidad de que suene una “alarma”, sino que en si mismo, nos motiva a ponernos en marcha. Cuando, en cada uno de nosotros, ese deseo está circulando, pareciera que la vida está en marcha: disfrutamos, sufrimos, nos caemos, nos levantamos, etc. Pero, hay momentos y aspectos de la vida en los que parece que el deseo se escapa, se duerme, se apaga, se ausenta y pueden aparecer distintos síntomas como tristeza, apatía, desgana, desmotivación, cansancio, entre otros muchos. A veces, la sensación de deseo de nada es tal, que nos preguntamos: ¿qué pasa cuando la realidad de la muerte no es suficiente para querer vivir?, ¿qué ocurre cuando escuchamos en nuestras consultas que lo que está vivo es el cuerpo, pero el deseo está convaleciente?, ¿qué pasa cuándo un ser humano sufre al no poder reanimar su deseo?, ¿es ésta una forma de muerte?

Desafortunadamente, estamos viendo en las consultas cuerpos infantiles y adultos, biológicamente vivos, pero anímicamente mortificados, apagados, demandantes de energía, de luz, de amor y también de vida.

En PSYQUIA pensamos que nuestro trabajo también forma parte de acompañar el recorrido para encontrar ese deseo, ese motor, esa motivación a través de un camino revitalizante, porque muchas veces la muerte puede ser psíquica.

Para finalizar y como en todos los finales, más aún hablando de la muerte, pensamos ¿qué nos queda?, pues si hay algo que escapa a la muerte, podría ser eso que hemos hecho en vida con otros: vivencias, experiencias, aprendizajes, enseñanzas… eso que de alguna manera nos inmortaliza: lo que de cada uno nos queda y lo que en cada uno dejamos, lo único que es para siempre.

 

Daniela González Brizuela

Referencias: