Reflexiones sobre el Autismo

Reflexiones sobre el autismo

En los últimos tiempos llegan a nuestras consultas muchos niños diagnosticados de TEA (Trastorno del Espectro Autista). ¿Podemos hablar de una epidemia? ¿Es otro cajón desastre como el TDAH? A continuación os exponemos las reflexiones que nos surgen acerca del tema.

Hace unos años lo llamaban TGD (Trastorno General del Desarrollo), ahora es TEA. ¿De qué estamos hablando? Qué curioso tanto cambio de siglas para unos niños que tienen sus propias dificultades en nombrarse.

Empecemos por el principio: el origen de este trastorno. ¿Es una enfermedad neurológica?, ¿es una psicosis?, ¿es un trastorno del vínculo? Y según contestáramos a esta pregunta: ¿cómo se trata a estos niños?

La hipótesis de una génesis orgánica del autismo explicaría solamente una mayor fragilidad en estos sujetos a nivel estadístico. Faltaría explicar por qué la gran mayoría de personas afectadas por cualquier síndrome orgánico al que se atribuye el autismo no son de hecho ni autistas ni psicóticos. Sea como fuere, el resultado es una verdadera “epidemia” de autismo. Para afrontar esta epidemia es frecuente que se apueste por terapias cognitivo-conductuales, considerando el autismo desde el déficit. Es cierto que a la consolidación de respuestas autistas deben concurrir una combinación especial de circunstancias donde las tendencias constitucionales (genéticas y congénitas), los traumatismos perinatales y el clima emocional de la familia que lo cría, se transforman en piezas de fundamental importancia, pero los autistas no son discapacitados que necesiten ser formados, sino sujetos que tienen dificultades a causa de un trastorno que no está localizado en los pliegues del cerebro, sino en lo simbólico.

Bajo esta base, podemos pensar que ciertos retrasos del habla son en realidad retrasos de lenguaje, debidos a una invalidación del deseo de comunicarse y no a un fallo a nivel neurológico. Desde el inicio de la vida todo niño se encuentra en estado de habla, él mismo no puede hablar verbalmente pero posee el entendimiento de las palabras y está constantemente a la búsqueda de comunicación con el otro. Tiene la necesidad de ser rodeado de comunicación, prueba de su participación en el mundo. La ausencia de sonrisas, de mirada, de lalaciones, la ausencia de búsqueda de la madre por parte del niño, de comunicación constante con ella, de llamadas, el silencio de un chico tranquilo o, por el contrario, los gritos continuos estereotipados (los signos que el niño ofrece a la observación de quien esté atento a ellos) no habían preocupado a sus papás ni a los médicos.

Este bebé pasivo, indiferente, a quien nombran como tranquilo, que duerme cuando su madre lo pone a dormir, que come todo lo que se le da, este bebé es, sin embargo, motivo de inquietud. Pero no para muchos médicos. Con tal de que engorde, de que haga bien las deposiciones, de que le salgan los dientes…”¿Qué más quiere usted? (le dicen a la madre) “Si está estupendo y es un niño muy bueno y muy tranquilo”. Y así es como se van preparando sigilosamente las psicosis.

Curiosamente las únicas alteraciones que sí parecen preocupar son las del sueño y las del tubo digestivo. Por desgracia, todo desorden fisiológico les parece a los adultos exclusivamente del dominio del cuerpo, único enfermo. El niño entonces sufre por no ser comprendido ni reconocido en su afectividad y en su amor. El deseo de comunicación sutil de sujeto a sujeto resulta así reprimido del lado del niño, y se torna imposible después, a causa de un trastorno funcional que no es interpretado en su carácter de lenguaje. Del lado del adulto, lo que hay es angustia ante el trastorno somático del niño, y por tanto de este cuerpo-objeto, único reconocido como representante del niño. Como consecuencia, la angustia y su cuerpo parecen ser todo lo que, del niño, es reconocido por el entorno. El sujeto ya no es reconocido en lo que intenta decir. De lo que se habla es de los síntomas del niño, pero a su persona, lamentablemente, no se le habla más.

Lo que sí se oirá más tarde, una vez consolidados los rasgos autistas y finalizadas las múltiples visitas a distintos especialistas en busca de “la causa orgánica”, es una voz que suelta la bomba: “lo que pasa es que usted no le debió estimular demasiado”. Y así aparece una madre destrozada, culpabilizada y sin entender nada.

En el autismo se constata como síntoma principal la ausencia de demanda al otro, el no querer saber nada del otro. Por eso, el síntoma del autismo no se vincula sólo con problemas en la educación sino con problemas en su propio devenir subjetivo. Es decir con un problema clínico.

Más allá del origen y de las causas que puedan explicar el por qué de ese rechazo al vínculo y de la detención del niño frente a la entrada en el lenguaje, está el niño. El niño frente al mundo que le rodea, sin entrar, sin darse un lugar en él.

Para entender entonces el autismo no sólo habrá que buscar qué área del cerebro está dañada, sino que tendremos que tratar de comprender qué implica esta salida hacia los otros y el acceso al lenguaje. Sólo así podrá entenderse qué detiene al niño frente al otro y lo que se pierde como sujeto humano con esa detención. Lo que está en juego en la relación entre los seres humanos es la subjetividad.Por lo cual es urgente que quienes le atiendan desde los distintos ámbitos, tengan en cuenta esta perspectiva clínica y no únicamente pedagógica u organicista del niño con autismo. Sólo así el niño autista podrá recibir el tratamiento que por derecho le corresponde, ya que en toda persona hay un sujeto.

Por lo tanto, no se trata de colocar al niño en una posición de alumno desde la que él pueda responder bien o mal, o de niño que tiene que jugar, donde él queda colocado en el lugar de objeto y lo máximo que puede hacer es rechazar, sino que se trata de ofrecer al niño la posibilidad de una relación con el otro. Es partiendo de la base que él está en posición de sujeto y nosotros también, que se podrá establecer el encuentro entre los dos. De la misma manera, tratar de suprimir sus comportamientos “molestos” sin preguntarse qué función cumplen, qué lógica les subyace, correspondería a arrancar su muleta a una persona con la pierna rota, sin preocuparse de saber si después podrá caminar sin ese apoyo.

Si nos fijamos en lo que hacen y no en lo que supuestamente tendrían que hacer, nos daremos cuenta de que tratan de establecer un primer esbozo de lo simbólico. El elemento más primitivo y arcaico de lo simbólico es la alternancia, (el ir-venir, abrir-cerrar, encender-apagar). Los profesionales que investigan sobre el autismo y que únicamente sitúen los síntomas como conductas a corregir, o a abolir, entenderán esas alternancias como simples estereotipias. Por eso las quieren anular, rectificar. Y estas conductas espontáneas, decididas por el mismo niño, tienen su función. Le sirven para poner un cierto orden aunque éste sea muy precario. Es fundamental comprender la función de estas iniciativas del niño para poder ponernos a su lado.

Sólo respetando sus mecanismos de autodefensa y sólo tomando sus actos como decisiones propias, como inventos para darse un “cierto” lugar, podremos acercarnos de otra manera y conectar nuestros dos mundos. Se trata de aprender a hablar la lengua del otro, de comprender cómo funciona la subjetividad de un autista. Es desde esta perspectiva desde la que yo entiendo que debe enfocarse el tratamiento de un niño autista..

Conclusión: proponerse entender este lenguaje en vez de etiquetar al niño autista como deficiente mental con daño orgánico es nuestra alternativa.