¿Dónde queda la vejez en nuestros tiempos?
El vídeo que está conmocionando las redes esta navidad, en el que un anciano finge su muerte como única forma de reunir a toda su familia, nos ha hecho pensar acerca del lugar que ocupan nuestros mayores actualmente.
El anuncio nos muestra un abuelo pasando navidades y navidades en soledad pues sus hijos están tan ocupados en sus quehaceres profesionales, familiares, viajes… que no tienen tiempo de reunirse.
Antiguamente era frecuente ver como tres generaciones convivían en el hogar compartiendo el día a día. El que la mujer trabajara en las tareas del hogar facilitaba el cuidado de las personas dependientes, bien fueran bebés, niños o ancianos. Con la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar empezaron a ser necesarios otros servicios que cubrieran estas necesidades así como son las escuelas infantiles, las residencias, o el personal contratado para estar en el hogar.
Nos parece fenomenal que la mujer pueda desarrollar su faceta profesional. En este sentido esta reflexión es un alegato a la conciliación, palabra que está a día de hoy en boca de todos pero en ningún lugar parece existir realmente.
Las jornadas laborales cada vez más largas junto con los salarios cada vez más precarios hacen muy difícil que esta conciliación sea posible. Pero ¿Es éste el único motivo por el cual nos resulta “imposible” cuidar de nuestros mayores?
Nos vamos a centrar en esta ocasión en la vejez aunque somos conscientes de que muchas de las cosas que vamos a tratar hoy serían aplicables a todo aquel sujeto dependiente (bebe, niño, discapacitado…)
Parece que a día de hoy se demandara ser eternamente joven. A los niños les introducimos cada vez más rápido en el mundo del adulto y los adultos no quieren crecer. La juventud está colocada en el lugar de la completud, convirtiéndonos en todopoderosos. Pareciera así que las personas dependientes nos molestan, no nos permiten llevar el ritmo acelerado que queremos y hay que “guardarlas”, “aparcarlas”, para poder seguir con nuestras vidas “sin límites”.
Es frecuente escuchar al personal de las residencias hablar de ancianos deprimidos, absortos en sí mismos, con la mirada al infinito y queriendo desaparecer. Estudios recientes comienzan a hablar del papel que juegan las emociones en que enfermedades como la demencia avancen más o menos despacio.
¿Con qué nos confrontan estos ancianos que necesitamos tanto esconder?Es como si al “guardarlos” estuviéramos negando algo, ¿el qué? Desde nuestro punto de vista los ancianos nos confrontan con la muerte. Con que el “elixir de juventud” que nos prometen los anuncios de televisión es una “patraña” que sólo sirve para calmar momentáneamente la angustia que despierta el hecho de que todos, algún día, moriremos.
No es cuestión de ponernos pesimistas, pero si nos parece necesario poder reflexionar acerca de cómo poder integrar la vida y la muerte en un sujeto. En cómo poder aceptar nuestras limitaciones a través de ver las de los otros y cómo este hecho no debería “enviarnos al cajón del olvido” sino ser capaces de vivir con nuestra incompletud.
Os dejamos el enlace al video por si quereis verlo:
El vídeo que está conmocionando las redes esta navidad, en el que un anciano finge su muerte como única forma de reunir a toda su familia, nos ha hecho pensar acerca del lugar que ocupan nuestros mayores actualmente.
El anuncio nos muestra un abuelo pasando navidades y navidades en soledad pues sus hijos están tan ocupados en sus quehaceres profesionales, familiares, viajes… que no tienen tiempo de reunirse.
Antiguamente era frecuente ver como tres generaciones convivían en el hogar compartiendo el día a día. El que la mujer trabajara en las tareas del hogar facilitaba el cuidado de las personas dependientes, bien fueran bebés, niños o ancianos. Con la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar empezaron a ser necesarios otros servicios que cubrieran estas necesidades así como son las escuelas infantiles, las residencias, o el personal contratado para estar en el hogar.
Nos parece fenomenal que la mujer pueda desarrollar su faceta profesional. En este sentido esta reflexión es un alegato a la conciliación, palabra que está a día de hoy en boca de todos pero en ningún lugar parece existir realmente.
Las jornadas laborales cada vez más largas junto con los salarios cada vez más precarios hacen muy difícil que esta conciliación sea posible. Pero ¿Es éste el único motivo por el cual nos resulta “imposible” cuidar de nuestros mayores?
Nos vamos a centrar en esta ocasión en la vejez aunque somos conscientes de que muchas de las cosas que vamos a tratar hoy serían aplicables a todo aquel sujeto dependiente (bebe, niño, discapacitado…)
Parece que a día de hoy se demandara ser eternamente joven. A los niños les introducimos cada vez más rápido en el mundo del adulto y los adultos no quieren crecer. La juventud está colocada en el lugar de la completud, convirtiéndonos en todopoderosos. Pareciera así que las personas dependientes nos molestan, no nos permiten llevar el ritmo acelerado que queremos y hay que “guardarlas”, “aparcarlas”, para poder seguir con nuestras vidas “sin límites”.
Es frecuente escuchar al personal de las residencias hablar de ancianos deprimidos, absortos en sí mismos, con la mirada al infinito y queriendo desaparecer. Estudios recientes comienzan a hablar del papel que juegan las emociones en que enfermedades como la demencia avancen más o menos despacio.
¿Con qué nos confrontan estos ancianos que necesitamos tanto esconder?Es como si al “guardarlos” estuviéramos negando algo, ¿el qué? Desde nuestro punto de vista los ancianos nos confrontan con la muerte. Con que el “elixir de juventud” que nos prometen los anuncios de televisión es una “patraña” que sólo sirve para calmar momentáneamente la angustia que despierta el hecho de que todos, algún día, moriremos.
No es cuestión de ponernos pesimistas, pero si nos parece necesario poder reflexionar acerca de cómo poder integrar la vida y la muerte en un sujeto. En cómo poder aceptar nuestras limitaciones a través de ver las de los otros y cómo este hecho no debería “enviarnos al cajón del olvido” sino ser capaces de vivir con nuestra incompletud.
Os dejamos el enlace al video por si quereis verlo
El vídeo que está conmocionando las redes esta navidad, en el que un anciano finge su muerte como única forma de reunir a toda su familia, nos ha hecho pensar acerca del lugar que ocupan nuestros mayores actualmente.
El anuncio nos muestra un abuelo pasando navidades y navidades en soledad pues sus hijos están tan ocupados en sus quehaceres profesionales, familiares, viajes… que no tienen tiempo de reunirse.
Antiguamente era frecuente ver como tres generaciones convivían en el hogar compartiendo el día a día. El que la mujer trabajara en las tareas del hogar facilitaba el cuidado de las personas dependientes, bien fueran bebés, niños o ancianos. Con la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar empezaron a ser necesarios otros servicios que cubrieran estas necesidades así como son las escuelas infantiles, las residencias, o el personal contratado para estar en el hogar.
Nos parece fenomenal que la mujer pueda desarrollar su faceta profesional. En este sentido esta reflexión es un alegato a la conciliación, palabra que está a día de hoy en boca de todos pero en ningún lugar parece existir realmente.
Las jornadas laborales cada vez más largas junto con los salarios cada vez más precarios hacen muy difícil que esta conciliación sea posible. Pero ¿Es éste el único motivo por el cual nos resulta “imposible” cuidar de nuestros mayores?
Nos vamos a centrar en esta ocasión en la vejez aunque somos conscientes de que muchas de las cosas que vamos a tratar hoy serían aplicables a todo aquel sujeto dependiente (bebe, niño, discapacitado…)
Parece que a día de hoy se demandara ser eternamente joven. A los niños les introducimos cada vez más rápido en el mundo del adulto y los adultos no quieren crecer. La juventud está colocada en el lugar de la completud, convirtiéndonos en todopoderosos. Pareciera así que las personas dependientes nos molestan, no nos permiten llevar el ritmo acelerado que queremos y hay que “guardarlas”, “aparcarlas”, para poder seguir con nuestras vidas “sin límites”.
Es frecuente escuchar al personal de las residencias hablar de ancianos deprimidos, absortos en sí mismos, con la mirada al infinito y queriendo desaparecer. Estudios recientes comienzan a hablar del papel que juegan las emociones en que enfermedades como la demencia avancen más o menos despacio.
¿Con qué nos confrontan estos ancianos que necesitamos tanto esconder?Es como si al “guardarlos” estuviéramos negando algo, ¿el qué? Desde nuestro punto de vista los ancianos nos confrontan con la muerte. Con que el “elixir de juventud” que nos prometen los anuncios de televisión es una “patraña” que sólo sirve para calmar momentáneamente la angustia que despierta el hecho de que todos, algún día, moriremos.
No es cuestión de ponernos pesimistas, pero si nos parece necesario poder reflexionar acerca de cómo poder integrar la vida y la muerte en un sujeto. En cómo poder aceptar nuestras limitaciones a través de ver las de los otros y cómo este hecho no debería “enviarnos al cajón del olvido” sino ser capaces de vivir con nuestra incompletud.
Os dejamos el enlace al video por si quereis verlo: