Placer y displacer en el mismo continuo
Si el placer y el displacer son dos caras de la misma moneda, y el cuerpo se adapta y se acomoda para resistirlo y resistirse, tendrán también un papel entonces, en esta confrontación las emociones…
La categoría más amplia en la que se suelen dividir o clasificar situaciones vitales, generalmente suele ser la del placer y el displacer, o en una dualidad similar positivas y negativas. Numerosas investigaciones se han avocado a explorar la actividad cerebral en condiciones de dolor así como en circunstancias placenteras, para estudiar las respuestas fisiológicas y neurológicas que garantizan las sensaciones que cada una de estas experiencias evocan a nivel corporal.
Las conclusiones son homogéneas principalmente porque los sistemas que procesan el dolor y el placer pueden activarse de manera simultánea, y por ello pueden afirmar que nuestro cuerpo y nuestro cerebro responden de manera compensatoria ante el dolor con algo positivo que minimiza la percepción de éste y genera un alivio que es experimentado como placentero.
Si pensamos entonces que cuerpo y cerebro, que biología y fisiología se alían para permitirnos aliviar y reducir el dolor, incluso que sensaciones opuestas pueden llegar a experimentarse al mismo tiempo; ¿qué sucede entonces con estas sensaciones cuando el placer y el displacer están ligados a una emoción, y no al cuerpo? ¿Puede un vínculo afectivo producirnos dolor y goce al mismo tiempo?
En este sentido, la literatura, la música, el cine, las artes en general y hasta los refranes populares, se han hecho eco de estos hallazgos científicos para significar hasta que punto somos capaces de de sentir de forma simultánea placer y dolor. El valor del sacrificio, el esfuerzo, la dificultad como representantes del dolor psíquico son emblemas de una gratificación posterior: El esfuerzo con sudor se goza más, después de la tempestad viene la calma, no hay mal que por bien no venga, son algunos dichos de los que nos servimos para reivindicar cómo lo doloroso y lo placentero van de la mano.
¿Necesitamos dolernos para disfrutar mejor? ¿Pasa el goce pleno por una dosis de dolor? Si el cuerpo tiene un límite para tolerar el displacer, ¿qué sucede con el límite para el sufrimiento psíquico? Si el quiropráctico facilita el alivio de los dolores corporales, el ibuprofeno los musculares, ¿en manos de quién ponemos el tratamiento de esa línea delgada de lo placentero y lo doloroso cuando traspasa el límite de lo que nuestras emociones pueden cargar?