«Mi hijo pasa de todo»: Las crisis vocacionales en la adolescencia
Los conflictos en la adolescencia suelen reflejar al niño de antes y al adulto que será después, reclaman posiciones contundentes, relaciones de lealtad y una gran parte de la identidad se juega en medio de tan convulsa etapa. Pero ¿qué pasa con el deseo de hacer? ¿Dónde se detienen las elecciones vocacionales? ¿Por qué aparecen las ganas de nada?
En los últimos años, se reciben con más frecuencias quejas y consultas de padres sobre temas asociados al futuro profesional de sus hijos adolescentes, estas quejas cargadas muchas veces del temor que en el adulto genera la incertidumbre, están ligadas a las dudas vocacionales, o a la ausencia de un deseo claro acerca de las posibilidades de elección vocacional del adolescente.
Uno de los trabajos psíquicos por los que atraviesa todo adolescente, tiene que ver con la constitución de un yo social donde se inserta desde un lugar nuevo, dejando atrás el rol de la infancia, puede entonces mirarse hacia atrás, verse en el ahora y proyectarse en el futuro. Se abre paso al proyecto personal, el de amar y trabajar, deja de soñar y entra el juego el criterio de realidad con el que puede, ahora, preguntarse: ¿Quién soy yo? ¿Qué quiero ser? ¿De qué me siento capaz?
La posibilidad de respuesta de estas preguntas, abre el juego de identificaciones del adolescente, donde se hace presente la decisión de futuro en términos vocacionales y de oficio profesional, según gustos y preferencias. Es entonces, cuando aparece la llamada “falta de motivación” que responde a esa ausencia de deseo: nada le gusta, se siente vacío y no hay opciones de dónde elegir, y la queja se hace más profunda, mi hijo pasa…
El yo social constituido del adolescente es el primero que abre la puerta a la vida adulta, a crecer, el deseo por acceder al “ser grandes” encierra la fantasía de que ello facilitará el acceso a mayor libertad, independencia, seguridad, autonomía. El criterio de realidad de los adultos entonces, descubre el velo de los costos del crecer y se ven golpeados con la desilusión y las vivencias de fracaso, que muchas veces se transforman en síntomas visibles como la angustia. Parece que tal desengaño les arroja a una angustia paralizante porque ser grande no es tan grande como había imaginado.
No poder elegir, no saber qué se quiere ser o hacer, no sentir ninguna pasión por nada de su entorno, retrasa ese mundo adulto decepcionante con el que se ha topado, como si quedarse anestesiado pusiera freno a la realidad que decepciona y asusta, y así poder entonces evitar la inevitable confrontacióncon todo aquello que reclama su momento vital.