APRENDER A PERDER
En la actualidad, vivimos bajo la influencia de un falso positivismo que nos empuja a pensar que en la vida se puede conseguir todo, o casi todo lo que uno quiere.
De pequeños, habremos escuchado más de una vez la siguiente frase “Lo importante no es ganar, sino participar”. Frase que a más de uno le habrá sacado de quicio… Bueno, pues nosotros aquí vamos a hablar de que “lo importante” es perder, o mejor dicho saber perder. Importante ¿Por qué? o ¿Para qué?.
Cuando trabajamos con Padres, nos encontramos una y otra vez con cuestiones muy similares: “No quiero que sufra”, “No quiero que le pase nada malo”, “¿Como le digo lo que ha perdido?”, “¿Cómo hago para que deje de usar el pañal?”, “¿Cómo hago para que no tenga celos?”, “Vamos a cambiarle de colegio, para que así no lo pase mal”… Entendemos que todas estas cuestiones vienen del amor que los padres sienten hacia sus hijos, pero también de la dificultad que tienen para poder tolerar la falta que ven en ellos. Al querer evitarla a toda costa, no pueden acompañarlos.
Entramos en contacto con la pérdida nada más nacer. Al ser separados del cuerpo en el útero, perdemos el lugar que ocupábamos en el cuerpo en el que estábamos para ocupar otro distinto en los brazos de nuestra madre. Cuando nos destetan, perdemos ese pecho que nos alimentaba de alimentos y seguridad para abrir boca a nuevas experiencias orales. Cuando nos quedamos solos y papá se va de la habitación, perdemos la presencia para ganar en autoconfianza… Y así sucesivamente a lo largo de nuestra vida.
Las pérdidas son las que hacen que podamos avanzar y no quedarnos estancados en un lugar de aparente confort. ¿Qué perdemos? Objetos, personas, lugares que ocupamos, ideas, fantasías, deseos, temores… Y perdemos porque es inevitable, es nuestra condición de humanos, porque todas las pérdidas nos remiten finalmente a esa separación que se encuentra tanto en el principio de nuestras vida, como en el final, que es el encuentro con la mayor de todas: La muerte.
Como perder no es fácil, nos creamos teorías, más o menos locas, para encontrar un sentido a lo que nos produce dicha pérdida. Muchas veces, le quitamos hierro al asunto, o lo ocultamos por vergüenza, otras veces nos quedamos anclados a lo que hemos perdido como un modo de no avanzar. También hacemos uso de las premoniciones, tales como “pasará por algo mejor” o “no era para nosotros”, como un modo de consuelo.
Pero realmente, ¿Se aprende a perder? Todas y cada una de las pérdidas en nuestra vida nos remite a un punto crucial de nosotros mismos. Una encrucijada donde se pone en juego las capacidades que hemos ido adquiriendo desde la primera pérdida de todas en adelante. Por lo tanto, todas las pérdidas significan algo y siempre algo distinto para cada uno de nosotros.
Tendemos a pensar que alguien que acaba de perder a un familiar, estará triste. Pero el significado que cada uno de nosotros damos a lo que hemos perdido es realmente único y singular. Por este motivo, lo más sensato y lo que proponemos desde PSYQUIA es que las pérdidas puedan ser ante todo escuchadas en su singularidad. ¿Que quiere decir esto? Que podamos escuchar sin tratar de solventar o taponar la pérdida desde un comienzo. Que dejemos que la persona pueda expresar y mediante nuestro apoyo y escucha, pueda ir elaborando una salida frente a su dolor. Que sepamos entrar nosotros mismos en contacto con nuestras propias pérdidas para así ofrecer la ayuda que el otro necesita y no la que nosotros imponemos.