DESAMPARO Y REGRESIÓN EN TIEMPO DEL VIRUS COVID-19
La ruptura de nuestra cotidianidad que ha supuesto la COVID-19, casi de un día para otro, transformó el confinamiento en un espacio cuya “conexión” con el afuera, sólo era posible a través de una pantalla o de un teléfono.
Podríamos pensar que la presencia del virus COVID-19 por sí sola no es tan significativa, como sí que lo es la ausencia de un tratamiento y/o una vacuna, lo cual nos deja en una situación de desamparo, en la que nuestra mayor vacuna es “cuidarnos” con todas las medidas que nos indican los expertos. Los problemas no son los problemas, sino la ausencia de soluciones, porque los problemas forman parte de la vida de todos.
Es esta una situación excepcional, el fantasma de la muerte se nos puede hacer muy cercano; la sensación de seguridad que otorga la rutina y el movimiento de un lugar a otro, se debilita; la sensación de estar alerta a las distancias físicas, la limpieza, el contacto, se vuelven habituales; dependemos de los otros para no contagiarnos y, también para expresar y sentir el afecto.
El confinamiento es un tiempo de espera que cada uno de nosotros sostiene como puede. Está siendo habitual percibir en niños, adolescentes y también en adultos, la aparición de conductas un tanto regresivas como, por ejemplo: una niña de 8 años que pide un biberón para dormir o un adolescente de 13 años que vuelve a tener berrinches como los que tenía con 4 años; un adulto de 41 que empieza a no poder estar solo en casa; una habitual sensación de pérdida de noción del tiempo…
La situación de confinamiento absoluto, a priori, es un cierre casi total al afuera, una tendencia al adentro, una vuelta a la endogamia.
Estar confinados supone que nuestras necesidades se pueden “satisfacer” con una comodidad inusual: el salón es la oficina; entre reunión y reunión ponemos una lavadora; la cocina es el despacho; la habitación es donde “quedamos” a tomar algo con los amigos; la compra está al alcance de abrir la puerta; el cole es el comedor… y así podríamos contar un sinfín de situaciones acotadas a los metros cuadrados de cada caso.
Tan “fácil” es la satisfacción de las necesidades en un espacio acotado como podría ser, salvando las distancias, un bebé en el vientre de su mamá, en el que poco tiene que hacer para alimentarse y formarse. La diferencia entre el vientre de la madre y estar confinados en el hogar, es que la madre gestante está supervisada por un médico que le indica cómo van las cosas y qué pautas debe seguir, lo cual supone una tranquilidad para ella y para el futuro bebé. Sin embargo, estando confinados, es habitual que todos tengamos un poco de miedo y de incertidumbre porque sólo sabemos, de momento, que tenemos que quedarnos en casa aún sin oráculo, sin guía y sin camino claro.
Es humano construir psíquicamente una fantasía de seguridad que nos aleje de la incertidumbre, que suele ser, compleja de sostener.
La rutina del día a día, los planes que podemos hacer para el próximo fin de semana, para la semana que viene, para el verano o incluso para el inicio del próximo curso se acompañan con la sombra de un interrogante, cuya respuesta más común es “NO SÉ”. Al estar confinados, el único lugar seguro, alejado de tanta incertidumbre como la actual, es la casa. Es por esto, que podemos entender el por qué muchos niños, niñas, adolescentes y en ocasiones, algunos adultos, sienten el desamparo de una forma apabullante con conductas propias de los primeros momentos de desamparo en la vida, como lo ha sido, la infancia.
Estas tendencias regresivas quizá podrían pensarse como un: ¡cuídame por favor que soy un bebé otra vez!, ¡necesito algo de seguridad!, ¡no sé si es miércoles o lunes, ni tampoco sé si esto es el salón o el aula de clase! En estas situaciones puede ser importante y útil poder pensar en una promesa de futuro, nombrar el afuera, hablar de lo que nos gustaría hacer cuando las condiciones lo permitan, dónde iríamos, utilizar el recurso de las video llamadas, llamadas telefónicas, etc.
A los niños, niñas y adolescentes puede ser importante escucharles y explicarles en un lenguaje fácil lo que está pasando y cómo, poco a poco, las cosas van cambiando, porque esto, con las huellas que en cada uno deje, también pasará.
En PSYQUIA entendemos que esta situación nos concierne emocionalmente a todos en mayor o menor medida y que cada cual necesita un tiempo para nombrar lo que haya supuesto esta vivencia excepcional que se nos ha impuesto de forma radical.