DESCONFINARNOS: ¡AHORA NO QUIERO! ¿POR QUÉ?
María, 44 años: “yo alargaría la fase 0 un poco más, estoy muy a gusto en casa”.
José, 30 años: “nunca pensé que diría esto, pero estoy muy cómodo en el confinamiento. No tengo ninguna gana de cambiar la rutina que me he construido: mi mujer, mi hijo, es como que nos metimos en una burbuja y no quiero salir”.
Silvio, 20 años: “no quiero salir, además la calle está triste. Todos como zombis, con mascarillas; qué pereza volver al estado de la nueva normalidad”.
Laura, 27 años: “lo digo incluso extrañada pero me he encontrado mucho más feliz y relajada en este encierro que con mi rutina acelerada. No quiero que esto acabe, yo he salido obligada porque mi pareja no deja de decirme que es bueno tomar el sol”.
Paco, 70 años: “tengo muchas ganas de abrazar a mis nietos e hijos, pero tengo más miedo aun de pillar este bicho”.
Podríamos seguir con una larga lista de ejemplos de conocidos, familiares, pacientes, que nos cuentan con cierta preocupación ¿qué nos pasa? Ahora que hemos empezado la etapa de la desescalada y podemos empezar a salir de casa, se notan con temor y cautela incluso a disgusto por cambiar la estabilidad conseguida en más de 50 días de confinamiento.
Sabemos que son muchas las incertidumbres que vivimos con la pandemia mundial de la covid-19, fuimos arrancados de nuestra cotidianidad y se rompieron rutinas marcadas por una especie de automatismo: hacer, producir, consumir, prisas, no parar… Pero la covid-19 nos ha obligado a poner freno, quedarnos en casa para protegernos y proteger a los demás. Nos ha obligado a romper ese automatismo y a detenernos.
Estos días hemos aprendido a parar. Nuestras casas se convirtieron en escenarios diversos: nuestra zona de trabajo, el colegio de los niños, el gimnasio, aprendimos a hacer pan, galletas, hablamos con amigos y familiares con los que llevábamos tiempo sin saber de ellos… Nos conectamos por medio de las pantallas, aprendimos a meternos en diferentes plataformas digitales para celebrar un cumpleaños, beber una caña con los compis o incluso para llamar a ese amigo o familiar que estaba en el hospital aislado, pero sabiendo que sus seres queridos estaban allí, fuera, resistiendo el confinamiento.
Nos encontramos en los balcones para aplaudir a nuestros sanitarios e incluso conocimos a nuestros vecinos con los que no habíamos tenido la oportunidad de coincidir o saludar, o simplemente nos permitimos estar sin esos imperativos categóricos de no parar y producir. Pero cada uno/a encontró su forma de hacer con esto algo llevadero (con todas las dificultades que conlleva).
Este nuevo escenario requirió un tiempo para elaborar este acontecimiento nuevo, pero ahora nos toca otro cambio: empezar a movernos e ir rescatando espacios abandonados. Después de casi dos meses en casa, nos toca salir y para muchos/as, no está siendo fácil.
Hemos requerido de un tiempo psíquico y emocional para poder hacernos con el confinamiento. Aunque nos cueste pensarlo, hace 50 días, cuando se decretó el estado de alarma nos dijeron: “luego te costará salir”, pues algo de esto se pone en juego. Es una reacción más frecuente de lo que podemos pensar, la casa y estas nuevas rutinas nos han dado seguridad, protección. En cambio la calle, los espacios compartidos se han convertido en lugares inseguros. Debemos salir con medidas de seguridad, salimos a caminar con mascarillas, entramos al supermercado con guantes temerosos de contagiar o contagiarnos, no sabemos ¿dónde está el virus?, ¿está dentro de nosotros o fuera? Esto nos desconcierta y es la propiedad de este virus que más perturba porque ha venido a romper con la estabilidad conseguida en nuestra realidad, pero este bicho/coronavirus se nos ha colado en nuestro día a día.
¿Qué hacemos con este covid-19? Es difícil hacer con ello porque dentro de sus propiedades encontramos esta extrañeza: no es humano, no pertenece al ser humano, pero a la vez está en nuestro interior y exterior, está todo el tiempo sin la posibilidad de ser extraído de nuestra vida, realidad y cuerpo; esto genera angustia y miedo; solo sabemos que está y tememos por nuestra vida y la de los nuestros. En algunos artículos vamos leyendo y escuchando el intento de dar un nombre a estas reacciones: “el síndrome de la cabaña, el de la caverna” pero preferimos no caer en etiquetas y no poner un diagnóstico o el nombre de un síndrome a este proceso de desconfinamiento.
El proceso de volver a la nueva normalidad nos va a requerir un tiempo cronológico marcado por las fases de la desescalada marcadas por el gobierno, pero también un tiempo psíquico y emocional que no siempre, o casi nunca, coincide con el cronológico.
Por ello debemos escucharnos, aceptar que necesitamos nuestro propio tiempo para elaborar y procesar esta experiencia que tiene matices surrealistas. Algo de lo real en términos lacanianos nos trae este virus.
Los tiempos lógicos planteados por Lacan: el instante de ver, el tiempo para comprender y el momento de concluir, son una ayuda a la hora de pensar los tiempos que corren.
El instante de ver nos obnubiló, nos asustó, nos paralizó o simplemente no queríamos ver. Hemos necesitado un tiempo psíquico para creernos y no negar lo que nos estaba ocurriendo. Muchos decíamos frases como “que exageración, cómo van a cerrarlo todo”, “ese virus está muy lejos, a nosotros no nos va afectar”, pero no podemos negar lo que es evidente. Ahora estamos atentos y advertidos de la magnitud de la COVID-19, y este impacto requiere que con cautela vayamos revirtiendo el confinamiento con la desescalada y con ello un tiempo para comprender. Aun no sabemos cuándo ni cómo, pero tenemos la mirada puesta en que llegará un momento para concluir.
Lo que nos interesa desde Psyquia, es que podamos pensar la necesidad de un tiempo para comprender y elaborar este real, este virus, esta situación inédita. Se hace necesario el darnos espacios para expresar, para compartir, para reflexionar sobre lo que nos pasa a nivel individual y a nivel colectivo, compartir incluso no solo las risas, los memes, los aplausos, sino también los miedos, las angustias, el agobio, las dudas y las incertidumbres con nuestros seres queridos, cercanos, amigos, familiares.
Pero aun nos queda un recorrido que nos obliga a mantener la precaución, a estar atentos/as a las medidas de seguridad, a no bajar la guardia pero sí a empezar a dar pasos para retomar la nueva realidad que nos toca vivir. Sabemos que llegará el tiempo de concluir pero mientras nos toca seguir elaborando y haciendo con lo que nos ha tocado vivir, cada uno/a como pueda y con los tiempos y ritmos que necesite para poder darle un lugar a esta experiencia.