LAS BURBUJAS NARCISISTAS

Esta semana nos gustaría reflexionar sobre el narcisismo y los ideales a través del séptimo arte: el cine. En concreto hablaremos de dos películas de Martin Scorsese que, bajo nuestro punto de vista, nos permiten plantearnos qué es esto de las burbujas narcisistas en las que a todos nos gustaría flotar de vez en cuando a pesar del riesgo de ser pinchadas con facilidad.

Nos remontaremos a la película “Uno de los nuestros” de 1990. La primera frase del protagonista, un sensacional Ray Liotta, es ya reveladora: “Desde que tengo uso de razón siempre quise ser un gangster”. ¿Por qué un gangster? Porque bajo la mirada de un adolescente de un barrio pobre norteamericano, convertirse en gangster era la posibilidad de pasar de un don nadie a alguien poderoso. Alguien sin límites a quien no atraviesa ni la ley, ni los esfuerzos del resto de familias de su alrededor que tienen que trabajar duramente para ganar un mísero sueldo. Alguien que está por encima del bien y del mal.

En 2014 uno ya no quiere ser gangster, quiere ser bróker. En “El lobo de Wall Street” Leonardo Di Caprio interpreta a un joven (basado en una historia real al igual que ocurre en Uno de los nuestros) que también persigue el deseo de convertirse en alguien rico y poderoso sin importar la moral y la ética, solo las sensaciones trepidantes e intensas de sentirse en esa burbuja narcisista. Scorsese nos atrapa en una montaña rusa de dinero, drogas, sexo y demás excesos. Y nos atrapa porque a todos nos atrae de alguna manera.

Y, ¿qué es lo que nos atrae? la pérdida de contacto con la realidad, con las limitaciones, con el esfuerzo. La posibilidad de existencia del genio de la lámpara maravillosa o del hada madrina si hacemos un brusco giro de Scorsese a Disney. Alguien que nos haga maravillosos a golpe de varita mágica o como sucede en El lobo de Wall Street, esos clientes que compraban el “humo” que vendían los protagonistas cegados por el deseo de creer en esa vida brillante pero fuera de la realidad.

El discurso que se dirige en ambas películas a los personajes que se quieren bajar de la noria y contactan con la tierra es siempre el mismo: “no pienses demasiado, disfruta”. ¿No es este el mismo discurso publicitario actual? ¿El imperativo de vive y se feliz bajo las supuestas nuevas varitas mágicas de sensaciones, consumo y operaciones estéticas? No pienses porque si no, se nos explota la burbuja y dejamos de flotar.

Pero los dos personajes efectivamente dejan de flotar y acaban como acaba el mito de Narciso: ahogados en el agua. A modo de resumen el mito cuenta como Narciso enamorado de su propia imagen, al verse reflejado en un estanque se queda absorto contemplándose, incapaz de separarse de sí mismo. Incapaz de ver nada más que a él y ajeno al peligro, se arroja a las aguas donde muere. El personaje de Ray Liotta acaba en un programa de testigos protegidos y el de Leonardo Di Caprio en la cárcel.

En las dos películas se habla del ascenso y la caída. Scorsese mezcla lo nostálgico con lo cínico centrándose en personajes intermedios que atrapados por el narcisismo sin límites aspiran a ese sentirse absolutamente completos, sin fisuras. En escenas que están siempre a punto de explotar esa burbuja, ellos hacen de todo por recuperar esa época pasada irremediablemente perdida donde eran los amos del universo. Pero, ¿no es esa la historia de todos nosotros? Intentando recuperar una y otra vez la sensación de completud que a la mayoría de nosotros nos daba la infancia y que, aunque no nos la diera, la fantaseamos incapaces de renunciar a ella. No éramos gangsters o brókers, éramos como dice Freud: sus majestades los bebés.

En Scorsese siempre hay una violencia inesperada. En la vida también. Heridas narcisistas de frustración de los ideales donde, aunque no siempre haya sangre sí hay dolor, mucho dolor. Existirá un ascenso proporcional del sufrimiento cuanta menos capacidad se posea para pasar de ese “Yo ideal” a la posibilidad de ser un personaje real de tu propia película. Porque, en realidad, el Yo ideal en una existencia como mucho efímera, está condenado a acabar de forma brusca en la cárcel, con un tiro en la cabeza o con una sobredosis en las películas de ficción y con patologías narcisistas en la vida real.

 

Para Psyquia el proceso psicoterapéutico tiene justamente esa función de ayudar al paciente a que el aterrizaje en la terrenalidad no sea tan doloroso por la caída de los ideales, sino que permita abrir la posibilidad del gusto por caminar con los pies firmes sin sentirse una pompa que flota pero bajos vientos de tramontana.

Maite Echegaray