¿SON COSAS DE NIÑOS?

Me gustaría que pudiésemos pensar acerca del lugar de la agresividad en la infancia hoy en día. Vamos con un ejemplo de una situación real vivida en una escuela infantil.

Elena es madre de un niño de 2 años llamado Jaime que va a la escuela infantil con otros 15 niños y niñas más. Una tarde, Elena recibe un mensaje en el chat grupal de Jimena, una de las madres del curso:

“Buenas tardes, en repetidas ocasiones (muchas) María ha venido de la guardería diciendo que Jaime le ha pegado o empujado.

Hemos hablado de este problema en la reunión que tuvimos con las profesoras, por entender que no debíamos involucrar a los padres, pese a que nuestra hija se ha seguido quejando de lo mismo. La respuesta ha sido que mi hija no era la única a la que pegaba y que estaban tratando ese problema.

Lo que pensábamos que podía ser cosa de niños hoy ya ha pasado a mayores porque nos han entregado a María con un arañazo en la cara que nos preocupa, y que María, delante de su profe, ha explicado que le había empujado Jaime.

Si siguen sin tomar medidas al respecto por parte del colegio, lamentablemente las tomaremos nosotros.”

 

Pensemos cómo deben sentirse las madres de los bebés implicados.

Por un lado Jimena se siente agredida y dañada en su narcisismo propio y en el familiar. Se transmite dicha agresividad y agresión a través de sus palabras. El arañazo de su hija le duele a ella. No puede quedarse de brazos cruzados y algo tiene que hacer, porque a eso es a lo que empuja la agresividad, a actuar, la mayoría de veces, a modo de descarga.

Por otro lado, Elena también se siente agredida y a la vez avergonzada. Se siente en el punto de mira del resto de padres de la clase. Se pregunta qué le puede estar pasando a su hijo, si pudo hacer algo al respecto para que se expresase de otro modo, si podrá ayudarle a hacer frente a su agresividad de otra manera… Y también le da vueltas a la pregunta de si es para tanto, si son cosas de niños…

La agresividad es una realidad en la infancia que resulta indiscutible para cualquiera que haya estado en contacto con niños. No solo es una realidad observable sino que forma parte de la constitución de la relación con los semejantes, de la capacidad de simbolización y de la formación de la subjetividad.

El bebé nace con un cuerpo que a nivel de imagen está fragmentado y necesitará del otro para poder unificarlo. Lacan desarrollará la teoría del estadio del Espejo que posibilita la construcción del yo Ideal: “El estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, preso de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad, y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental” (Lacan, 1948).

Todo esta fragmentación y desintegración generan en el bebé unas vivencias de agresividad que se acrecientan con la dependencia del otro y la posibilidad de quedar atrapado en esa imagen. El otro otorga la imagen integrada del yo pero a la vez aparece como alguien peligroso e intrusivo que genera agresividad en el bebé. A esto Lacan lo llamará agresividad primordial y concibe la agresividad como una tendencia narcisista. Hay que diferenciar esta tendencia con la agresión, que sería la manifestación observable de la agresividad.

Para Freud (1920), a partir de su última teoría de las pulsiones, la agresión se vincula a la pulsión de muerte, innata, dirigida al exterior y al otro, o contra sí mismo como autoagresión.

Winnicott, en cambio, dirá que el primer espejo es el rostro de la madre y que una de las funciones de la madre, de ambos padres y de la familia es proporcionar un espejo, figura activamente hablando, en el cual el niño pueda verse. El niño no puede usar a los padres de la familia como espejo, a menos que rija este permiso de permisividad para que él o ella sean ellos mismos, aceptado totalmente sin evaluación ni presión para que cambien. Para él, la agresividad está presente antes de que se integre la personalidad sin una finalidad destructiva. La agresividad sería parte del crecimiento humano y la agresión la interrupción de su desarrollo.

La agresividad, para Winnicott, constituye una fuerza vital, un potencial que trae el niño al nacer y que podrá expresarse si el entorno lo facilita, sosteniéndolo adecuadamente. Cuando esto no sucede el niño reaccionará con sumisión, teniendo dificultad para defenderse, o con una agresividad destructiva y antisocial.

Lacan dirá que es necesario diferenciar entre agresividad y agresión para sostener esta ambivalencia, transformando el amor en odio y el odio en amor.

Con el tiempo, el bebé adquiere ese dominio imaginario sobre su propio cuerpo pero siempre está apoyado en un semejante con el cual compite. Esta ambivalencia es la que marca la necesidad de identificación y a la vez de diferenciación con el otro. Vemos como los niños desean siempre lo que sus semejantes tienen. Lo importante no es el objeto, el juguete, la muñeca… sino el deseo en sí mismo y la necesidad de hacerse con algo de lo valioso. Aparece la agresividad como un modo de hacerse con el deseo propio: Aparece el “Mío” como manifestación de ello. Llegados a este punto estamos en el complejo de Edipo, donde la triangulación, la ambivalencia, los celos…fomentan dicha agresividad.

Las conductas agresivas pueden comprenderse entonces como una descarga frente al desborde que implica la dificultad en la separación con el otro donde aún no se ha establecido una clara diferenciación entre el yo y el no yo, entre el mundo externo e interno. Aquí el papel del adulto resulta esencial, ya sea del profesorado o de los padres, donde se lleve a cabo una intervención que propicie la diferenciación entre ambos niños en conflicto y donde se ponga en palabras el lugar de cada uno y como se siente el otro para ayudar así a simbolizar la pulsión agresiva y darle otra salida.

Desde Psyquia nos parece importante diferenciar entre la agresividad innata del ser humano y la manera de expresar dicha agresividad, entre agresividad y agresión.

Es de suma importancia ubicar la función que está en juego en cada etapa y momento de la vida para poder darle un sentido y calibrar la respuesta a dar. Me resulta importante no confundirnos con un «buenismo» llevado a la infancia donde patologicemos todas las conductas que como adultos nos parecen inadecuadas y que responden a nuestro ideal infantil. La negación de la existencia de dicha pulsión agresiva, queriendo erradicarla solo logrará lo contrario, retornando de una manera más exacerbada, contra el ambiente o contra el propio sujeto.

Verónica Corsini Prado

Referencias Bibliográficas:

Freud, S. (1920): Más allá del principio del placer. Tomo XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Lacan, J. (1948): Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI.

Winnicott, D. (1979): Realidad y Juego. Barcelona: Gedisa.