LÍMITES PARA OBEDECER O LÍMITES PARA CRECER
Reflexionando en nuestra labor en el trabajo con padres, encuentro muchas veces en la consulta la necesidad de muchos de ellos de que sus hijos obedezcan. Una necesidad quizá basada, de algún modo, en no sentirnos inseguros o incapacitados como madres y padres, y por supuesto, no sentirnos juzgados.
El juicio a los padres cae a la primera de cambio: “mira que mal se porta este niño, qué padres tendrá…», “mira que notas saca, no deben de estar pendientes de Él o ella “.
Este post pretende dar una vuelta (o al menos media) a ese supuesto saber lleno de certezas sin contexto: SER UN BUEN PADRE O MADRE.
Cuando los padres embarcan en el viaje de la crianza, hay muchas cosas por construir. Entre otras, nuestro PROPIO SER madres y padres. Y ahí deberíamos de preguntarnos, «¿para qué quiero que haga o no haga lo que sea mi hijx?«, «¿tiene que ver con sus necesidades o tiene que ver con las mías?«.
Pensando por ejemplo en el rendimiento académico, ¿qué dice de mí como madre las notas que saca mi hijx?
No en pocas ocasiones, nos encontramos con discursos de padres en los que no sabemos si el que se examina es el pequeñx de primaria (y de la ESO también ) o es el adulto en cuestión. La recurrente frase: “hemos sacado un 10”; ¿quién ha sacado qué?…
«Pero ¿entonces no le ayudo?«, me preguntan a menudo, “es que si no estoy encima no hace nada” se quejan los padres; y comienza la angustia del no saber, porque claro, un buen padre lo tiene que saber TODO.
Ayudando a pensar: ¿dónde están los límites razonables que permitan a cada uno hacerse cargo de lo que le corresponde?
Los límites no solo tienen que ver con que el niñx sepa cuál es la figura de autoridad y tome su palabra como la ley, función muy necesaria para introducir a los pequeñxs en la sociedad y en la cultura, sino también con establecer espacios en los que ellos, y nosotros, podamos ir cumpliendo con nuestras funciones: función de padres pero también función de hijx.
Volviendo al rendimiento académico, quebradero de cabeza por excelencia, nuestra función como padres será garantizar (aunque esto se construye desde pequeños) espacios y tiempos en los que se desarrolle esa actividad de manera progresiva y como un proceso. Acompañar en el proceso de que ellxs puedan ir conquistando esa autonomía en el aprender a aprender. Pero la etapa de aprender a aprender no comienza con el primer examen de conocimiento del medio, sino que comienza mucho antes, comienza con los primeros límites para crecer.
¿Cuáles son estos límites? Los que ordenan el “afuera”, y por tanto ordenan la cabeza. Los famosos horarios y rutinas, pero no para que obedezcan (ó no tan sólo), sino para que crezcan o lo que es lo mismo: para que sean autónomos y no nos necesiten para todo. Que duerman solxs, que jueguen solxs, que se vistan solxs… que piensen solxs. E insisto en la idea, para que nos necesiten cada vez menos. Esto puede generar cierta ambivalencia, por un lado la alegría de ver como ellxs cambian y crecen, y por otro la tristeza de que las cosas ya no vuelven y nos tenemos que despedir del bebé, del niñx de 4 años, del de 6 … y así consecutivamente.
Aunque este tema da para mucho me decanté por una reflexión final, ¿tendríamos que ponernos límites como padres para ir creciendo con ellxs? Asumir que un hijx es algo así como por un tiempo, tal y como lo conocemos, para poder pasar a la siguiente, apasionante y desconocida etapa.
Alicia Reinoso