REFLEXIÓN ACERCA DE LA «Guía práctica para padres. Trastornos del comportamiento de niños y adolescentes”
Tras la publicación de la “Guía para padres” realizada por el Hospital del Niño Jesús de Madrid y el revuelo que ha suscitado en las redes sociales, y en gran parte de los profesionales de la salud mental infanto-juvenil, nos sentimos responsables de compartir algunas reflexiones que, como profesionales de área, nos ha suscitado dicha guía. Nos alegra profundamente que tras los movimientos que ha generado en la opinión pública, el hospital se haya tomado un tiempo de reflexión para matizar algunos aspectos de la misma.
Desde Psyquia somos partidarias de que cada padre o madre encuentre su camino en la crianza ya que no existe un “método o modelo” que garantice el éxito, pero ¿qué significa tener éxito en la crianza?, ¿cómo se mide? Tal vez sea una cosa diferente para cada familia en función de sus circunstancias y necesidades.
En Psyquia, cuando trabajamos con padres, lo hacemos desde la escucha de la historia de esos padres, de los niños que fueron, de los padres que creen que tuvieron, desde la reflexión acerca de su niño interior, de lo que se les moviliza a ellos con sus hijos… intentando así entender y dar sentido a las cosas que hacen, y a sus dificultades como padres.
Consideramos que las pautas, tips, recomendaciones, etc, pueden ser útiles si se toman desde ese lugar del consejo que hace referencia a un saber limitado, y no desde el dogma o verdad absoluta, en que a veces corren el riesgo de colocarse determinados manuales, guías o libros.
Hay una línea muy fina entre lo que es una recomendación y lo que ocupa el lugar de una violencia o vulneración de las necesidades de los menores. Veamos a que nos referimos:
Lo primero que nos surge comentar al leer la guía, es como se le da la categoría de trastorno a comportamientos que son naturales e incluso que dan cuenta de un buen desarrollo psíquico como puedan ser las tradicionalmente llamadas “rabietas”. “Patologizar” determinadas conductas dificulta poder escuchar y acompañar las necesidades de los niños y jóvenes. Las rabietas tienen muy mala fama porque son conductas por parte de los niños que son muy incomodas para los adultos pero que si ponemos la mirada en el niño y en el mensaje que trata de trasmitir tal vez cobren un sentido positivo.
El niño cuando “hace una rabieta” (cuando se desborda emocionalmente) esta mostrando su disconformidad con algo, está mostrando su deseo y también está pudiendo diferenciarse del adulto “soy diferente de ti, queremos cosas diferentes, yo soy yo y tú eres tú”. En este trance, el niño, lo está pasándolo francamente mal y necesita recuperar su equilibrio de la mano de un adulto que pueda hacerle una especie de “digestión emocional” qué él pueda tolerar. Cuando el adulto acompaña, pone palabras, sostiene el límite y a la vez sostiene al niño de manera tranquila, está dotando de seguridad, ayudando a construir una “voz interior” en ese niño, que será lo que dará lugar a futuro a la capacidad de autorregularse. ¿No suena tan patológico verdad? Tal vez es un proceso, algo que hay que atravesar, tal vez es la vida…
Otra reflexión que nos suscita la lectura de la guía es el capitulo dedicado al sueño infantil, posiblemente haya sido el apartado más criticado ya que entre sus recomendaciones se encuentran dejar llorar al niño, no acunarle, ni hablarle o consolarle. Se interpreta la demanda del niño como “hacer teatro” y se considera normal como parte del proceso de aprender a dormir que el bebé pueda vomitar del llanto. Parémonos a pensar lo que puede ser vomitar de llanto. Sin palabras.
Desde Psyquia, consideramos que este capítulo en concreto resulta muy desafortunado ya que cuando hablamos de un bebé estamos hablando de un sujeto en construcción que no conoce lo que es “el teatro”. Un bebé NECESITA el cuerpo de su madre. Este cuerpo tiene los únicos elementos que el bebé conoce del mundo y que de dan seguridad: su voz, su olor, su calor… los brazos contienen, dan un límite al sufrimiento.
Cuando una madre acuna a su bebé que llora le está diciendo que no se preocupe, que para eso que el bebé siente como un dolor que lo rompe en pedazos ella tiene unos brazos que son capaces de juntar todos esos cachitos; que no se va a romper, que su sufrimiento no es tan terrible porque ella puede nombrarlo, hablar de él; que eso por lo que él sufre ella sabe lo que es y va a ponerle remedio, y a veces se acierta y otras no, pero es importante que exista esa ilusión de saber. Por lo menos en un primer momento.
Los bebés aprenden a dormir, si y no, los bebés necesitan un tiempo de maduración para poder dormirse solos, necesitan poder incorporar esas habilidades y construirse con otro que le enseñe como dormirse, necesitan esa presencia inicialmente para luego poco a poco hacerlo solos.
La tercera reflexión que nos suscita la lectura de la guía y que posiblemente es la que más contradicción nos ha suscitado es como según se va llegando a la adolescencia las recomendaciones son entorno a acercarse a hablar con el adolescente, estar disponibles, hacer diálogo… Si este adolescente es el mismo que transitó el dormir solo porque su llanto era “teatro” y aquel en que sus rabietas fueron interpretadas como intentos “de manipulación”: ¿qué nos hace pensar que va a querer escucharnos?, que aquel que gritó, lloró, y vomitó para que lo atendiéramos ¿va a querer ahora contarnos algo de lo que le pasa?
Este es uno de los grandes problemas de tratar al ser humano de manera parcelada y atendiendo al síntoma. La construcción de la subjetividad es un proceso y las vivencias tienen sus efectos. En el saber popular está el dicho “de aquellos barros vienen estos lodos”.
¿Qué tal si pensamos la infancia como procesos, y las conductas de los niños (las incómodas también) como formas de expresión, como intentos de construcción que debemos acompañar? Tal vez más que una guía para padres se necesitan padres que puedan ser guía, que acompañen en este viaje que es la vida.