LA VISIBILIDAD DEL JOKER
Joker, la película dirigida por Todd Phillips y protagonizada de manera magistral por Joaquin Phoenix, lleva recaudado más de 600 millones de dólares y más de un millón de espectadores en menos de una semana y sin embargo es una película cuya primera referencia hace alusión a una negación: “no es una película de superhéroes”. No, no es de superhéroes, o sí, tendremos que pensar: ¿qué es para cada uno un superhéroe?
La traducción española de Joker es bufón. No payaso. Bufón como adjetivo se refiere a la persona que hace tonterías o se comporta con poca seriedad pretendiendo ser cómico y resulta ridículo o molesto. Si buscamos payaso, la definición empieza por artista (artista de circo, generalmente vestido y maquillado, que hace gestos graciosos y cuenta chistes para divertir y hacer reír al público). No es una pequeña diferencia.
Existen multitud de críticas y análisis de esta película y su personaje. Nosotras queríamos centrarnos en Arthur, este no superhéroe-bufón que quería ser payaso, para pensar en los pacientes que acuden a consulta con síntomas que para los ojos de los demás, son incomprensibles y que en muchas ocasiones causan rechazo. Y qué difícil cuando para empezar a hablar de alguien empezamos de nuevo, como hacíamos referencia al principio, con un NO. Con lo que uno no es. Arthur no fue un niño deseado. Ni por su madre biológica, ni por su madre adoptiva. No lo fue tampoco de adulto ni por sus compañeros, ni por las mujeres. Tampoco por su psicóloga que no le escuchaba y mucho menos por la sociedad donde no quedan para él ni fondos de servicios sociales. ¿Qué es lo que sí quedaba para nuestro bufón? La mirada de burla, maltrato y rechazo. Una mirada que constituye la identidad de una persona, porque al menos, es una mirada.
Arthur tras matar a los tres jóvenes del metro dice: “pensaba que era invisible pero ahora me están empezando a ver”. Y esto marca el inicio del cambio. Cuántos pacientes hemos escuchado en la consulta que dicen: “creo que mi enfermedad unió a mi familia”, “nadie me hacía caso hasta que dejé de comer”… Adolescentes que son continuamente llamados a la dirección del instituto o actos impulsivos y desesperados para que tu pareja te vea. Seguro que a todos se nos ocurren ejemplos de actuaciones de otros o propias que resultan molestas, incómodas, frustrantes y desquiciantes. Y en realidad, son síntomas. Síntomas de alguien que sufre, que no sabe cómo hacer para ser visto y cuya existencia depende del público de sus actuaciones aunque estas causen horror. Lo importante es que las miren y que el show continúe.
Obviamente, no justificamos el asesinato. Un asesinato (el de los tres jóvenes) que por cierto, en la película no está premeditado. Surge de la estupenda idea de dar un revolver a quien no puede tenerlo. A quien no sabe canalizar sus emociones, a quien ríe por no llorar. Arthur no es un psicópata inicialmente pero podemos pensar que se convierte en uno. Y esa conversión, que él vive como la de un gusano en una mariposa, tiene que ver con sentir el reconocimiento de los otros. Él quería ser payaso, quería ir a un programa de alta audiencia para hacer reír, para que todo el mundo le mirara, pero su realidad era estar en medio de un escenario mental sin espectadores.
Esta soledad, esta sensación de que uno lleva preparando su personaje durante mucho tiempo y al abrirse el telón no hay nadie que quiera escucharlo, es la que lleva a muchas personas a actuar sin un aparente sentido. Autolesiones, conductas violentas, humillaciones, ataques de pánico, timideces paralizantes, depresiones, etc., no son más que expresiones de alguien que no consigue ser con un sí (sí tienes, sí eres) y donde los síntomas, la enfermedad, y lo que no eres, se instauran como la única posibilidad de identidad. Como lo único visible en la invisibilidad de su ser.
Arthur consigue ser el súpervillano de Batman porque una sociedad enferma mira morbosamente la destrucción. Para las personas reales, ser superhéroe no está relacionado con poderes especiales sino con la pretensión de ser los mirados y admirados de una manera especial. Las dificultades para haber sentido algo de esa mirada aun sabiendo que siempre será relativa son las que nos hacen sentirnos bufones desesperados en vez de payasos artistas. Miremos, por favor, las posibilidades de los otros, seamos público de ellas y no de sus deficiencias, que de esas, también tenemos todos.